jueves, noviembre 27, 2008

Felix Arbolí, Reflexiones de un iluso cabreado

jueves 27 de noviembre de 2008
Reflexiones de un iluso cabreado

Félix Arbolí

E STABA convencido de que en todo hombre existe una dualidad perfectamente marcada y diferenciaba. El famoso mito de Stevenson sobre el doctor Jekyll y mister Hyde, parecía cobrar realidad en su persona. Hoy le había tocado interpretar al segundo, aunque no encontraba la causa de que algunas mañanas, sin saber por qué, se levantaba furioso y envenenado, hasta el extremo de que el sol en lugar de acariciarle e iluminarle parecía que le estaba provocando. Pensaba que cuando el interior se halla convulso, hasta el hecho de vivir le parecía una circunstancia mortificante y todo lo que le rodeaba le molestaba y desagradaba. Eran momentos que hasta la música que tanto le gustaba y serenaba era incapaz de aliviar su alterado estado de ánimo. Le resultaban odiosos esos temas de amor en el que no quería creer ni sentir. En contra de lo habitual, las canciones que tanto le emocionaban y gustaban le parecían bobadas engañosas que intentaban hacerle ver un mundo muy diferente a como era en la realidad. Ni la cercanía de su mujer y el pensamiento de sus hijos y nietos, lograban convencerle de que merecía la pena haber venido a este infierno variopinto y tortuoso en el que se encontraba inmerso por un posible descuido de sus padres en una noche de amor o simplemente de placer. ¡Estaba harto de todo, hasta de sí mismo, que es la peor hartura que se puede sentir!. Y lo más desconcertante es que no había ocurrido nada para verse en esa desesperada sensación. Ni siquiera una pequeña bronca familiar.

Envidiaba como nunca a ese ermitaño que vivía aislado en su cueva sin deseos, ni ilusiones, esperando confiado que le llegase la hora de abandonar su soledad y tantos empeños gastados inútilmente. O a ese desconocido cartujo o trapense que se enclaustraba de por vida en el silencio de su monasterio y se olvidaba hasta de su apellido. La reciente muerte de sus hermanos le hizo ver lo mucho que habían ganado con su ida definitiva y su tregua de por siempre a tanto engaño, dolor y cinismo. ¡Descansar de una vez y no saber más nada de nadie!. Hoy más que nunca le agradaba tener la edad donde en cualquier momento podía ocurrir el final de todo y el principio de una nada que llenaban con paisajes hermosos y amores que decían duraban una eternidad, aunque a lo peor también allá podría sentirse decepcionado y vacío.

Se había cansado, estaba agotado de tanta lucha inútil, tantos esfuerzos gastados y tantos sueños que habían sido más pródigos en pesadillas que en alicientes, porque a lo largo de su absurda y extensa vida no había sabido o no le habían dejado, buscar ese refugio o subir a ese pedestal que otros habían alcanzado y desde el que contemplaban con aires de superioridad y satisfacción el camino recorrido, porque no se detuvieron para mirar y tratar de ayudar a los que no pudieron llegar y se quedaron a la mitad, por no contar con el impulso de esas nefastas influencias, repugnantes corrupciones y secretas conspiraciones.

Incomprensiblemente, admiraba y se sorprendía por ello, al que era capaz de no sentir dolor ni remordimiento ante la miseria ajena, porque vivía obsesionado en escalar su montaña aunque tuviera que ir pateando en su ascensión la miseria moral y económica de quienes le rodeaban, insensible al dolor y la angustia que pudiera advertir y causar. Del que se había propuesto hacer de su peregrinaje por este enloquecido mundo un paseo triunfal y libre de percances.

Se asqueaba ante el hecho de que la mediocridad y la procacidad se hubieran convertido en fuentes inagotables de adulaciones e ingresos económicos gracias a una multitud de pervertidos mentales que las aplaudían, acosaban y encumbraban como si sus protagonistas fueran auténticos benefactores de la Humanidad. El hecho de que por no ser distinto en la forma de sentir y amar y de mostrarse frío y calculador en la forma de vivir encontrara un impedimento insalvable para poder aspirar a algo mejor. Estaba en la época de los mamelucos y descerebrados y le fastidiaba tener que participar en contra de sus principios en este circo de locos, enanos mentales y mediocres sobre valorados, viendo como la vulgaridad y la insensatez se elevaban casi a lo sagrado, mientras lo sagrado se vilipendiaba y ofendía ante la hilaridad de tantos renegados.

