miércoles, enero 21, 2009

Manuel de Prada, Falsos y aburridos

miercoles 21 de enero de 2009
FALSOS Y ABURRIDOS

Leo en la portada de una revista una frase de apariencia lapidaria que se me antoja facilona e irreprochablemente mema. «Las personas virtuosas son falsas y aburridas», afirma Hugh Laurie, el actor que encarna en la célebre serie televisiva al doctor House, personaje cuyo encanto se cifra en su condición poco virtuosa, o depravadilla. En descargo de Laurie hemos de considerar, pues, que la afirmación está hecha pro domo súa, o sea barriendo para casa, que diría un castizo; también que en su invectiva contra las personas virtuosas comienza calificándolas, precisamente, de virtuosas, lo cual es bastante insólito en una época tan viciosa como la nuestra (permítaseme emplear las categorías de Laurie), en la que el ejercicio de la virtud se ha convertido en una pringadez o marcianada. A sensu contrario, podemos interpretar que para Laurie las personas viciosas (esto es, las que encarnan el espíritu de la época) son auténticas y divertidas; afirmación que, bajo una fachada provocativa, resulta complaciente con quienes se saben viciosos o siquiera depravadillos, al estilo del personaje encarnado por el actor. A esto se lo llama nadar a favor de la corriente, o adular a la mayoría; pero un actor siempre debe adular a la mayoría, que es la que manda, como los bufones de antaño adulaban a los reyes.

Veamos si las personas virtuosas son falsas. Quienes impostan o afectan virtud, en efecto, lo son; pero para impostar virtud hace falta primero que la virtud se haya establecido como regla y que se haya oficializado y que su infracción sea perseguida. En otras épocas hubo muchos falsos virtuosos que se las daban de humildes, o de castos, para después en la intimidad, cuando pensaban que nadie los veía, mostrarse soberbios y lujuriosos. Pero en nuestra época viciosa, ser casto o humilde no es regla de conducta establecida ni fiscalizada por ningún órgano de poder, de tal modo que quien es lujurioso o soberbio puede serlo a mansalva, sin rebozo y despepitadamente, sin temor a que nadie se lo afee, mucho menos a que le den una tunda por ello. Es verdad que nuestra época viciosa ha consagrado otras falsas virtudes sobre las que sí existe fiscalización, y cuya infracción puede ocasionar un castigo severísimo: así, por ejemplo, en nuestra época cualquiera que desee alcanzar cierto prestigio debe mostrarse en público muy preocupado por el cambio climático, aunque luego cuando nadie lo vea haga de su capa un sayo y contribuya al calentamiento global como un descosido, siguiendo el ejemplo del pope Al Gore, que no se cansa de predicar calamidades para el planeta y luego el tío, para dar sus conferencias por las que cobra una millonada, viaja de una punta a otra del planeta en avión particular, quemando queroseno a troche y moche. Lo que hace falsos a los hombres es la afectación de la virtud, no la virtud en sí misma; y en nuestra época viciosa, con tan sólo pegarle una patada a una piedra, encontraremos a muchos falsos ecologistas, pero desde luego habremos de armarnos de lámparas y de paciencia para encontrar a un lujurioso que se finja casto. Yo, en cambio, conozco a muchos castos (a la fuerza, por voluntad propia o por simple desgana de la concupiscencia) que, para no desentonar en una época viciosa (esto es, para no parecer pringados o marcianos), se las dan de lujuriosos. Ésta es la única falsedad que puede achacarse a algunos de los pocos virtuosos que hoy quedan: que se fingen viciosos, para que les den salvoconducto en las aduanas de la modernidad.

Y luego está eso de que los virtuosos son aburridos. Una persona virtuosa a machamartillo puede llegar ciertamente a resultar aburrida, al modo en que puede llegar a resultar aburrida en su perfección una película de Dreyer; pero si a uno lo han obligado a ver trescientas veces seguidas una película porno, la película de Dreyer se le antoja divertidísima y casi milagrosa en su audacia. Lo que desbarata de tedio una vida no es la virtud, sino la falta de riesgo, el sometimiento gregario a lo establecido, la repetición machacona de lo que nuestra época nos impone (y en nuestra época lo que nos imponen se parece demasiado a una película porno vista trescientas veces seguidas). La virtud es hoy más que nunca arriesgada y rebelde; es la única forma que nos queda en una época viciosa de cultivar nuestra vocación felina de singularidad; y también la única manera audaz de divertirnos, mientras el vicio camastrón se rasca la barriga, contemplando un episodio de House, que es lo que hace todo el mundo.
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