viernes, marzo 27, 2009

Felix Arbolí, Los puntos sobre las íes

viernes 27 de marzo de 20009
Los puntos sobre las íes

Félix Arbolí

N UNCA me figuraba que un comentario sobre el Papa actual y el uso del preservativo iba a levantar tanta marejada. Por lo que veo, amigo Miguel, tienes el don de levantar ampollas en más de uno y de recibir las más fervientes alabanzas por parte de otros. Es lo que se espera de todo artículo que refleja una opinión en asuntos que al parecer conciernen o interesan a gran número de personas. Te felicito por ser capaz de movilizar a tanto lector y compañero en defensa o crítica de tu articulo. Mi intervención, que como sabes no obedece a motivos personales ni negativos hacia tu persona a la que aprecio y admiro, ha servido para que me suban al carro de los intolerantes y me tachen de meapilas de sacristías. Lo que más me ha dolido, ha sido el comentario de personas con las que jamás quisiera enfrentarme. Me he visto como un ser arcaico y desfasado, sin que me hayan dejado el menor resquicio una duda razonable sobre mi manera de pensar, ni ofrecer un posible respeto a mi “equivocada” posición. No esperaba que intervenir en tu foro me trajera tantos calentamientos de cabeza y decepciones. Es bueno tenerlo en cuenta para abstenerme en lo sucesivo de opinar sobre determinados asuntos que por lo visto tanto ofenden a algunos y enmudecen a los que puedan identificarse conmigo. ¿O es que me encuentro solo en esta cuestión?.

La culpa la tengo yo por hacer ese comentario dirigido al amigo y compañero sin ánimos de disputas. Les puedo asegurar que de ahora en adelante y en estas páginas pueden opinar sobre Papas, iglesias, santos y demás, que pasaré olímpicamente del tema. A mí no me cogen otra vez como cabeza de turco y ejemplo de intransigencia y evitaré esa espiral de críticas e incomprensiones que me están lanzando desde todos los ángulos como si yo fuera el guardián del Vaticano, al que sólo he ido en visita turística. Hasta han intentando conocer y controlar las veces que he realizado el amor con y sin esa funda de la discordia. Como si ese detalle fuera necesario para juzgarme y conocerme. Es realmente impresionante la fobia que despierta el Papa entre nuestros lectores y más aún comprobar que no leído una sola línea intentando defenderlo, no por quien es, sino por lo que representa. Tengo que ser yo el idiota que lo haga, aunque no sea asiduo a misas y sacramentos y menos ahora que me han decepcionado con tanta hipocresía y cinismo, porque los que blasonan de católicos practicantes y hacen galas de su religiosidad se han mantenidos callados por miedo a verse zarandeados públicamente. Claro, como no se hablaba a favor o en contra de Zapatero, que es su Anticristo particular, no merecía la pena intervenir. La acostumbrada cobardía de los que se dan golpes de pecho en los oscuros rincones del templo, para evitar que los vean y reconozcan, porque se acobardan de su cristianismo. Puede ser también que hayan querido demostrar que tenemos un Papa nefasto y por ello se han mantenido al margen de la polémica.

Cada día estoy más convencido de que los valores morales y religiosos son vestigios del pasado que ya no se llevan, ni se tienen en cuenta. Para mi han dejado de tener importancia. No merece la pena exponerse al ridículo y a la sátira por intentar defender lo que resulta indefendible. Y no lo digo por el artículo de mi compañero sobre el señor Joseph Ratziger, (ya no le llamo Papa para no sentirme zarandeado de nuevo), que está en su perfecto derecho de opinar de esa manera, ya que son sus puntos de vista y creencias que deben respetarse, sino por los que llevan la cruz sobre sus pechos, más como adorno y en oro, que en su mente y en su corazón como símbolo de su fe.. Son los que yo llamo católicos de pacotillas y Jesús llamaba sepulcros blanqueados, que sólo alzan su voz en los coros de las misas donde no se sienten amenazados o criticados, pero callan fuera del templo por el miedo a ser descubiertos y acusados como le pasó a Pedro la noche en que condenaron a su Maestro. Hacen bien en mantener su silencio, pero que luego no vengan refregando sus cruces y medallas como si fueran lo más importante de sus vidas, porque a la hora de la verdad solo han tenido el valor de confesar sus sentimientos y defenderlos, los que no se consideran cristianos y defienden su ateísmo sin el menor resquemor. Valientemente. He llegado a la conclusión de que estos asuntos no vuelvan a preocuparme, ni me quiten el sueño viendo a lo que me expongo.

