miércoles, octubre 06, 2010

Fernando Rodriguez Genoves, Luis Vives, vivo

miercoles 6 de octubre de 2010

El Catoblepas • número 104 • octubre 2010 • página 7


Luis Vives, vivo

Fernando Rodríguez Genovés

Breve semblanza biográfica e intelectual de Luis Vives, nacido en Valencia en 1492, filósofo y, según Ortega y Gasset, el primer antropólogo que ha existido


El mismo año que Cristóbal Colón desembarca en América y que Erasmo deja atrás el convento y emprende la travesía hacia lo que será su particular nuevo mundo y nueva vida de peregrinaje y escritura, en el año 1492, digo, nace en Valencia, para Europa y el mundo, Juan Luis Vives{1}. Según la puntual acotación de Ortega y Gasset, «Mil cuatrocientos noventa y dos tiene muy poco de número. En verdad, es el nombre propio de la forma que la vida colectiva tenía en esa edad en Occidente.» (José Ortega y Gasset, Luis Vives y su mundo).

La vida y el pensamiento de Vives están muy unidos a los de Erasmo, hasta el punto que ser considerado como uno de los filósofos más representativos del erasmismo, no sólo español sino mundial (como, por otra parte, sólo de este modo puede ser denominado el acreditado y cosmopolita erasmismo). Comparten amistad, amor por las letras, aprendizaje mutuo, humanismo clásico pero progresista: ¿puede concebirse patria más superior que la que crea esta humanidad de semejantes? Del mismo modo que Erasmo, Vives fue un filósofo errabundo e independiente, que se aleja de todo lo que amenaza con atarle de cuerpo y alma.

Estudia en la Universidad de Valencia, pero no se siente satisfecho con lo que en ella pretenden enseñarle. Se traslada a París, anhelando aires más renovadores y limpios, y allí sólo halla escolasticismo y mezquindad renovada, cuestiones quodlibetales que ocupan los menesteres profesorales de los que querían ser sus maestros, y que mereció en justo canje el dicterio que anunció la despedida: «En París se enseña a los jóvenes a no saber nada».

Un año más tarde, en 1512, atraído por la estela de Erasmo fija la residencia en Brujas, ciudad en la que transcurrirá la mayor parte de su corta vida; allí muere el año 1540 cuando había cumplido cuarenta y ocho años. Como Erasmo, Vives escucha con más claridad la voz de la razón universal que la llamada de la patria chica, escribe en la lengua mater, que es el latín, y se mantendrá la margen de las disputas académicas, teológicas y políticas cuando suben de tono.



En el año 1522, queda vacante la cátedra de latinidad en la Universidad de Alcalá, al fallecer su ilustre predecesor Antonio de Nebrija, plaza que le es ofrecida. Vives pasa de largo. Las cercanías y el lustre no son los vehículos para los que está hecho el talante explorador y buscador de los que pertenecen a la casta de los filósofos errantes. Vives guarda algunos recuerdos y mantiene muchas distancias con el pasado y el origen. Decide, entonces, mudarse a Inglaterra, donde aprecia más atrayente el empleo de preceptor o de lector circunstancial (de la princesa María Tudor y de la reina Catalina de Aragón, respectivamente) que el de docente. En tierras nórdicas, piensa Vives, podrá recibir más cerca el eco de Erasmo, en detrimento de la robustez del estrado escolar español, tan lejos de donde se gestaban las renovaciones espirituales. En Inglaterra permanece cinco años, desde 1523 hasta 1528.

El emperador Carlos V emprende la campaña de Europa cuando el joven Vives abre el espíritu por todo este territorio. Son tiempos de apertura al mundo. El espacio físico y mental del pensamiento medieval está confinado en los reductos finitos de los monasterios y las abadías donde cohabitan manuscritos y monjes, en una prédica común en pos de la inmortalidad y la infinitud. El siglo XV se expande por todos los confines del Universo, y en todos los frentes, desde los militares a los geográficos, desde los políticos a los estéticos, desde los cosmológicos a los teológicos. El saber, tanto tiempo relegado al ámbito del convento, se dispone a emprender altos vuelos. Sin concentraciones y sin contemplaciones que paralizan, el sentimiento nuevo es de movimiento: Mobilis in mobili.

