jueves, septiembre 04, 2008

Villacañas, Apuntaciones sobre la crisis del capitalismo

jueves 4 de septiembre de 2008
Apuntaciones sobre la crisis del capitalismo

Antonio Castro Villacañas

T ENEMOS que regular mejor el capitalismo. Si no lo hacemos, el sistema se acabará destruyendo y nos destruirá a todos.

Parece que ya está pasando. Los precios del petróleo y de los alimentos básicos están por las nubes. El "Estado del bienestar", con el que tanto han gozado los prohombres conservadores y liberales, está muy enfermo en los países desarrollados. No digamos nada sobre lo que pasa en los países pobres. Cada día se hace más visible que los especuladores están conduciendo al mundo a una gran crisis.

Es verdad que cualquier forma de especulación se basa también en la realidad. Tomemos el ejemplo del petróleo: existen suficientes motivos objetivos para que su precio siga subiendo. Los principales son su demanda, siempre creciente,´y su oferta, siempre regulada. Muchos campos petrolíferos son viejos, y su producción se está reduciendo de modo calculado.
Eso sucede en México y en Arabia Saudí, que no por casualidad son los principales suministradores de Occidente. La oferta, pues, se controla por los productores, que prefieren conservar sus reservas bajo tierra mientras aguardan que los precios sigan subiendo. A este control de la oferta debemos sumar la creciente demanda de países como China e India, y añadir que los precios altos ayudan a estabilizar regímenes autoritarios y corruptos, como son los de Venezuela, Irán o Rusia.

Todo ello no quiere decir que los especuladores sean inocentes, pues han creado -o cuando menos utilizado- la burbuja que envuelve y ha hecho crecer todo... Ellos han tirado de los precios hacia arriba con sus especulaciones sobre el hoy y el futuro, creando expectativas inexactas, y con sus calculadas actividades han alterado los precios deformándolos sobre todo en el campo de las materias primas. Tenemos el mejor ejemplo con lo que sucede en caso de hambruna: los especuladores acaparan alimentos para beneficiarse con la segura subida de precios. Esto exige que el Estado y la Sociedad adopten las medidas que sean necesarias. Por ejemplo, la de impedir que los grandes fondos de inversión utilicen sus dineros en el mercado de las materias primas, o por lo menos disponer que cumplan unos requisitos mínimos si quieren hacerlo.

Cualquier observador imparcial de la actual situación económica se da cuenta enseguida de que nos estamos adentrando en la crisis financiera más profunda desde la que azotó el mundo "civilizado" en los años 30 del pasado siglo, la misma que fue causa más o menos directa de la II Guerra Mundial. En los últimos tiempos hemos visto como estallaban varias burbujas económico-financieras, como la de las acciones tecnológicas y -más recientemente- la del mercado inmobiliario, todavía sin alcanzar su máxima magnitud según algunos especialistas que nos avisan no haber visto ni la mitad de la previsible caída de precios, empresas y fortunas. Todos somos conscientes de que ya se está produciendo una gran destrucción de patrimonios ricos y pobres, y de que en los próximos años aumentará el número de quienes -pobres y ricos- no podrán pagar sus hipotecas, sus préstamos o sus compromisos financieros, con la natural reducción e incluso destrucción patrimonial que ello significa.

A partir de 1980, cuando se asentó la ideología del fundamentalismo del mercado, comenzó a formarse lo que se ha llamado superburbuja. Según esa ideología son los mercados quienes deben autorregularse, al eliminar cualquier clase de limitaciones y rechazar los intervencionismos estatales. Todo hay que confiarlo a la libre intervención de las fuerzas económicas. Más allá de sus tradicionales raíces ideológicas, esta exaltación del mercado comenzó a manifestarse en Gran Bretaña bajo el gobierno de Margaret Thatcher y se expandió en los Estados Unidos en la etapa presidida por el republicano Ronald Reagan, quien llegó a calificarlo de mágico.