Hoy le gustaría sentir el mimo y la caricia de su madre en sus años infantiles, cuando apartaba de su mente lo que en esos años de inconsciente inocencia podría conturbarle, aunque no le perdonaba el tremendo error de haberle traído a este mundo sin su consentimiento, sabiendo a lo que se tendría que exponer y lo que debería soportar desde el mismo instante en que la comadrona sacara su primer llanto a base de cachetes. Ahora casi se alegraba por ella de esa hija que le nació muerta y se libró de un camino lleno de espinas, donde las escasas rosas que pudieran surgir eran espejismos que sólo duraban unas cortas jornadas. ¡Era una incongruencia y una putada, sí putada, venir a este disparatado mundo de locos, aventureros y egoístas para estar más tiempo amargado y lleno de problemas y decepciones, que de buenas acciones, gratos recuerdos y sueños que pudieran hacerse realidad. Porque hasta los momentos bellos y agradables se tornaban amargos y nostálgicos cuando los recordaba y sabía que formaban ya parte de un pasado que no había de regresar aunque lo intentase una y otra vez. Y lo que debiera ser alegría e ilusión, se transformaba en desesperación y añoranza. Era horrible cuando advertía que la tristeza que sentía por el pasado y el miedo que ya no tenía por el futuro, habían acabado con la alegría que debería sentir en el presente.

Estaba cansado de la política y las mentiras de los que le robaron la ilusión y la confianza con esas promesas que no pensaban cumplir ni en el momento de proponérselas y se encontraba harto de que unos y otros insistieran continuamente sobre la crisis, paros, corrupciones y desfalcos, como si fuera una continuada letanía de despropósitos, sin que saliera una sola persona honrada y sincera capaz de poner en orden tantos desaciertos, abusos y mentiras. De ver a tantos energúmenos alardeando de sus opulencias y holganzas retribuidas a base de millones, por exponer sus vergonzosas procacidades de amoríos, camas y cuernos cara al público. Sentía nauseas de un pueblo capaz de soportar tanta humillación y necesidad sin ser capaz de rebelarse contra esa manifiesta e intolerable injusticia.

Le encrespaba la cobardía de los que les faltaban el respeto a los que ya no estaban entre nosotros, porque no tuvieron los suficientes “bemoles” de hacerlo cuando estaban vivos y pudieron defenderse. Ahora gritaban lo que ayer se tragaron por miedo. También le sublevaba que la célebre poesía “El embargo” del excepcional y olvidado poeta José María Gabriel y Galán, se pudiera hacer realidad con tantas hipotecas, elevados intereses e indignantes exigencias para cobrar lo que no se podía pagar y que los sanguijuelas de nuestra economía arrasaran hasta con la famosa cama del poema, donde hasta ahora le habían dejado dormir y desearía poder llegar a descansar su sueño eterno. Odiaba el egoísmo tan generalizado y esas leyes tan incomprensibles que permitían echar a la calle a una familia entera sin nada que conservar, por no poder pagar esa deuda contraída a causa del descalabro económico de un gobierno y los abusos de unos políticos despilfarradores, sin que nadie tuviera en cuenta que con los altos intereses cobrados en las mensualidades abonadas habían pagado con creces la deuda contraída.

Y se atormentaba por le existencia de esos ladrones de guantes blancos mimados por la prensa y los programas basuras, que no contentos con los millones que se llevaron de las arcas populares, les pagaban cantidades astronómicas por contar sus fechorías para hacerse ricos y gozaban de ese tercer grado y hasta de un trabajo, que muchos honrados ciudadanos eran incapaces de encontrar. Una lacra que se había extendido por toda la geografía española como un mal endémico e incontrolable. ¿Es que iba a tener que cambiar de inclinación sexual y dejar de ser honrado para poder vivir a lo grande en este puñetero país?.

Deseaba finalmente que el día que muriera no hubiera lágrimas, que sólo se oyera el “Aleluya” del oratorio del Mesías de Handel, mientras se celebraran los servicios religiosos, para acompañarle en su viaje a ese lugar desconocido donde dicen que ni se sufre, ni se padece, porque no suelen frecuentarlo los políticos.


http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=4934

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