miércoles, diciembre 16, 2009

La perversa estrategia de negar el Holocausto

16 de diciembre de 2009
La perversa estrategia de negar el Holocausto
El nazismo usó ocultamiento e impunidad para perpetrar su masacre e intentar borrarla. La humanidad retrocede hasta la peor escala moral si admite los discursos negacionistas. Por: Daniel Rafecas
Fuente: JUEZ FEDERAL, CONSEJERO ACADEMICO DEL MUSEO DE LA SHOA, BUENOS AIRES

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La planificación de un genocidio por parte de sus perpetradores siempre conlleva dos aspectos bien definidos: por un lado, la destrucción física del grupo humano elegido como enemigo; por el otro, la estrategia de absoluta impunidad que habrá de imponerse a continuación, no sólo para sortear cualquier tipo de enjuiciamiento criminal, sino también para perpetuar los efectos del exterminio en la cultura imperante.

Es por eso que un genocidio no sólo persigue el exterminio de hombres, mujeres y niños en un momento determinado; su erradicación procura la desaparición de la minoría perseguida de una vez y para siempre: borrarlos de la faz de la tierra, como si nunca hubiesen existido. Así, la existencia de la minoría perseguida y destruida, en la cultura impuesta por los genocidas, pasa a ser, en las décadas siguientes, un mito, un rumor. Se procura erradicar no sólo su existencia, también su historia, su cultura, sus raíces. Es que si aquel pueblo jamás existió, entonces tampoco tuvo lugar su criminal desaparición.

La empresa genocida más acabada y bestial, emprendida a partir del empleo de los artefactos modernos más sofisticados, fue la que llevaron a cabo los nazis respecto del pueblo judío, durante la segunda guerra mundial el siglo pasado. En tal sentido, Hitler y sus huestes no lograron el objetivo en forma definitiva, pero sus planes tuvieron un significativo avance entre 1941 y 1945: de los once millones de judíos europeos cuyo exterminio habían procurado, más de la mitad fueron asesinados, entre ellos un millón y medio de niños.

Pero los nazis no sólo se ocuparon del aspecto material del genocidio judío, también dedicaron ingentes esfuerzos al día después a que el exterminio hubiera llegado a su fin, a que el último judío europeo hubiera sido gaseado. Heinrich Himmler lo dijo a sus oficiales en 1943: se trataba de una historia de la que nunca se habló ni se hablaría en el futuro.

La perversa estrategia de ocultamiento e impunidad les fue frecuentemente transmitida a los cautivos judíos por los perpetradores; es muy frecuente leer en las crónicas y biografías de sobrevivientes de la Shoá las soberbias y desafiantes arengas de los captores: nadie quedaría entre las víctimas para contar lo que pasó, y aun cuando alguien escapara al exterminio ¿quién le iba a creer a un pobre judío, privado de familia, amistades y comunidad, frente a la "verdad" monolítica del nazismo victorioso? Claro que la derrota a manos de los aliados impidió que esta estrategia pudiera hacerse realidad.

Sin embargo, aun con la Alemania de Hitler devastada y convertida en una pesadilla del pasado, retazos de aquel mecanismo de cerrojo a la verdad histórica siguieron en pie, pues no todos los vencidos quisieron rendirse ante la evidencia de que habían formado parte del crimen más espantoso que el hombre moderno haya visto.

Ese mismo mecanismo de defensa ha sido empleado, en las décadas siguientes y hasta nuestros días, por aquellos que miran con nostalgia el estado de cosas establecido por los nazis y otros movimientos fascistas en la Europa de entreguerras. Claro que para asumirse partidario del neonazismo hay que defender sin vacilar las consecuencias a las que condujo el discurso del odio racial: la matanza planificada de millones de inocentes, por el solo hecho de habérsele atribuido, de un modo cruel y arbitrario, ciertas condiciones que los identificaban como miembros de una raza enemiga, o inferior.

Como los neonazis saben perfectamente que Babi Yar, Ponary, Treblinka o Auschwitz son palabras que producen un efecto demoledor frente a sus balbuceos ideológicos, el único modo que les queda de intentar defender sus trasnochados postulados es negando la existencia de aquellos episodios. Es aquí donde aparece la funcionalidad del negacionismo. Es que el Holocausto constituye una barrera moral absolutamente infranqueable para quienes hoy en día pretenden detentar la ideología que precisamente condujo a aquella catástrofe. El único modo de superar este formidable obstáculo es poniendo en duda que lo que pasó haya tenido lugar efectivamente.

Pero este ensayo discursivo es imposible de sostener seriamente. Estamos hablando del episodio histórico más documentado de la historia reciente. Y para colmo, en la actualidad, disponemos de casi todas las evidencias a un click a través de Internet.A quienes no se conformen con ello, y además de "documentarse", quieran ver con sus propios ojos los vestigios del horror, no hace falta que recorran las barracas del campo de exterminio de Birkenau, con su sordidez y su carga de muerte; ni que se introduzcan en las cámaras de gas de Majdanek, para ver el aterrador tono azulado adquirido por paredes y techos debido al empleo incesante de los cristales de cianuro de hidrógeno. Basta con una visita al cementerio judío de Varsovia. Un predio vastísimo, doscientas cincuenta mil tumbas, en un estado de abandono absoluto, como si el tiempo se hubiese detenido allí por 1943. Desde aquel entonces, aquellas miles de tumbas quedaron sin nadie que las visite. Como dice Tzvetan Todorov, el exterminio de los judíos tuvo ese efecto suplementario: el de dar muerte por segunda vez a los muertos anteriores, los del siglo XIX; desde ese momento no había ya más memoria que pudieran habitar.

Está claro que el progreso de la humanidad, el evitar que Auschwitz se repita, sólo podrá lograrse preservando la memoria de lo acontecido. Extrayendo las enseñanzas del pasado. Honrando a las víctimas. Todo ello, el exacto opuesto de los discursos negacionistas.

http://www.clarin.com/diario/2009/02/12/opinion/o-01857238.htm

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