miércoles, julio 27, 2011

Felix Arbolí, El día de los abuelos, hoy 26 de julio

El día de los abuelos, hoy 26 de julio

Félix Arbolí


E N un programa televisivo acaban de lanzar la idea de celebrar el “día de los abuelos”, coincidiendo con la fiesta de San Joaquín y Santa Ana, los padres de la Virgen y por lo tanto, abuelos de Jesús. Para los que aún lo ignoren, el 26 de julio. Aunque la idea me parece acertada y merecida, independientemente de que sea parte interesada, como abuelo por partida triple, he de aclarar que no es nueva. Recuerdo que hace ya tiempo, cuando las festividades y eventos religiosos tenían importancia en nuestro país, ya se intentó celebrar e instaurar en esta fecha el homenaje a nuestros mayores, los “grandes padres” y “las grandes madres” como les llaman franceses e ingleses. Aquí en España y más en los tiempos que corren, salvo honrosas excepciones, los hemos convertidos en útiles colaboradores cuando por su edad y condiciones físicas aún pueden valerse y servirnos de ayuda, o en cargas familiares poco soportables cuando sufren los inevitables achaques y torpezas de la edad o asisten a nuestras reuniones sociales y tratan de exponer sus opiniones o intervenir en nuestras charlas y opiniones.

Desgraciadamente no llegué a conocer a ninguno de mis cuatro abuelos. Cuando aterricé en Chiclana ya hacía años que el último de los cuatro había pasado a mejor vida, que es un decir. Nunca he sabido que tipo de sentimientos, sensaciones y vivencias proporcionan estas entrañables figuras familiares. Sé que de pequeño no podía remediar la tremenda envidia que sentía hacia esos compañeros de clase o andanzas infantiles, cuando les veía junto a sus abuelos a las salidas del colegio, al paseo por el parque o al disfrute de juegos infantiles, siempre bajo la atenta mirada de ese venerable y solícito anciano. Entonces, cualquiera que pasara de los 50 años era un anciano para mí.

Sé que me he perdido momentos insuperables y recuerdos imborrables ante la premura con la que se fueron esos entrañables seres que tanto hubieran significado en mi vida. No saben la suerte que tienen los que aún pueden disfrutar de su cariño, su abnegación y su entrega total en cuerpo y alma, a pesar de que en algunas ocasiones hayan podido hacerles perder los nervios y soltar el resoplido ante su insistencia en protegernos, ayudarnos y compartir con nosotros sus valiosas experiencias.

Recuerdo que cuando se casó mi hija, primera que dio ese paso, me asustaba la idea de que me convertiría en abuelo. Tenía la sensación de que con la llegada de los nietos mi vida iba a perder gran parte de su utilidad y atractivo. Que iba a engrosar el número de los que casi arrastrando los pies llevaban en una mano la cartera de los libros del nieto y en la otra la del pequeño o pequeña, como única misión a cumplir ya en la vida. Era como iniciar ese declive que todos tememos y la llegada de esos años que corren como meses mientras nos llenan de arrugas y molestias. Cuando nos asomamos al espejo y vemos reflejado un rostro que nos resulta familiar, aunque un tanto irreconocible. Mi hija, que conocía mis inquietudes y manías, no sabía cómo informarme de la manera menos impactante que estaba embarazada. Le acompañaba el marido, el bueno y maravilloso de mi yerno, para ayudarla a pasar ese Rubicón. Cuando la oí, en lugar de contrariarme o considerarlo como algo negativo a mi afán por no envejecer, me dio una gran alegría y me ilusioné con la llegada de ese nuevo ser a la familia.