Por defecto o virtud, ya que a estas alturas no sé si ha sido positivo o negativo, fui educado “según las enseñanzas de la Iglesia Católica”, porque tuve una madre que no pasaba una en este terreno tan íntimo y personal. Nunca he presumido de beato, porque entre otras cosas nunca lo he sido, ni de católico ejemplar, por las mismas circunstancias. Sin que ello suponga mérito o error por mi parte. Simplemente he sido una persona que instintivamente respetaba a una serie de personas y figuras, porque me lo hicieron mamar desde que tomé la primera papilla, aunque la realidad me haya demostrado en incontables ocasiones que no era correcta mi postura adoptaba, ya que las personas que había tomado como ejemplo, dejaban bastante que desear. No soy un robot y para algo me ha de valer mi facultad de razonar. Ni que decir tiene que los que rigieron la Iglesia en aquellos años de oscurantismos, inquisiciones y corrupciones, donde más que Papa eran guerreros ávidos de poder y manchados de sangre, me han merecido el desprecio hacia sus personas y actitudes, pero jamás he llegado a pensar que ése era el mandato y la voluntad de Cristo. Juzgar a esas personas, no debe significar el menosprecio a su simbolismo y representación. Creo yo o puede que esté equivocado viendo el panorama. Éste era mi controvertido punto de vista, que ya considero como agua pasada y empeño fallido. .

Siempre me había fascinado esa imagen de Jesús, que nos presentaban sus contemporáneos y seguidores. Me entusiasmaban sus enseñanzas y admiraba sus ejemplos y virtudes. Lo consideraba como un ser excepcional digno de ser respetado y admirado por todos aquellos que juzgan a las personas por sus hechos, aunque ya no esté tan seguro que obedezca a una realidad, viendo como anda el patio y a lo que nos exponemos los que creíamos y respetábamos esas cosas. Somos los cavernícolas del presente y cada vez con menos voces y energías. También he sentido un enorme respeto y veneración por la imagen y el ideal que representa María. No me avergüenza decir que en los momentos más graves, importantes y tristes de mi existencia he acudido a Ella, sin saber a ciencia cierta si me escuchaba o no e incluso si era tal cual la veía con los ojos imaginativos del alma o se trataba de un simple pero bonito espejismo que nos permitían disfrutar para hacernos más llevadero nuestro paseo terrenal. Mi fortuna o problema, ( a estas alturas y con tanto lío he llegado a la conclusión que no sé, ni entiendo nada), fue que tuve una educación y crianza de mucha necesidad económica, pero excesiva dosis religiosa. Y esto cuando se abre uno a la vida y empiezan las nuevas sensaciones y experiencias es muy duro de soportar y comprender. Mi madre fue más religiosa que maternal, aunque no signifique ni mucho menos que fuera mala madre, todo lo contrario, sino que estaba demasiado influida por la religión y esto hizo que en cuanto acabara mi dependencia de ella, cesaran las obligadas misas, confesiones y comuniones, aunque permaneciera fiel a Cristo, sin necesitar intermediario alguno para comunicarme con Él y hacerle mis confidencias. Hoy siento que hasta me están haciendo salir de ese camino.

Nunca he pretendido influir en las ideas religiosas y políticas de mis hijos, aunque no siempre hayan sido coincidentes con las mías. Estas diferencias, sin embargo, nunca han supuesto un escollo en nuestras relaciones y afectos familiares. Quiero a mis hijos más que a nada del mundo y ellos, estoy seguro que también me quieren. Y esto es realmente lo que me importa y enorgullece y deseo que quede como huella de mi paso por la vida. Creo que con esto queda demostrada mi tolerancia hacia las ideologías, tanto políticas como religiosas, que algunos pretenden poner en duda. Deseo que ellos me recuerden con cariño, me echen de menos y nunca me asocien a la idea del miedo y la intransigencia, con la que a veces asocio a mi infancia. Posiblemente con una madre menos comprometida religiosamente y más comprensiva para perdonar mis errores, yo no hubiera desertado de las estrictas normas eclesiásticas de las que quedé ampliamente saturado. Nada que ver con las emanadas de Dios y nuestros criterios y deberes naturales. Quizás hubiera podido ser un buen cristiano si me hubiesen dejado decidir y obrar libremente, cuando el momento era oportuno, sin imposiciones ni exigencias. . . .