Erasmo no soporta los aires asfixiantes del enclaustramiento y la permanencia en el convento de San Agustín no es la suficiente para calentar las frías estancias monacales. Pero Lutero, de sangre más caliente, no quiere ser tampoco carne de claustro. A los 22 años ingresa en el monasterio de los agustinos, pero pronto empieza a preparar su particular peregrinación a Roma, y así en el año 1510 entra en la Ciudad Santa como anticipo de lo que se va a gestar años más tarde cuando le declare la guerra abierta, no en los estrechos espacios de patios interiores ni en las aulas sino en campo abierto: «Hay que seguir la obra de Dios en el mundo.», declara.



Con este cambio de perspectiva, la teología protagoniza un giro hacia la antropología, tarea de la que no será ajeno Vives. El cristianismo afloja la fijación en la contemplación de la naturaleza de Dios, estático pensamiento del propio pensamiento y primer motor inmóvil, según las enseñanzas recogidas en el aristotelismo, tomando ahora la figura de Cristo, Dios humanizado, como centro del sistema. No abandona la espiritualidad, pero se materializa en parte. La cristiandad, personificada en el cuerpo místico de Cristo, distingue entre el Hijo, que representa la cabeza, y los hijos, que simbolizan los otros miembros, por ejemplo, las piernas.

Y si es bien cierto que el movimiento se demuestra andando, no lo es menos que las piernas están hechas para caminar. Los pensadores de este tiempo, en consecuencia, se ponen en marcha, en el camino hallarán las claves de la nueva espiritualidad: «Déjalo todo y sígueme».



Refiere Ortega en el ensayo sobre Luis Vives y su mundo la secuencia en la que en el año 1531 «Vives convida a comer en su modesta casa de Brujas a Iñigo Yáñez de Azpeitia, que luego se llamará Ignacio de Loyola.» (José Ortega y Gasset, op. cit.). Poco sabemos de aquel encuentro. Pero no es gratuito trazar una semejanza entre el bronco encuentro que desunió a Erasmo y Lutero y este otro cruce de caminos. Por un lado, Vives, anfitrión, hombre que rehuye las querellas y los desafíos, pero que cree firmemente en los valores de la buena educación y de la cortesía, los valores de la civilización, el hombre que escribe De concordia et discordia generis humani en favor de la paz y de la conciliación.

En el otro extremo de la mesa, Ignacio, fundador de la «Compañía de Jesús», gran capitán de la fe, hombre de espada justiciera y misionera. Dos hombres sentados frente a frente, aunque no enfrentados. No llegan a las manos: no lo permiten las reglas de la cortesía. Vives, como Erasmo, tampoco ha sido ganado para la causa del Bellum pacis est causa. Cada uno, pues, seguirá su camino.

Vives, como Erasmo, pasan por la vida con la obra ágil y amable, ligeros de equipaje, productos espirituales de un itinerario que no finaliza en Basilea ni en Brujas. Pioneros de lo moderno por venir, niegan que todos los caminos conduzcan a Roma o que aventura signifique Cruzada. Más bien se unen a la tripulación de navegantes y cosmólogos, gobernados por Magallanes y Copérnico, en dirección al ámbito expandido, el propio de la humanidad plena.

Nota

{1} Ofrecemos aquí la versión electrónica del capítulo 9.2. (Parte IV: El ámbito expendido: erráticos y vagamundos, págs. 204-207) de mi trabajo, Saber del ámbito. Sobre dominios y esferas en el orbe de la filosofía, Síntesis, Colección La voz escrita, nº 1, Madrid, 2001. He introducido algunas pequeñas variaciones con respecto al texto original, siempre por motivos de corrección gramatical y de estilo. El manuscrito que sirvió de base al libro fue galardonado con el Premio de Ensayo Juan Gil-Albert, en el marco de los Premios Literarios Ciudad de Valencia 1999.


http://www.nodulo.org/ec/2010/n104p07.htm

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