miércoles, febrero 25, 2009

Alvaro Delgado Gal, Por qué sentimos vertigo

Por qué sentimos vértigo
... Nunca ha estado la política tan preñada de vendavales como en los tiempos que corren. Merecería como símbolo o emblema el odre de Eolo, ése que desataron imprudentemente los compañeros de Ulises y que arrastró a la nave, entre torbellinos, lejos de las costas de Ítaca y ahcia el proceloso poniente. No sólo parece la política incapaz de sacarnos del aprieto en que nos encontramos, sino que se ha hecho inmensa, gigantescamente, peligrosa...

ÁLVARO DELGADO-GAL

Miércoles, 25-02-09
Dos condiciones deben cumplirse para que una democracia no descarrile y acabe donde Cristo dio las tres voces. Una es de carácter funcional: se supone que el ciudadano sabe para qué servirá su voto en caso de que venza el partido que más le gusta, o poniéndose en lo peor, que menos le disgusta. Sobre la otra... les hablaré dentro de un rato. But first comes first, que dirían por ahí fuera. España está infringiendo, clamorosamente, la primera condición.
Se entenderá mejor lo que acabo de decir si se repara en lo que son los partidos de verdad, en su carne mortal, y no según aparecen retratados en los manuales o en la Constitución. Lo mismo que ciertas abejas ostentan una probóscide peculiarísima, justo del tamaño que permite llegar al néctar escondido en el fondo de la flor, los políticos han desarrollado un talento gremial y eminente: contar votos. El ciudadano de a pie estima, ingenuamente, que asomarse a un cenáculo político le deparará la ocasión de entrar en contacto con los intereses generales. Se equivoca. Aunque abundan las excepciones, cabe afirmar, sin incurrir en la caricatura, que menos hablará un político de cuestiones importantes para los demás, cuanto más fogueado esté en el ejercicio de su profesión. Haga el lector la prueba, y compare lo que se oye - cada vez menos- en el Congreso, con lo que se dice en los pasillos del Congreso. Comprobará que se trata de mundos disjuntos. En el hemiciclo, se escenifican discursos de intención exhortatoria o didáctica. De los pasillos saldrá informado sobre los efectos que una oscilación en Tuy podría tener sobre los resultados que se esperan en Pontevedra. Y poco más.
Esto no es por fuerza malo. Pero puede ser insuficiente. La insuficiencia raya en aguda en momentos como el actual, en que parece haberse cerrado un ciclo y se requiere algo más que ganarle un palmo de tierra al rival. Según empieza a calar rápidamente entre observadores bien situados, no será posible combatir la crisis, una crisis expuesta a convertirse en algo peor que crisis, si no se intenta simultáneamente una gran reforma política. Ésta habría de comprender, como mínimo, una reforma del Estado, crecientemente disperso y difícil de administrar. ¿Está en la hoja de ruta del PSOE, o del PP, recoger el guante y aceptar el desafío? Las señales no son alentadoras. No se hará nada de fundamento si no se inicia una ofensiva doble, o articulada en dos frentes. El primero, es exterior: sería preciso que PP y PSOE, en vez de perseguir su aniquilación recíproca, se apoyaran el uno en el otro para no tener que apoyarse en los nacionalistas. Desde el 93, no ha dejado de avanzarse en dirección contraria. El segundo frente es interior: urge poner freno a la metástasis confederal. Pero los partidos se han fragmentado en núcleos de formato regional que gestionan el sufragio y allegan recursos preciosos para mantener engrasado el aparato a todos los niveles, desde los más altos, a los más bajos. Desmontar el tinglado envolvería un esfuerzo titánico, análogo al que ocupó a las monarquías en el tránsito del Antiguo Régimen a la Edad Moderna. Estando así las cosas, comprendo a quienes, luego de otear el horizonte, experimentan una fatiga aplastante, una desgana preventiva, y prefieren pegar el cuerpo a tierra y adaptarse. Ahora bien, precisamente porque los comprendo, la política, en su sazón presente, me aburre. No como espectáculo, que es fascinante, sino como oportunidad.
