jueves, marzo 25, 2010

Miguel Martinez, Hideputas (II)

jueves 25 de marzo de 2010
Hideputas (II)

Miguel Martínez

M E van a disculpar mis queridos reincidentes que insista nuevamente en el mismo tema de la semana anterior, pero la verdad es que llevamos una semanita de hideputadas (dícese de las acciones llevadas a cabo por hideputas cuando éstas hacen honor el calificativo de su autor) que tira de espaldas, y si ellos no se cansan de justificar lo injustificable, un servidor no va a cansarse de denunciarlo y de poner el grito en el cielo. A ver si sus contactos allí arriba lo escuchan y les envían un rayo de luz a los que mueven los designios espirituales en la Tierra y, de una puñetera vez, dejan de ofender a la inteligencia y, lo que es peor, a sus víctimas de abusos sexuales.

Por lo pronto, parece ser que los clérigos doblan el porcentaje general de hideputas que todo colectivo posee y que el antropólogo que les citaba en mi artículo de la semana anterior cifraba en un dos por ciento. El cardenal prefecto de la Congregación para el Clero del Vaticano, Claudio Hummes, sitúa en un cuatro por ciento el número de curas pedófilos. Cabría analizar el porqué de este dato, y preguntarse qué pasa entre los curas para que exista entre ellos un porcentaje superior de hideputas al existente en el resto de la sociedad. De todas formas, las estadísticas, según se miren, pueden incluso dibujar realidades distintas. Si revelamos que 20.000 curas –datos del propio Vaticano- son pedófilos (efebófilos, afirman ellos, que parece que no les suena tan mal) concluiremos con que hay un buen puñado de curas hideputas. Sin embargo, si afirmamos que de cada cien curas, a noventa y seis jamás se les pasaría por la cabeza tamaña salvajada, la cosa no suena tan mal. Pero no es de eso de lo que quiere tratar este artículo, ni es ahí donde un servidor quería llegar.

Y es que de lo que se queja este columnista, no es de que haya muchos o pocos curas que se dedican a hacerles guarradas a menores. Que porcentualmente son pocos, ya lo afirmaba quien les escribe en su artículo de la semana anterior, que la enorme mayoría de clérigos son gente honesta nadie lo pone en duda. Lo que a un servidor de ustedes no le cabe en la cabeza es la tibieza –insisto por enésima vez- con la que se trata este tema, la tolerancia que se destila desde quienes tienen responsabilidades sobre esos criminales y la insistencia en echar pelotas fuera justificando esas conductas.

¿Pues no sale el propio Ratziger con lo de “intransigencia con el pecado pero indulgencia con las personas”? (nueva pausa para respirar hondo) Indulgencia es, según el DRAE, “facilidad en perdonar o disimular las culpas o en conceder gracias”. O sea, lo de siempre. Mirar para otro lado, disimular como quien dice “pío, pío, que yo no he sído” y, de paso, echarle la culpa a la revolución sexual –la Conferencia Episcopal se sube al carro del prelado alemán que les citaba en el artículo de la semana anterior- o a la provocación lasciva y perversa de lúbricos y sátiros de doce años.

Mire usted, herr Ratziger, perdone todo lo que quiera, pero no disimule. Uno disimula cuando a un empleado se le escapa un pedo delante de un cliente. Si a su ayudante se le resbala una sonora ventosidad mientras usted se entrevista con una religiosa, hable de lo cambiante que está el tiempo esta semana y, mientras, agarre con disimulo a sor Gertrudis por el brazo para llevársela a espacios más ventilados, pero no disimule cuando sus empleados cometan delitos vergonzosos.

Porque llegados a este punto, uno se pregunta por qué a Ratziger le cuesta tanto condenar sin paliativos a esos degenerados delincuentes con sotana. Si un servidor fuera mal pensado, elucubraría con hipótesis que no se atreve ni a escribir.

Por no hablar de ese obispo de Córdoba, que a colación del tema lo obvia y sale por peteneras señalando que mucho peor son los miles de abortos que se practican diariamente en el mundo, no considerando el obispo, primero: que abortar dentro de los límites establecidos no es un delito, mientras que abusar de menores sí y, segundo, –y más importante- que a nadie se obliga a que aborte si no lo desea, mientras que un abuso sexual a un menor es siempre contra su voluntad, tanto ética como jurídicamente. Mucho peor fue, sin duda, la bomba de Hiroshima, pero ni siquiera eso exime ni un ápice de responsabilidad a quienes cometen delitos sexuales sobre menores. Entre otras cosas porque nada tiene que ver el tocino con el espacio partido por tiempo (velocidad, para los alumnos de la LOGSE).

¿Qué impide entonces a los responsables religiosos afirmar que esas prácticas son intolerables, injustificables, repulsivas y que sobre aquéllos a los que se pruebe su participación en actos de ese tipo debiera caerles encima todo el peso de la ley?

¿O es acaso mucho pedir?

http://www.miguelmartinezp.blogspot.com/

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