Toda religión tiene enormes “agujeros negros”, insondables y llenos de inquietantes incógnitas, porque son creencias que van ligadas a la intimidad y esencia del hombre y tratan temas que escapan a las limitaciones terrenas, ya que tienen como objetivo el encuentro del Hombre con el Más Allá, del que nadie sabe nada a ciencia cierta, ni ha regresado para contarnos su realidad. De todas formas pienso y creo que toda persona ha nacido con una inclinación natural a forjarse un mundo sobrenatural que debe inspirar su vida y darle esperanzas en un futuro extracorpóreo. Si no, la bondad, el sacrificio, la resignación y el permitir que otros vivan subyugándonos impunemente no tendrían razón de ser y nuestras vidas serían un continuo toma y daca en la que no se respetaría otra cosa que la ley de la fuerza. Aunque, desgraciadamente, esto ocurra hoy en muchos lugares donde prevalecen las tiranías y sufren los más débiles, bajo la protección de un falso sentimiento religioso que lo tolera y en algunos sitios incluso lo fomenta. No siempre las ideas religiosas han marchado al unísono con la verdad, la justicia y la equidad. Incluso se ha matado en incontables ocasiones y aún se continúa matando en nombre de un Dios al que han invocado y hecho responsable de las barbaridades del hombre fanatizado.

Yo pude ver durante mi gravedad y desahucio hospitalario de hace nueve años la luminosidad que nos atrae cuando dejamos el armazón corpóreo y nuestro espíritu, llámenle alma, esencia, soplo vital o como quieran, se levanta y levita y se dirige hacia esa masa incandescente y llena de amor que nos espera tras la muerte. Es algo realmente maravilloso, único, inédito y distinto a todo lo que podamos imaginar. No existe el menor miedo en avanzar hacia esa luz. Se lo garantizo. Por eso he perdido el temor a la muerte, porque sé lo que me espera. No vi. pasar toda mi vida en segundos, ni me acordé de rezar o encomendar el alma, cuando aún tenía lucidez, sabiendo que estaba en los umbrales del más allá. Nada de eso ocurre cuando llegan esos momentos decisivos. Sólo se siente una paz indescriptible y ningún pesar o dolor de lo que uno deja, porque es más fuerte la poderosa llamada de esa luminosidad que todos los sentimientos. Es una visión que se me presentó y recuerdo con toda precisión. He sido pues afortunado testigo de ese luminoso final de nuestra vida. Ignoro si dentro de esa fuerza luminosa hacia donde me dirigía pacífico y feliz, había ángeles, espíritus, Ser Supremo o cualesquiera otros de los que nos han hablado y continúan hablándonos. No ví huríes, ni me encontré con arcángeles. Todo se refería a la visión de ese fuego, del que emanaban y al que se dirigían multitud de chispas de las que yo formaba parte, que se introducían y desprendían de la masa en un continuo ir y venir, como si al término de nuestro periplo terrenal regresáramos a nuestro origen y de él salieran otras chispas para iniciar su recorrido vital. Ignoro todo lo demás.

Yo quiero seguir venerando a Cristo, porque ha supuesto una gran influencia en mi vida, pero no me gusta realizar mis prácticas religiosas como una impuesta obligación, sin que sienta íntimamente esa necesidad. Prefiero a veces entrar en una pequeña capilla de mi calle y allí en la soledad de un rincón charlar amigablemente con ese Ser que pienso debe estar rigiendo todo este tinglado terráqueo y astronómico. Le hablo de mis cosas, cuento mis problemas y le pido soluciones. Directamente, sin necesidad de intermediarios, ni bajo el influjo de una fe poderosa y firme que no es mi caso. No puedo sustraerme, aunque lo intento, a las dudas que todo humano siente sobre el Más Allá y menos tras ese efímero paseo hacia la nada o la eternidad donde me encontré con un escenario totalmente inédito a todo cuanto me han estado contando. A veces, cuando me acuesto y rezo dudo que mis oraciones sean escuchadas o sirvan para algo. Otras, lo hago plenamente convencido de que servirán para preparar mi retorno a esa Paz de la que salí y a la que he de regresar. Cada día me hacen dudar más de todo.

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