jueves, diciembre 11, 2008

Felix Arbolí, Provocadores y caraduras

jueves 11 de diciembre de 2008
Provocadores y caraduras

Félix Arbolí

C UANDO vienen los puentes y acueductos artificiales, que nada tienen que ver con el de Toledo o de Segovia respectivamente, llega también la locura colectiva de los que desalojan las ciudades y colapsan las carreteras en un viaje, a veces desgraciadamente sin retorno, más lleno de molestias, problemas y sofocos que de agradables resultados en tan poco tiempo disponible. Todo por el mero y absurdo placer de enrabietar al vecino haciéndole creer que vivimos en otro mundo superior al suyo y continuar con esa falsa apariencia del querer y no poder y sin embargo, hacer. Porque entre los preparativos, el estrés de la carretera con su constante ración de nervios, tener que elegir sitio, deshacer el equipaje y pensar en los sacrificios económicos que el viajecito nos va a suponer, se nos quitan las ganas de aventuras. Sin contar con el posible problema, como habrá ocurrido en estas fechas, de que hayamos tenido que pasar todo el tiempo viendo llover tras los cristales del salón o la habitación pero desde distinto panorama.

Para los que nos quedamos en casa tampoco es un horizonte muy aleccionador. Son demasiados días de tedio carentes de alicientes y encima soportando una lluvia incesante y molestísima que nos cala hasta las entrañas. Esta es la verdad. Todo se halla vacío, las tiendas cerradas y hasta la circulación siempre tan engorrosa, ahora echada de menos, aunque el presupuesto no ha sufrido merma extra y podremos mirar al oscuro futuro que se nos avecina con menos inquietudes. Claro que también hay los que se trasladan como si de un viaje largo se tratara al otro extremo de Madrid o ciudad donde resida, a casa de los hijos o unos amigos, intentando dar el pego a esa vecina cotilla que fisgonea detrás de los visillos y hasta cuenta los bultos que transportan para calcular la mayor o menor distancia de su destino. Y no faltan asimismo los/as que viven de sus vicios e indiscreciones, famosos de pacotilla, los llamados gente guapa por tanto miope desorientado, que sólo necesitan un nuevo romance o aventura de cama para conseguir el dinero necesario a unas vacaciones, que ellos gozan durante todo el año.

A mí me han servido estos días para tertuliar con algunos vecinos y amigos en los cafés y bares del barrio y reunirme con los hijos que, al celebrarse en este puente nuestro aniversario de boda, no han querido ausentarse.

Suelo desayunar en el café cercano a casa donde tengo una buena amistad con el dueño. Amistad vecinal y tertuliana. Llega y se sienta en el taburete próximo al mío, el “depredador”, uno de esos seres que van presumiendo de brutalidad, musculatura y fanfarronería por el barrio. En pleno invierno va en mangas de camisa y con las mangas remangadas muy por encima del codo. Todo el mundo le conoce y le huye por su tosquedad y no tener que soportar las largas y repetidas peroratas sobre su pasado legionario. Pide un chato de tinto. La mujer del dueño prepara a su marido la comida en una de las mesas, aprovechando que hay poca actividad en ese instante. Cuando éste se sienta y por mera cortesía, se dirige a nosotros, que somos los más cercanos y nos dice “ ¿ Quieren comer?. Yo le contesto “que te aproveche, gracias”, pero nuestro “depredador” salta de su banqueta, se dirige a la mesa donde han servido la comida y se sienta en la silla de frente, mientras le dice “ Yo sí quiero comer. Le acepto la invitación”. Los presentes nos quedamos cortados, pero el fanfarrón muy serio y decidido, traslada la copa que estaba bebiendo y se queda esperando a que le atiendan. La mujer se da cuenta de la escena y sin decir palabra,
cruza su mirada con el marido y se encoge de hombros. Para evitar follones, coloca los cubiertos y sirve la comida a ese invitado “de piedra”, (por la dureza de su cara). No hay otra alternativa. Comió, bebió, pidió café con leche después del postre y se marchó sin pagar siquiera el chato que había tomado en la barra, con unas simples y secas “gracias”.

Nada más irse, empiezan los comentarios sobre la caradura de las gentes y el abuso a la cortesía del prójimo. Uno de los presentes, interviene. . .

