sábado, febrero 27, 2010

Tomas Cuesta, Los artistas del hambre

Los artistas del hambre

TOMÁS CUESTA

Sábado , 27-02-10
NO hace ni medio año, el Centro Reina Sofía proyectó, con gran despliegue de pompa y circunstancia, «Hunger», opera prima del londinense Steve Mcqueen en el ámbito de los largometrajes. La pieza del reputado video artista (el video arte, ya saben, es como si fuera el cine con la peculiaridad de que no se entiende nada) relata la pasión y muerte del desdichado Bobby Sands a consecuencia de una tenaz huelga de «hunger». A ver, Zapatero, apunte: «Hunger»-«Hambre». Y añada un apunte al bies por si le pica la ignorancia: el pretendido desdichado era un líder del IRA que quiso doblarle el pulso a la señora Thatcher y que, si bien bajó al infierno, ascendió, de inmediato a los altares.
A los otros diez comparsas que le acompañaron en aquel viaje, la historia les despachó de un bajonazo, con una triste nota a pie de página. Pero la nota, de prensa en éste caso, la dieron los escribas del hospital de las vanguardias que no desperdiciaron la ocasión de recrearse en el «radical chic» y la lisonja irresponsable. «El filme -babeaban los memos exquisitos no hace ni medio año- es "una abstracción" de lo que significa morir por una causa». ¡Acabáramos, hombre: morir por una causa! Ahí se arrebuja la madre del cordero, el busilis, la clave. Qué abstraídos estábamos.
Bobby Sands, en concreto, fue uno de los heraldos del terror y, en abstracto, un querubín, un mártir, que se dejó morir por una causa. Por eso su agonía es una pieza de museo y sus biógrafos pretenden que se le beatifique cuanto antes. «Al amanecer del día 5 de mayo, el alma de uno de los jóvenes más nobles que ha engendrado Irlanda, se encontró cara a cara con su Creador, su Compañero en el tormento y la desgracia». Con un par, sí señor, y, si me apura, con licencia eclesiástica. Áteme usted esa mosca por el rabo y quédese, en mala hora, con la limosna y con el santo.
Mosquea, desde luego, aceptar que en estos páramos la decencia ya no tiene arte ni parte. Que no habrá ningún perito en artificios, doctor en arterías o licenciado en artimañas que se juegue el bigote mesándole las barbas al caimán de La Habana. Que nadie intentará matar el Hambre que ha segado la vida de un albañil cubano mientras se empachan con el glamour de «Hunger» y el desafío estético de la bomba lapa. Armando Zapata es un cadáver tan real, tan descarnadamente humano, que no admite los pésames de avío, ni la retórica de catón y formulario. Sólo el dolor que duele le sirve de mortaja.
Los profesionales de la indignación a tanto alzado, las plañideras de alquiler, los voceros que gruñen al unísono al escuchar la voz de mando, se callan hoy como curtidas jineteras y, en lugar de ir al trote, van al paso. La penúltima víctima de la castroentiritis no se corresponde, al parecer, con el estándar de los que no vacilan en morir en aras de una causa. No era palestino, ni irlandés, ni siquiera era vasco. Aspiraba a ser libre el infeliz, no le cogía el gusto a la resignación castrada. Vamos, que, en cierto modo, se podría afirmar que se murió de gula e incluso que no ha muerto sino que ha desertado.
En uniforme o en chándal, Fidel Castro continúa ejerciendo las funciones de Circe caribeña (caribeña, en efecto, no caribe: los deslices genéricos los subsana su hermano) y aquellos que le rondan se transforman en cerdos de inmediato. Cochinos politicastros, intelectuales chanchos, puercos estilizados. Cuando los asesinos pasan por piezas de museo, a los asesinados se les mete a barato.

http://www.abc.es/20100227/opinion-firmas/artistas-hambre-20100227.html

No hay comentarios: