domingo, septiembre 07, 2008

Pablo Sebastian, De Guerra a Lassalle

lunes 8 de septiembre de 2008

De Guerra a Lassalle

Pablo Sebastián

El Gobierno de Estados Unidos ha intervenido las dos más grandes empresas hipotecarias del país para evitar su quiebra y las consecuencias económicas y sociales que podría tener el hundimiento de ambas, siguiendo la política de firmeza y transparencia que los políticos americanos no han dudado en aplicar a las decisiones y momentos difíciles, convencidos de que, de esta manera, se puede ayudar a salvar y mejorar la situación. Algo que contrasta, primero, con la negación de la crisis por parte del Gobierno español y, después, con el abandono de la misma a su suerte, mientras el presidente se empeña en hacer alarde de gasto social, como lo hizo ayer en su mitin campero de Rodiezmo anunciando nueva subida de pensiones, al tiempo que abandona al conjunto del empresariado español, y no sólo en lo que a la construcción se refiere, la industria básica también, entre otros sectores afectados como el transporte, agrícola, pesquero y ganadero.
La diferencia entre las maneras de hablar y de hacer entre grandes países democráticos de Occidente y España es abismal. Escuchar la conferencia de prensa de Sarkozy sobre la crisis de Georgia y oír las explicaciones de Moratinos al respecto es aleccionador para comprender la diferencia entre un político y un pasmado. En nuestro entorno europeo ya no se estila esa verborrea demagógica acompañada de gestos presuntamente de izquierda como los que promociona el Gobierno en estos días —sobre desaparecidos en la Guerra Civil, el aborto o la eutanasia—, cuando el gran reto y problema de la izquierda consiste, en estos momentos, en el crecimiento imparable del paro y la destrucción de las empresas y los puestos de trabajo.

Imaginar al perezoso y confuso vicepresidente Solbes tomando medidas de gran impacto como las citadas del Gobierno americano, o a cualquiera de los ministros hablando con la claridad y firmeza de Sarkozy es algo que se nos antoja imposible en nuestro país, por causa de la mediocridad de una gran parte de la clase política, que es consecuencia del sistema electoral, y a su vez de las reglas del juego político español, tan lejos de la democracia.

Para darnos una idea de cómo funciona todo esto tenemos un ejemplo muy reciente en el mitin leonés de Rodiezmo. Como suele ser costumbre, Alfonso Guerra, un demagogo habitual que está ya muy mayorcito para seguir con ese lenguaje de gracioso populista, aprovechó semejante ocasión para, en presencia de Zapatero y ante sus narices, lanzarle un ataque al PSC-PSOE de José Montilla diciéndole que se está aliando con la derecha del PP y de los nacionalistas para hacer fracasar al Gobierno socialista de Madrid.

Lo que no dice Guerra es que esa presunta alianza contra natura es por la causa del insolidario Estatuto catalán que impulsó, apoyó y aprobó tanto el PSOE como Zapatero y el propio Guerra. Ni señala a su presidente como el responsable de este desatino, como de la falta de respuesta a la crisis de la economía. Además, si Guerra está a favor de desenterrar a los muertos de la Guerra Civil, ¿por qué no lo hizo cuando era vicepresidente del gobierno?

En España todo es así, y pasa con la izquierda y con la derecha, por más que ahora el protagonismo lo tiene quien gobierna. Aunque en el flanco del PP no deja de haber ejemplos similares. Ayer mismo en el diario El País, el joven José María Lassalle, persona de la confianza de Rajoy, lanzaba una diatriba contra los “neocón” de Estados Unidos, centro de inspiración del aznarismo —y de FAES— y, por supuesto, del Partido Republicano de ese Estados Unidos donde Sarah Palin se acaba de convertir en particular dama de hierro, paseando a su niño enfermo o a su joven hija embarazada por el escenario político, como si fueran una bendición de Dios —¿acaso eso es el nuevo liberalismo contraneocón?—. El argumento de Lassalle es que los neocón han fracasado, espectacularmente, en Iraq.

Pero el político del PP se queda en eso sin denunciar a Aznar o a Aguirre —que sigue la estela de Palin— o sin reconocer los graves errores neocones de su partido. E incluso sin decir, lo que se presiente que desea y espera, como es la victoria de Obama en las elecciones americanas, porque eso se supone que es mucho decir incluso para un presunto liberal.

La conclusión es que, al final, las medidas verdades de Guerra y Lassalle acaban siendo, por incompletas y cobardes, más dañinas y falsas porque luego llegan los grandes simuladores de la izquierda y la derecha, como lo son Zapatero o Aznar, inundan el escenario, siguen en las mismas y ellos dos se arrugan y se esconden dejando su intervención en algo simbólico y, a lo más, testimonial.

http://www.estrelladigital.es/diario/articulo.asp?sec=opi&fech=08/09/2008&name=manantial

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