- “ Tengo una portera que es peruana y lleva con nosotros tres o cuatro años a lo sumo. Al principio, llegó el matrimonio, se instaló en la portería y el buscó un trabajo que encontró sin problema, pues los que vienen del otro lado del Atlántico no tienen pegas para hacerse con una actividad remunerada con mayor facilidad que el español, al que le cuesta mucho salir del paro. Mi portera, antes del año de estar con nosotros, encontró también trabajo aparte del de su marido y desde entonces nadie puede encontrarla en su puesto de la portería, ni en las escasas horas obligatorias. Eso sí, goza de los beneficios del sueldo, seguros sociales, casa, luz, agua y demás gastos gratis, pero las escaleras se pasan un mes sin que se le pase una simple fregona y los avisos y llamadas de la calle, tenemos que soportarlos los vecinos, ya que si llaman al suyo no le contesta nadie. Hoy día, viven en la portería y un piso anexo que han alquilado, el matrimonio, dos hijos, los padres y un primo. La niña asiste al colegio de monjas del barrio, con uniforme incluido, pasando de los públicos y gratuitos que existen. Lo cual me parece muy bien, si no llega a ser porque parte de sus gastos los estoy pagando yo a cambio de nada. La familia se ha comprado un “todo terreno” en el que puentes, acueductos y muchos fines de semana desaparecen buscando aires y sensaciones nuevas, sin importarle que su trabajo por el que se le paga sueldo, se le facilita vivienda y se corren con todos sus gastos, quede abandonado durante ese tiempo. En este puente concretamente, lleva el cubo de la basura tres días en la calle, porque la que debe encargarse de guardarlo y evitar que se convierta en el vertedero de toda la vecindad y visitantes, se encuentra disfrutando una vez más de estos días festivos en unión de toda la familia. Si los días laborables no se preocupa de la portería porque se halla trabajando en otro sitio y los festivos se marcha fuera con toda la familia, ¿para qué la necesitamos y pagamos?. Pero como el dueño de la finca es quien la contrata y no hace caso de nuestras protestas, no tenemos más remedio que aguantarnos para evitar que se pongan en contra nuestra y nos hagan la vida imposible o alguna mala faena.

Efectivamente el cubo se encuentra junto a la casa y está rebosante de agua, basuras y cuanto han querido desechar. Me da la impresión que cuando regresen tendrán que buscarse uno nuevo. Nuestro comentarista continúa…

- “ Parece que hemos regresado a ese pasado remoto, donde los que llegaban se creían dueños y señores de todo lo que hallaban y podían disponer de todo cuanto se les antojaran libremente. El derecho de conquista y pernada, como se decía. Aunque ahora han cambiado las tornas y los que llegan, faltos de fondos y con exceso de atributos al parecer, se aprovechan del indígena para vivir parasitariamente a su costa calentando camas de famosos y de “mayores con reparos” o acaparando irresponsablemente toda clase de trabajos, aunque no se hallen capacitados y dispuestos a desarrollarlos, aprovechando que somos poco dados a enfrentamientos para que no nos consideren explotadores y racistas”.

Hablando sobre este asunto, comenté el episodio que le ocurrió a mi mujer. Se hallaba en la cola de una oficina de correos para certificar una carta, cuando llega una señora de color y como si estuviera desfilando por una pasarela, contoneo incluido, se dirige directamente a la ventanilla, sin preocuparse lo más mínimo de las personas que aguardaban su turno. Empiezan las murmuraciones del público, a las que ella hace oído sordo y continúa su avance. Al darse cuenta mi mujer que los comentarios no parecen afectarle, se le acerca y le da un suave toque en la espalda, mientras le indica educadamente.

- No sé si se habrá dado cuenta que hay una cola y debe ponerse al final de la misma.

La interpelada se vuelve furiosa, la mira como queriéndola fulminar y le contesta con rabia.

- ¡Ubíquese usted!.

- Yo estoy ubicada,- responde mi mujer-, la que debe hacerlo es usted, que ha querido saltarse a todos los que estamos esperando nuestro turno.

- ¡Racista!- Es todo cuanto le contesta, provocándola, mientras se dirige con un cabreo impresionante a su lugar en la cola. Intentaba abusar de la permisividad y educación del español para evitar que lo pudieran considerar racista.

Como ocurre en estos casos, la reunión se calienta y uno de los presentes cuenta lo que le sucedió. Se trata de una persona educada y seria. De las que no hablan hasta cerciorarse de que los demás han terminado de decir cuanto querían. Se encontraba desayunando en la barra de una cafetería chocolate con porras cuando entró un “sudaca” y se sentó a su lado. (Aclara que él llama así a los que vienen del otro lado del Atlántico provocando y fanfarroneando). Llevaba como es lo habitual, el gorro vuelto al revés y encasquetado hasta las cejas. Hay quien opina que no se los quitan ni para dormir.

Sin mediar palabra, como el que tiene bula para hacer y deshacer a su antojo, coge una porra del plato de nuestro amigo y la moja en el chocolate comiéndosela a continuación, sin el menor gesto ni palabra. Nuestro hombre se queda sorprendido y le mira desconcertado. Al ver que no reaccionaba, ni se disculpaba, le indica sin mostrar enfado o levantar la voz.

- ¡Qué le aproveche!. – Yo, sinceramente no hubiese soportado estoicamente esta provocación y el chocolate con la taza incluida hubiera adornado su encasquetado gorro.

El individuo, por llamarle de forma delicada, lo mira con desprecio y le contesta.

- ¡Racista!.

Es el latiguillo de estos individuos cuando se les censura su manera de provocar y ofender. Un empleado del local testigo de tan insólita escena, coge al renacuajo y lo empuja hasta la calle sin obtener la mínima resistencia de su parte. Su fanfarronería desapareció por completo en cuanto le hicieron frente usando los únicos procedimientos que ellos entienden. Mi sorprendido amigo me comentó que no pasaría su altura mucho más del metro y medio, aunque su cabezón cubriera con exceso la falta de peso, pero no estaba dispuesto a iniciar una bronca por la provocación de un desconocido que deseaba armar jaleo. El enano provocador se fue y no dijo ni mú, que era lo más indicado que podría decir.

Por hoy nada más. Con estos ejemplos basta.


http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=4955

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