jueves, marzo 05, 2009

Juan Orellana, Gran Torino

jueves 5 de marzo de 2009
CINE
Gran Torino
Por Juan Orellana
Con guión de Nick Schenk, el último film del casi octogenario Clint Eastwood nos cuenta la historia de Walt Kowalski, un veterano de la guerra de Corea, que acaba de enviudar. Es un hombre intratable, gruñón y amargado, que tiene una relación muy tensa con sus propios hijos. De mentalidad ultraconsevadora, está lleno de prejuicios hacia los inmigrantes de otras razas y para más inri en el barrio está rodeado de orientales que pertenecen a la etnia hmong, del sudeste asiático.

El día que decide intervenir en una pelea entre orientales que tiene lugar en su propio jardín marcará un punto de inflexión en su vida que ya no tendrá vuelta atrás.

Clint Eastwood ha visto la luz. Después de visitar tantos infiernos, Eastwood da el paso que no quiso dar en Million Dollar Baby. El paso redentor de llevar a su personaje hasta las últimas consecuencias de una conciencia íntegra. Y lo hace en un film de tono ligero, incluso inhabitualmente humorístico, de sencilla producción y planteamiento estético convencional. Ahí precisamente es donde Clint Eastwood demuestra su grandeza: en la capacidad de contar una gran historia de una forma sencilla y desnuda. Incluso el personaje que él encarna es un héroe vestido de antihéroe, que no da importancia a su propia grandeza.

Gran Torino es en el fondo una historia de maduración clásica, pero en un hombre de ochenta años. Una maduración que consiste en abrir la mente y aprender de quien crees que no puedes aprender nada. Como le espeta el personaje del sacerdote católico: "Sabes mucho de la muerte, pero muy poco de la vida". Hay dos figuras clave en este renacimiento de Kowalski, el citado sacerdote –el padre Janovich–, y la joven Sue (la debutante actriz Ahney Her). Los dos saben ver más allá de la opaca apariencia del insoportable Kowalski, ambos ven su humanidad oculta y por ello serán capaces de poner en marcha el nacimiento del nuevo Kowalski, en la línea paulina de paso del hombre viejo al hombre nuevo. Esta metáfora cristiana no está traída por los pelos, ya que al final del film los referentes iconográficos a Cristo son evidentes. El catalizador de esta redención del personaje –redención literal en la escena del confesionario– es el joven Thao, "el Atontado" (interpretado por otro debutante, Bee Vang), un chico que encarna la maduración del adolescente. Thao es un acobardado chaval que es introducido por Kowalski a la realidad de la vida: el trabajo, las relaciones afectivas, la autoestima... y aprende de la vida y de la muerte lo que su mentor sólo reconoce al final de su existencia.

Son ya muchos los críticos que ven en la propuesta esperanzada y redonda del film un inconveniente o un defecto, como si de esta forma Eastwood se alejase de la seriedad perpleja de su cine anterior. Pero lo cierto es que el cineasta se libera de sus propias ataduras que durante años le tenían anclado a una cierta visión oscura del hombre y de la vida. Gran Torino, además de la cuestión antropológica descrita, supone una invitación a superar los prejuicios culturales que los masivos movimientos migratorios están generando en todo Occidente. Una superación que, si es verdad lo que propone el film, sólo es posible si se atiende a la común humanidad necesitada que subsiste bajo cualquier tradición o capa cultural. En fin, una oxigenante y muy estimable película.

http://iglesia.libertaddigital.com/gran-torino-1276236332.html

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