jueves, agosto 26, 2010

Alejo Vidal-Quadras, El Corán en la Zona Cero

jueves 26 de agosto de 2010

Alejo Vidal-Quadras | El Corán en la Zona Cero

La polémica sobre la construcción de una gigantesca mezquita junto a la Zona Cero transcurre llena de pasión, pero sobre bases equivocadas. El principio de libertad de culto, uno de los grandes logros de las sociedades abiertas, no está en discusión y, por consiguiente, el argumento de que oponerse a un monumental templo islámico en una determinada ubicación de Manhattan significa una falta de respeto a la libertad religiosa carece de rigor. Aquí se trata de si ese concreto emplazamiento, exactamente en el espacio físico y simbólico del más atroz atentado suicida del fundamentalismo islámico, resulta apropiado en términos políticos, morales y psicológicos. Dentro del escrupuloso cumplimiento del principio de libertad de creencias, habrá cosas cuya realización sea adecuada y otras que no. Pues bien, este proyecto concreto es pura y llanamente un disparate. El terrorismo suicida es una modalidad específica de este tipo de crimen que obedece a motivaciones muy especiales. Los etarras, sin ir más lejos, también asesinan a gente inocente e indefensa, pero jamás arriesgan su propia vida. De hecho, han renunciado a determinados ataques porque no ofrecían la suficiente seguridad para ellos. Los miles de suicidas que han muerto en nombre de Alá en mercados, embajadas, discotecas, hoteles o cualquier punto en el que el daño causado fuera lo bastante espectacular y extenso, buscaban la muerte y su sacrificio es invariablemente un componente esencial de la operación. La explicación es, obviamente, de orden religioso. Un terrorista agnóstico o ateo, como es el caso de los miembros de ETA, persigue con sus horribles delitos objetivos de este mundo, la independencia del País Vasco, el socialismo igualitario, u otros absurdos de gran calibre, y su horizonte temporal se circunscribe al calendario de su existencia terrenal. El integrante de Al-Qaeda que hace volar su cuerpo transformado en bomba rodeado de mujeres, niños y pacíficos viandantes, trabaja en otra escala de percepciones y de valores, la que dimana de un Libro Sagrado en virtud del cual se le exigirán cuentas durante toda la eternidad. Su inmolación no tiene como causa principal la pobreza, la injusticia, el odio o la demencia, sin negar que alguna o varias de estas circunstancias pueden jugar un papel en ciertos individuos. No debemos olvidar que una mayoría de terroristas suicidas islamistas son gente acomodada, de familias estables, con estudios secundarios o superiores y emocionalmente equilibrados, tal como han demostrado las numerosas investigaciones sobre este colectivo por parte de los servicios de inteligencia occidentales o por departamentos de psiquiatría de máxima solvencia científica. La maldad de sus acciones no es tal para sus autores que, imbuidos de su fe en un futuro trascendente y luminoso, detonan los explosivos con el fin de sumergirse para siempre en una felicidad sin fin. Pues bien, si el origen de uno de los peores horrores que hoy padece la humanidad está en las enseñanzas de un ardiente profeta que predicó en Arabia hace catorce siglos, facilitar que su voz resuene precisamente en el escenario de una de sus masacres más apocalípticas no parece la forma más indicada de respetar a las víctimas y a sus deudos ni la señal más inteligente hacia nuestro más implacable enemigo.

Alejo Vidal-Quadras es Vicepresidente del Parlamento Europeo
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