martes, septiembre 27, 2011

Ricardo Navas Ruiz, Justicia en USA (cuento kafkiano)

martes 27 de septiembre de 2011

Justicia en USA (Cuento kafkiano)

Ricardo Navas-Ruiz

(Alguien debía haber calumniado a Josef K. porque, sin haber hecho nada malo, lo arrestaron una mañana [Kafka, “El proceso”])

DE Frank Kafka siempre me impresionó singularmente su novela “El proceso. “ [ 1915, 1925]. Quizá porque su lectura me producía un profundo malestar, mientras se tambaleaban en mi mente todas las creencias sobre la imparcialidad y ecuanimidad de la justicia. No puede ser, me decía a mi mismo, no puede ser que una manipulación tan grosera termine llevando a un inocente desde su plácido lecho de buen empleado a la cárcel y el ajusticiamiento. No puede ser. Será paranoia del autor. La experiencia me fue enseñando con el decurso del tiempo que puede ser, que ha sucedido y sucede con más frecuencia de la deseable, por error, por supuesto, como se suele alegar para justificar lo injustificable. También, -mucho peor - , por deliberada voluntad de castigo, venganza o fanatismo.

Algo más me fue enseñando la experiencia, la fragilidad de la inocencia. Tan pronto como la empaña la más leve sospecha, se rompe, se cuestiona, queda en entredicho. Algo malo habrá hecho cuando lo detienen, comentan algunos en la novela citada sin pensar ni un solo instante que se puede estar cometiendo una injusticia. Y poco a poco se van sembrando las dudas mientras se encadenan hábilmente en una tela de araña impenetrable hechos fortuitos nunca probados, insinuaciones maliciosas, murmuraciones tendenciosas, calumnias disimuladas. Entre estos seres que llamamos hombres hay más interesados en condenar que en justificar.

Traigo todo esto a la memoria porque acabo de recibir de un amigo una carta que no sé si calificar de ficción, de relato surrealista, de reportaje o de qué. Me he decidido a llamarla cuento, por tener dudas sobre si ocurrió, - me parece una broma suya para probar algún punto debatible -, y kafkiano por lo mucho que refleja del espíritu del célebre escritor, de su sentido del absurdo, de pesadilla envuelta en casualidades e incoherencias, de injusticia gratuita y prepotencia de un intocable poder judicial. Júzgala tú, lector, desde tu cómodo sillón a donde no llegan las frustrantes turbulencias de los pleitos.

“Mi querido amigo: te envío esta carta porque a lo mejor la puedes publicar en “Vistazoalaprensa.” No dejará de tener su utilidad como aviso para crédulos, ingenuos y despistados que tienden a confundir el tocino y la velocidad, o de otro modo, libertad y democracia. Estaba trabajando tranquilamente en mi ordenador un día martes a eso de las doce del mediodía cuando sonaron en la puerta de mi apartamento unos golpes. Abrí. Eran dos policías que medio a medias me enseñaron un papel. ¿Es usted, - me preguntaron -, el señor de este nombre? Leí y sí, era yo. Tiene que venir con nosotros, determinaron.- Pero, ¿por qué? - Ya se lo dirán, replicaron secamente. Me sentaron en los duros asientos traseros de un coche patrulla y me condujeron hasta un garaje subterráneo. Allí me entregaron a otro policía quien me despojó de todas mis pertenencias, reloj, cartera, documentos, y me esposó pies y manos. - Pero, ¿qué he hecho?, pregunté. - Ya se lo dirán.- ¿Puedo llamar a mi abogado? - No. Y cállese ya. –

Me arrojaron, - la palabra es exacta -, en un calabozo. El grifo del agua, roto; el retrete, out of service, según se dice por aquí; un banco de piedra y un par de metros cuadrados. Pedí algo de comer: soy diabético y no había tomado nada desde las ocho. En respuesta el carcelero cerró la puerta y se fue. En la celda de enfrente había un jovencito que me miraba con curiosidad. - ¿Es la primera vez, verdad?, me preguntó. Pues, mire, tómeselo con calma que aquí van despacio. Además un consejo: no hable y compórtese. Mire, ahí hay una cámara, lo están observando. Cualquier tontería agravará su caso.- Pero si no he hecho nada.- No importa. ¿No le han dicho los cargos?- No.- ¡Uhm! De todos modos, aquí las dos reglas de oro son silencio y sí, su Señoría. Todo lo demás se le cargará en la cuenta.

Pasaba lento el tiempo y para matarlo, -nunca mejor dicho-, me puse a pensar. Sonseras desde luego. O quizá no, que no es lo mismo ver el mundo desde fuera de unas rejas que desde dentro. ¿No es este el país cuya Constitución consagra la presunción de inocencia como un derecho fundamental del ciudadano? Entonces, ¿qué hago aquí? ¿Se estarán violando mis derechos constitucionales? ¿O seré un criminal sin haberme enterado? Sin papeles acreditativos que me han arrebatado a la fuerza, ¿quién soy? ¿Cómo puedo probar mi identidad? ¿Qué pasaría si un funcionario distraído los pierde? Las esposas que me herían la carne en pies y manos me declaraban peligroso y me sometían a una auténtica tortura indigna de cualquier sistema judicial civilizado.

