martes, septiembre 16, 2008

Pio Moa, La pérdida de España

miercoles 17 de septiembre de 2008
HISTORIA
La pérdida de España
Por Pío Moa
Mientras en España el reino hispano-godo proseguía su vida, cambios de la mayor trascendencia histórica estaban en marcha en Oriente Próximo y el norte de África: en menos de treinta años, desde 632 –tiempos de Sisenando–, unos ejércitos poco numerosos de gentes del desierto arábigo habían destruido el imperio sasánida, una verdadera superpotencia de la época, que pasaba por dificultades internas, pero no mayores que las superadas en otras ocasiones.

Habían conquistado también gran parte del imperio bizantino, incluyendo Jerusalén y Palestina, y se habían extendido por Egipto y la actual Libia. Expansión asombrosa y catastrófica para los cristianos, de la que tuvieron que llegar bastantes noticias a España, a través de los bizantinos, de Roma y de gentes del norte de África, aunque no tenemos constancia de ello ni de su efecto sobre las élites políticas. En 661, reinando Recesvinto, la amenaza se hacía mucho más inminente, al apoderarse los árabes de Bizerta, en Túnez; en 665 emprendieron el asalto al Magreb, aunque solo desde 683 esa invasión cobraría verdadero impulso. Según tradiciones posteriores, Wamba habría vencido un intento de invasión árabe de 270 barcos, y otras fuentes hablan de incursiones y razzias musulmanas en la costa sureste de España. De ser así, los ataques provendrían de la no lejana Túnez, aunque quizá se mezclaban con incursiones berberiscas, no infrecuentes desde los tiempos de Roma. En todo caso, está claro que había en puertas un nuevo enemigo, excepcionalmente peligroso.

El año 700 finó Witiza, no se sabe si de muerte natural o asesinado, y quizá intentó antes la sucesión de alguno de sus hijos, de muy corta edad aún. Pero la nobleza retornó, una vez más, al principio electoral y votó por otro noble, Roderico o Don Rodrigo, duque de la Bética y renombrado experto militar. La elección no fue reconocida por los nobles vinculados a Witiza, la cual se agrupó en torno a Agila, jefe de la facción y muy improbable hijo del rey difunto, como a veces se ha creído. Los witizanos fraguaron una rebelión desde el valle del Ebro hasta la Septimania, acaso concertándose con francos y vascones, como había ocurrido en otras revueltas. Y también parece normal, dentro de esa tradición, que recurrieran a los musulmanes, ya presentes al otro lado del estrecho, hasta Ceuta, y preparados para saltar a la península. El gobernador de Ceuta, llamado Julián o Don Julián, cuya hija Caba habría sido violada por Rodrigo, según la leyenda, pertenecía al bando witizano, y debió de ser quien, junto con Oppas, obispo de Toledo, fraguó los tratos con Tárik ben Siad, lugarteniente moro del general árabe Muza o Musa ben Nusair, conquistador del Magreb.

Los musulmanes eligieron muy bien el momento de atacar, cuando Rodrigo se hallaba guerreando lejos, en el noreste peninsular, contra witizanos o vascones. Sin haber alcanzado allí una decisión clara, el rey juzgó prioritaria la amenaza del sur, quizá llegó a un acuerdo aparente con los witizanos y marchó hacia el mediodía con un ejército estimado en cifras tan divergentes como 100.000, 40.000 o 25.000 soldados. Ejército suficiente, en cualquier caso, contra unos enemigos estimables en unos 12.000 hombres, en su mayoría beréberes recién islamizados… pero minado por la facción witizana. En torno al 19 de julio de 711 tuvo lugar la batalla decisiva, junto al río Guadalete o algún otro punto próximo. Los witizanos desampararon a Rodrigo en el momento culminante del combate y su traición decidió la victoria muslim.