La llegada de Juanito, fue uno de los momentos más importantes y entrañables de toda mi vida y la sensación de saberme abuelo algo indescriptible. Nunca pensé que fuera algo tan hermoso y maravilloso ver a ese tierno y dulce “cabezón”, revolviéndose en la cunita y haciendo gorgoritos. Y desde entonces, si hay algo de lo que me sienta feliz, realizado y orgulloso es de haber contribuido de manera tan directa y eficaz a la llegada de ese nuevo y diminuto personaje que acapararía las horas más gratas de mi vida en una renovada e idéntica versión de la que experimenté con la llegada de mis propios hijos.

Creo que los nietos llegan en el momento más oportuno de nuestras vidas. Cuando la vela de la vida parece oscilar y nos damos cuenta que ya estamos casi de sobra, pues el momento ya no nos pertenece, corresponde a la otra generación, la de nuestros hijos. Cuando los días se llenan de recuerdos y añoranzas y las noches se pasan insomnes preñadas de sueños incumplidos y esperanzas rotas. Vemos a nuestros hijos en sus luchas y jaleos, nos congratulamos de sus éxitos y nos preocupamos de sus posibles fallos, pero en la mayoría de los casos no podemos tomar parte activa en sus problemas, porque ya somos espectadores en una época en la que estamos como de prestados. Y gracias a los nietos, necesitados de nuestros cuidados, atenciones y mimos ,- la misión educadora y correctora corresponde a los padres-, nos sentimos de nuevo útiles y necesarios. Nos vemos capaces de hacer algo positivo por esos pequeños diablillos que nos miran y preguntan como si fuéramos auténticas enciclopedias por todos cuantos asuntos les llaman la atención y saben que “abu”o “yayo”, les sacarán de dudas. Y entonamos ese himno de alabanza a Dios y a la Naturaleza por hacernos sentir una vez más la inenarrable sensación de ser nuevamente “padres” , aunque no los hayamos paridos. Ellos constituyen el testimonio más contundente de ese amor que dio origen a sus padres y a ellos mismos, en una sucesión que pueden llegar a siglos y milenios aunque los que la iniciamos ya hace mucho tiempo dejamos a este mundo.

Tengo tres nietos. El mayor de veinte años, es un chaval magnifico, serio, responsable , -dentro de la responsabilidad que se le puede dar a jóvenes de su edad-, que no es muy expresivo en sus manifestaciones cariñosas, pero sé y me consta que formo parte importante y querida en su existencia. La segunda, es mi ahijada y tiene 15 años, la edad del pavo, que no de la pava, aunque ya empiece a pelarla como todas las de su edad. No es por lo que dicen de que esa edad es de la niña bonita, pero en este caso el dicho tiene todo el fundamento y la razón para afirmarlo. ¡Menuda juventud la que viene pidiendo guerra!. Es un bellezón de cara, estilo, hechuras y miradas, que va a traer de cabeza a sus padres. Yo la llamo “mi princesa” desde pequeña, y a pesar de su altura y demás, lo sigo haciendo y ella me lo tolera porque sabe que es de puro cariño. La tercera, tiene cinco años, es de mi hijo el pequeño, a la que llamo “la sonrisa de Dios” y la que me hace sentir un tanto pesaroso porque sé que me voy a perder los acontecimientos más bonitos e interesantes de su vida. Cada vez que me llama “abuelo” y me alza su bracitos para darme ese beso que no le he pedido, se me cae la baba y me siento transportado a un mundo desconocido y maravilloso. Los tres forman la parte más bonita de esta época de mi vida y no miento cuando afirmo que a veces los antepongo a mis propios hijos porque en ellos veo esa varita mágica que Dios mueve a veces para endulzar momentos de tristeza y nostalgia, haciéndonos comprender que mientras ellos formen parte de mi vida tengo intacta la ilusión de seguir en el mundo de los vivos.

Mis felicitaciones a todos los abuelos en este día y a los nietos una simple recomendación, que no dejen de querer y comprender, a pesar de los posibles achaques, a esos seres que están a punto de llegar al final de su maratón. Dichosos ellos que pueden gozar de su compañía.

http://www.vistazoalaprensa.com/contraportada.asp?Id=2764

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