Es fácil encontrar en periódicos y revistas firmas que defienden ese punto de vista: el mercado es una pomada mágica, es sabio, mágico, santo... Lo malo es que tan alabado sistema dió origen a toda clase de excesos, muchos imposibles de controlar. Los bancos, por ejemplo, animaban en los Estados Unidos y en gran parte del mundo a que los ciudadanos cada vez pidieran más dinero prestado, lo que con toda evidencia es algo tan sorprendente como carente de responsabilidad, aunque se hiciera con la confianza de que si las cosas se ponían feas no tendría más remedio que intervenir el Estado. Eso es lo que en definitiva sucedió en Norteamérica en el caso del derrumbe del banco de inversiones Bear Sterns: el Banco Central estadounidense tuvo que inyectar unos cuantos miles de millones en el sistema bancario para impedir que se produjeran nuevos desastres.
De esta manera se le salvó el pellejo, al menos por el momento, al capitalismo yanqui. Eso sí, comprándole su libertad durante algún tiempo. El tan celebrado "boom" acabó convirtiéndose en una crisis. Eso es lo que estamos viviendo ahora: el estallido de un globo, el fracaso de una ideología equivocada. Se quiera o no reconocer, la verdad es que estamos asistiendo al final de la sociedad del bienestar, al final de una era del capitalismo moderno.

La recesión es inevitable. En la práctica, Estados Unidos ha absorbido durante años el dinero de la economía mundial, porque el dólar era la divisa base y una divisa de reserva. Todo el mundo se estaba dedicando a pedir prestado dinero, a consumir más de lo que estaba produciendo, y a endeudarse sin límites fijos en cuantía y en tiempo. Lo malo es que el dólar era cada vez menos válido como divisa de reserva, los precios iban subiendo, y las crisis inmobiliarias y crediticias comenzaron a pender como sendas espadas de Damocles sobre todos nosotros de forma directa o indirecta. Ahora resulta que los capitalistas apenas tienen margen de maniobra. Por ejemplo, Europa ha cometido también errores, como el de subir los tipos de interés por miedo a la inflación. La verdad es que la actual crisis del capitalismo parte de los Estados Unidos, pero el resto del mundo, incluída Europa, la ha importado o está a punto de importarla.

Algunos creen que esta crisis es el legado que nos dejará en herencia la presidencia norteamericana de Busch. La política republicana de Busch es en muchos aspectos ampliamente criticable, pero en este campo parece haber sido simplementemente un alumno fiel a los deberes impuestos por sus preceptores, los gurús del capitalismo. Su peor legado, con mucho, es el mal concepto de lo que es y debe ser la democracia, pues con ello los Estados Unidos y la Unión Europea se convierten en un gran obstáculo para conseguir el necesario orden nuevo mundial estable y justo.

Ese tan necesario Orden Nuevo sólo se conseguirá si se parte de este principio: no existe un sólo modelo de sociedad democrática, ni un único camino para lograrla. Los pueblos que se consideran modelos de democracia, en el mejor de los casos deben limitar sus esfuerzos a ayudar a que la encuentren cuanto antes y del mejor modo posible los pueblos que la están buscando. Pero la democracia, por esencia, no se puede imponer. Las potencias democráticas han abusado de los principios de la democracia al tratar de imponer que otros pueblos copien su sistema socio político al pie de la letra...

Llevamos unos meses, y aún nos quedan septiembre y octubre, en que el mundo entero especula sobre quien será el sucesor de Busch. Si dependiera de los autoproclamados dueños y señores de la verdadera democracia, los demócratas por excelencia, está claro que Barack Obama sería elegido por mayoría absoluta. Es posible que esa sea una buena elección para los Estados Unidos, lo que no quiere decir que sea igual de buena para el resto del mundo. No se puede dudar de que Obama es una personalidad digna de ser muy tenida en cuenta, ni de que ha sido lanzado y está siendo defendido por un grupo de intereses muy concreto. Su carrera política, desde sus inicios hasta el momento actual; su ejemplo de ciudadano negro en una sociedad blanca; su esfuerzo por conciliar religiones, razas, clases, etc., nos dicen que tiene capacidad para afrontar los graves problemas de su país y del mundo.

Pero quienes han de elegir el próximo noviembre al Presidente de los Estados Unidos, y por ello en cierto modo al presidente mundial, aunque tendrán muy en cuenta su puesto de trabajo, su posibilidad de vivienda y su sueldo, no condicionarán del todo su voto a la economía. La economía, el capitalismo, es algo muy importante, pero no es siempre el factor
más decisivo. Lo de verdad decisorio es la visión del futuro. Electores y elegibles han de respetar su historia, la de su pueblo, la del mundo... Pero ni los unos ni los otros pueden anclarse en el pasado. Todos ellos, también todos nosotros, necesitamos dirigentes adecuados para esta nueva época: la del post-capitalismo.


http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=4804

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