Es imposible que el acuerdo entre witizanos y Tárik incluyese la cesión del control político de España, pero los invasores, habituados a explotar sus éxitos sin demora, percibieron la debilidad esencial del reino español. Sin dejar tiempo a que la facción rodriguista se reagrupara, la remataron en Écija y continuaron sin detenerse su avance por el valle del Betis, la región más rica del país, para subir desde Córdoba a Toledo. Encontraron la capital desierta por haber huido apresuradamente la población y los magnates, y capturaron allí el fabuloso tesoro de los visigodos, privándoles así de recursos financieros. Destruidos sus centros de poder y dispersas sus fuerzas militares, el reino quedó incapacitado para reaccionar, con el bando de Rodrigo prácticamente liquidado o disperso y la facción de Witiza desconcertada, a la espera de que sus aliados o mercenarios moros le transfirieran el poder. Los invasores se vieron ayudados, además, por los judíos, que les abrían las puertas y quedaban a veces como gobernadores de las plazas mientras Tárik proseguía su ofensiva. Esta situación en extremo confusa facilitó la ocupación de otros centros clave del país.

Conseguidos sus objetivos principales, Tárik esperó la autorización de Muza para continuar. Al año siguiente Muza, con un nuevo ejército, esta vez árabe, avanzó sobre Mérida, que le resistió durante un año, y continuó hasta tomar Astorga y Amaya, bases de contención de astures y cántabros.

Entre tanto, debió de producirse un embarazoso episodio al reclamar el reino Agila, jefe de los witizanos. Tárik lo remitió a Muza, y este lo envió a Damasco, sede del poder árabe, para que el califa decidiera. Agila y los suyos parecen haber sido acogidos con grandes honores, pero solo pudieron obtener una cuantiosa recompensa por su traición, convirtiéndose, Agila y sus hermanos, en los mayores terratenientes de España, con las 3.000 fincas adscritas a la realeza desde antaño. El acuerdo acabaría de desmoralizar a unos y alentaría a otros jefes witizanos a concluir tratos semejantes, como ocurrió con Teodomiro de Orihuela y varios más, mientras algunos, puestos ya al servicio de los invasores, animaban abiertamente al entreguismo, sacando de él la mejor tajada posible: después de todo, los triunfadores eran demasiado pocos y atrasados, y necesitarían una élite de colaboradores a quienes solo podían tratar privilegiadamente. Así, los musulmanes habían conquistado la mayor parte de España en solo dos años, y al siguiente vencieron la resistencia de Zaragoza, ocupando el valle del Ebro y el noreste, asegurándose el conjunto de la península y la Narbonense en otro par de campañas. En apenas cinco o seis años la conquista de España quedó completada, aunque su dominio sobre la Cordillera Cantábrica y el Pirineo Occidental debió de ser precario, como en los últimos tiempos de Roma y con los godos.

Este esquema, extraído de diversos relatos y prescindiendo de numerosos elementos legendarios, puede considerarse bastante probable, aunque el modo preciso como transcurrió la invasión permanecerá para siempre oscuro, dada la escasez de las fuentes, las contradicciones entre ellas y los datos fantásticos que suelen adornarlas.

Los triunfantes invasores llamaron a España Al Ándalus, término de incierto significado: se lo ha asimilado a "tierra de vándalos", lo cual tendría cierto sentido para Túnez o Argelia, pero no para España. En cualquier caso, no se trataba de un mero cambio de nombre, pues implicaba una radical transformación de la cultura en todos sus aspectos, desde la religión a la administración o el idioma…Toda la construcción cultural desde la llegada de Escipión, nueve siglos antes, parecía a punto de desplomarse y perderse en las brumas de la historia, como sucedería en el norte de África y Oriente Próximo.

Dada la relativa rapidez de la caída hispano-goda, se le buscaron explicaciones moralizantes, exagerando con ese fin los pecados de todo género y la degradación moral en que habría caído el gobierno godo. De modo similar, en épocas muy posteriores se ha querido explicar el suceso suponiendo que el reino se hallaba carcomido en su interior y al borde del derrumbe; o incluso que no existió la invasión, sino una especie de "implantación": ocurrencia próxima a la simple sandez, algo muy frecuente, por lo demás, en la España actual.


Pinche aquí para leer el blog de PÍO MOA.


http://revista.libertaddigital.com/la-perdida-de-espana-1276235388.html

No hay comentarios: