jueves, noviembre 20, 2008

Fernando Fernandez, Transparencia,. confianza y Lukoil

Transparencia, confianza y Lukoil

FERNANDO FERNÁNDEZ

Viernes, 21-11-08
SI la credibilidad es una virtud escasa en estos tiempos de tribulación y desasosiego económico, convendría que las autoridades se aplicasen a conseguirla, y no parece que las últimas actuaciones de nuestro Gobierno hayan contribuido gran cosa a mejorarla. Hechos como la cúpula de la Alianza de las Civilizaciones, el maquillaje de los datos de desempleo, el optimismo irracional del presidente Zapatero o el asunto Lukoil no refuerzan precisamente la transparencia gubernamental o la confianza de los ciudadanos en su gestión. Un gobierno que no tiene empacho en amoldar los principios contables de la ejecución presupuestaria al cumplimiento de sus fines propagandísticos, en cambiar la definición internacional de paro para evitar el coste político de cuatro millones de parados, en prometer una pronta recuperación económica el mismo día que la OCDE alerta sobre un estancamiento prolongado, o que se presta a hacer juegos malabares con las palabras para sacar de un problema a un empresario amigo, no parece el más creíble para pedir disciplina, rigor y cuentas claras a los bancos. Ni tampoco para devolver la confianza a unos consumidores e inversores en depresión certificada por el INE.
Alguien habrá en el futuro que pueda novelar a lo Dickens la más que probable venta del paquete de Sacyr en Repsol a Lukoil para acercarse a una época de la Historia de España, la del socialismo versión Zapatero. Con las licencias de toda construcción literaria, el asunto es como sigue. En un momento de esplendor económico, hubo un gobierno con ínfulas de transformación radical y obsesionado con el poder económico que sintió la necesidad de cubrirse el flanco empresarial y se aplicó con diligencia y perseverancia a hacerse amigos. Pronto se le aproximaron los arribistas de siempre, los expertos en hacer fortuna al amparo del Boletín Oficial del Estado, en sectores altamente regulados y fuertemente intervenidos. Los habituales de los despachos oficiales, auténticos profesionales de las licencias, adjudicaciones y favores. El ejecutivo los necesitaba para desplazar a una clase empresarial que consideraba vendida al Partido Popular. Como no tenían aún suficiente dinero para lanzarse al asalto, aprovecharon inteligentemente la coyuntura financiera para apalancarse desproporcionadamente confiando en que la abundancia de liquidez y el ciclo alcista durase lo suficiente. Permítanme una exageración deliberada, pero si descontamos los modos violentos y mafiosos y los sustituimos por la sofisticación florentina, nada muy diferente en esencia de la Rusia de Putin. En ambos casos un poder político que quiere ocupar el espacio empresarial para perpetuarse en el poder. En Rusia, por procedimientos autoritarios; en la España democrática, donde afortunadamente las formas son todo, con la complicidad de aquellos que vieron su oportunidad para recuperarse de agravios históricos y reequilibrar el poder territorial.
Pero los amigos españoles cometieron un error de cálculo que ha resultado fatal. Para ellos y para el Gobierno. El ciclo ha durado menos de lo necesario y ahora andan desesperados por encontrar vendedor para salvar los muebles. Los rusos también tienen prisa, porque el precio del petróleo no permite demorar la operación. La víctima de esta novela histórica es la industria energética española, pero recuerden que pudo ser también la bancaria. Maestros en el arte de la persuasión de masas, las autoridades lanzan un espectacular globo sonda: Gazprom, el Estado ruso, se quiere quedar con Repsol. A los pocos días emerge tranquilizadoramente Lukoil como un caballero blanco que cumple todos los requisitos exigibles en la alta sociedad de las finanzas. Si hasta tiene por segundo accionista a una multinacional americana. Tiempo habrá para analizar esta operación concreta, pero alguien debería explicarnos a los sufridos votantes si la presa merecía la pena, si la economía española, incluso si Cataluña sale ganando cuando las empresas energéticas están en manos de empresas públicas extranjeras o de empresas sometidas al poder político. Si alguien cree sinceramente que las petroleras rusas son sociedades anónimas al uso, que visite Siberia y le pregunte a Mijail Jodorkovsky el coste de negarse a vender Yukos. Nos queda Iberdrola, argumentarán los más conocedores, y en la economía global no podemos aspirar a tener más de una gran empresa nacional. Sería bonito, pero habrá que ver qué pide Sarkozy a cambio de tanto favor. Yo que soy un cenizo antipatriota hace días que tengo pesadillas con EDF.

http://www.abc.es/20081121/opinion-firmas/transparencia-confianza-lukoil-20081121.html

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