Dejé de pensar para no volverme tarumba. Pero sentí, sin quererlo, desde el fondo de mis entrañas que la fe en algo muy sagrado empezaba a vacilar dentro de mí. Se hundía mi creencia en el respeto que toda sociedad civilizada debe a la dignidad de cualquier individuo. Me degradaban evidentemente, amparados en la fuerza bruta, pistola al cinto, hurto de pertenencias, martilleo insistente del “todos los que vienen aquí se declaran inocentes, “forzado silencio. Lo que me hacían, según el muchacho de enfrente, no era sino el preludio de mi humillación total, mi sumisión absoluta, mi renuncia a cualquier resistencia. Todo eso me sonaba a novela de denuncia política latinoamericana y me recordaba muchas páginas de “El Señor Presidente,” la obra paradigmática de Miguel Angel Asturias.

Al cabo de unas horas, no sé cuántas, apareció un tipo gordo y calvo, vestido de negro, que me arrojó al suelo de la celda, - literalmente -, unos papelajos amarillos y arrugados. Era una orden de alejamiento de cierta mujer que por supuesto conocía. El día anterior me había invitado a cenar con otros amigos. Durante muchos años habíamos sido pareja. Entonces, le dije al gordo, si de esto se trata, supongo que me puedo ir.- Ah, no, replicó, hay contra usted cargos que a lo mejor lo llevan unos días a la cárcel.- Jamás se dignaron mostrarme tales cargos, y en el día de hoy aún no los conozco. Me retuvieron hasta que me hicieron aparecer esposado ante el juez en una sala repleta de gente. Me miró con displicencia y se limitó a decirme que debía comparecer para una segunda vista a los quince días, sin preguntar mi nombre siquiera ni dejarme hablar.

Visto el cariz de las cosas, contraté un abogado de fama. Lo primero que me dijo fue: si quieres que tome el caso, son tres mil dólares. Lo contraté, a ver qué remedio. Me sometió a riguroso interrogatorio. La pregunta fundamental era siempre la misma, si había usado con aquella mujer cualquier tipo de violencia, física o verbal, amenazas, a lo que respondí que jamás. Por supuesto me hizo contarle también la historia de nuestra relación. El día del juicio mi abogado nos sorprendió a todos con una estrategia inesperada, quizá improvisada, quizá preparada minuciosamente. Se enfrentó directamente con el juez, le preguntó si era él quien había ordenado mi detención, pidió que la vista fuese a puerta cerrada. Juez y abogado se alejaron luego a cuchichear a solas. No sé de qué hablarían. Sé que se me retiraron todos los cargos, denegaron a la acusadora todas sus peticiones y del caso no quedó constancia en ningún fichero. Pero ni una sola palabra de disculpa. Así acabó mi experiencia con la justicia en USA, la única que he tenido por aquello de que con jueces, abogados y policías, mejor no tener trato, aparte por supuesto el hecho de que soy un ciudadano honrado.”

Pues, amables lectores, aquí tenéis la carta o lo que sea. Juzgadla vosotros mismos. Por mi parte permitidme algún comentario que a lo mejor no es políticamente correcto, pero que no sería inoportuno debatir en estos tiempos en que proliferan estas equivocaciones. Muchos litigios entre parejas se resuelven hoy a la luz pública como pasto de la televisión y la prensa. Bien está si así se contribuyera a eliminar intolerables abusos y, sobre todo, la muerte de las víctimas. Pero dudo de la eficacia. Los crímenes se multiplican y cada dos o tres días es asesinada una mujer por violencia de género. En general la mayoría de los casos son complicados y complejos, en los que además de la intervención de la justicia, especialmente cuando el componente criminal es evidente, sería necesario el tratamiento psicológico y la educación ética. En estas peleas no está clara muchas veces ni siquiera la culpabilidad.

Por otro lado, la innegable honestidad de muchas acusaciones queda empañada a veces por denuncias que son burdas manipulaciones. Un abogado con quien comenté el caso de mi amigo lo justificó diciendo que a veces la justicia se equivoca, pero que así se evitan daños mayores y que por un inocente implicado se cazan diez malhechores. No concuerdo con él. La justicia no puede equivocarse. Tiene recursos para minimizar los errores y evitar que un inocente acabe como un criminal en el calabozo. Necesita pruebas y si no las tiene, no debe actuar. De otro modo no es justicia, es arbitrariedad, venganza, miedo, prepotencia, irresponsabilidad, peor aún, corrupción. Pero si se equivoca, no sólo debe pedir disculpas, sino compensar a la víctima económicamente porque el sufrimiento a que ha sido sometida nunca se podrá compensar, al mismo tiempo que se castiga a los que se equivocaron y al falso acusador. La justicia no está al margen de la justicia

Finalmente debe desaparecer inmediatamente el trato degradante y mucho más la tortura. Trato degradante es privar de los documentos, insultar, hacer comentarios culpabilizando, exponer al detenido al público. Tortura es toda coacción física y psicológica. Hace un par de años, a propósito de Guantánamo, el gobierno americano tuvo grandes dificultades en definir la tortura. Se trataba de fenómenos como la picana, los interrogatorios interminables bajo la luz intensa o la música atronadora, el ahogamiento fingido. Sería conveniente que las naciones Unidas u otros organismos la definieran de una vez por todas y fuera eliminada en todas las constituciones del mundo. Para mi tortura son esposar e inmovilizar al detenido, privarle de comida decente y baño, el aislamiento, las celdas de castigo y otras lindezas de nuestros sistemas judiciales. Mientras todo eso no desaparezca, la justicia no merece ese nombre

http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?Id=5469

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