A la vez, y paradójicamente, nunca ha estado la política tan preñada de vendavales como en los tiempos que corren. Merecería como símbolo o emblema el odre de Eolo, ése que desataron imprudentemente los compañeros de Ulises y que arrastró a la nave, entre torbellinos, lejos de las costas de Ítaca y hacia el proceloso poniente. No sólo parece la política incapaz de sacarnos del aprieto en que nos encontramos, sino que se ha hecho inmensa, gigantescamente, peligrosa. Ilustraré esto con un ejemplo concreto y referido a un acontecimiento todavía fresco en la memoria de todos: la dimisión del ministro de Justicia. Existía un motivo profundo, perentorio, para que Bermejo resignara el cargo. Su compadreo, en una cacería, con el juez Garzón, la fiscal, y el Jefe de la Policía Judicial, avaló la sospecha de que se había utilizado el aparato del Estado contra el PP, y por tanto, de que se había hecho un uso sectario de la justicia, sean o no exactas las fealdades que la filtración del sumario insinúa. ¿Ha sido este abuso gravísimo lo que ha finiquitado al ministro? Malicio que no. Mi impresión es que lo que ha derribado a Bermejo ha sido una foto: la de su silueta recortándose sobre los venados muertos en la batida de Jaén. La estampa ha producido enojo, y el presidente, cuyo talento mayor consiste en detectar las pasiones que imantan al votante, se ha puesto nervioso y ha optado por hacer con Bermejo el escarmiento que no consideró oportuno aplicar a la ministra de Fomento. Lo que resulta al cabo es que se da el portante a un ministro por una causa lateral, en mitad de una tremolina formidable en que salta a primer término lo que debiera estar en segundo, y en que las protestas del ecologismo ahogan los argumentos más apremiantes de los expertos en Derecho Constitucional. España, en fin, es un gran fresco barroco, herido por escorzos violentos que alteran la perspectiva y marean al más pintado. ¿Qué ocurrirá si se confirman las inquietudes de Zapatero y el PP recupera en Galicia el escaño que lo separa de la mayoría absoluta?.
Lo ignoramos, lo ignoramos completamente. El pasado día diez, en el Congreso, vimos a un presidente que caminaba por la economía a tientas y tropezando con los muebles, como ciego sin lazarillo. Ese hombre extraviado encontró aún fuerzas para oponerse a la propuesta más aireada por los pequeños partidos: convertir el ICO en una casa de beneficencia. Pero la presión es considerable, no todas las voces, en el PSOE y el Gobierno, hablan en un mismo registro, y el propio Zapatero, a comienzos de este mes, puso buen cuidado en subrayar que su idilio con el mundo del dinero se ha acabado y que ahí está él para marcar el compás y plantarle una fresca al lucero del alba. No es impensable que, tras un revés inesperado, llegara a la conclusión de que el marasmo del PP no impide el suyo propio y procurase cobrar aliento metiéndose a banquero nacional, con las enormes franquías a corto plazo, y terribles peligros a medio y largo, que ello conlleva. Nos enfrentaríamos a una sucesión de hechos inauditos, desencadenada por un borbolleo en algunos municipios del noroeste, previa caza sin licencia en los pagos de Sierra Morena.
Lo que se desprende de aquí es el incumplimiento del segundo requisito, que ahora sí me arranco a formular. Una democracia anda seriamente tocada, en aquellos casos en que ganan pertinencia análisis inspirados en la teoría de las catástrofes: fluctuaciones de tercer o cuatro orden pueden alterar el futuro de modo radical, hasta hacerlo completamente impredecible. En principio, el voto es la dosis homeopática que el ciudadano añade para que el mundo que él conoce se incline hacia un lado u otro, en un contexto de relativa estabilidad. El caos imperante nos ha arrebatado toda seguridad, toda sensación de control. El futuro es un caballo que se desboca, tras ser picado quizá por una mosca.

http://www.abc.es/20090225/opinion-tercera/sentimos-vertigo-20090225.html

No hay comentarios: