jueves, septiembre 18, 2008

Miguel Martinez, Nostalgia

jueves 18 de septiembre de 2008

Nostalgia

Miguel Martínez

E L tono nostálgico que va a desprender mi columna de esta semana, se lo deben mis queridos reincidentes a mi traumatólogo, quien tras diagnosticarme una pequeña lesión fruto de –según él- excesos en la práctica deportiva, tuvo el detalle de ubicarme en el espacio/tiempo con un “Recuerda que ya no tienes veinte años”. Le di las gracias porque uno es educado, por mucho que el cuerpo me pidiera resarcirme haciendo comentarios sobre su prominente calva -mucho más prominente que la mía- que no en vano somos de la misma quinta y compartimos aula y pupitre durante varios años.

Y es que desde que ya hace unos años que hace veinte años que tengo veinte años, que diría mi paisano Serrat, me asalta a menudo una sensación de nostalgia que, si bien no es difícil de explicar, sí es difícil de entender; porque echo de menos una serie de objetos, situaciones y sensaciones, que el progreso y la técnica se han encargado de superar, pero pese a lo cual, un servidor no puede evitar añorarse.

¿Nadie echa en falta el responder a una llamada de teléfono, sin tener que perseguirlo con el oído hasta encontrar dónde lo ha dejado, o disfrutando de la deliciosa incertidumbre de ignorar quién llama? Y ya no les digo la nostalgia con la que uno recuerda cuando lo llamaban siempre personas conocidas para contarle algo, y no los pesados de Orange queriéndonos colocar el ADSL a no sé cuántos megas a la hora de la siesta.

¿Acaso no tenía su aquél, intentar ubicar mentalmente la cabina de teléfonos más cercana cuando, estando en la calle, nos acuciaba la necesidad de realizar una llamada importante?

¿Por qué recordaré con nostalgia aquellos viajes veraniegos desde Barcelona a Almería haciendo noche en Alicante, en un utilitario –obviamente sin aire acondicionado- donde nos enlatábamos cinco personas, cuando ahora puede hacerse el trayecto en siete horas, mucho más cómodamente y con mayor seguridad? Sí es más comprensible añorar el precio del combustible en aquel tiempo, cuando el litro de súper costaba diez pesetas y con tres billetes de Julio Romero y su morena, el padre de un servidor llenaba hasta arriba el depósito de aquel “cinco plazas con nervio”, y, encima, le devolvían cambio.

También se entiende mejor el hecho de sentir nostalgia de la televisión en blanco y negro, pues la programación de entonces, ni ofendía a la inteligencia del televidente, ni daba para discusiones del tipo “Yo quiero ver esto. No, que yo quiero ver lo otro”. Tampoco es que complicara mucho el tema la llegada del UHF, porque el zapping y las discusiones inherentes a éste no fueron consecuencia de la aparición de más cadenas, sino de la llegada del mando a distancia. ¿Se imaginan hoy una tele sin mando?

O el delicioso sonido de freír huevos que precedía a todas las canciones de aquellos discos de vinilo que uno compraba tras pasar un buen rato en las tiendas de discos eligiéndolos.

O la ilusión de que a uno, siendo un crío, le compraran un Bic de cuatro colores, o un Inoxcrom metálico si ya había demostrado la suficiente responsabilidad como para no perderlo al segundo día. O aquel pan con chocolate de los recreos...


Y no me negarán mis queridos reincidentes que no cuesta de entender que hoy, que un servidor ni recuerda la última vez que utilizó una cabina telefónica porque su móvil, además de sonar con sus melodías preferidas, es capaz de recordarle de que en quince minutos tiene una reunión con Fulanito porque se lo ha chivado la agenda de un ordenador que se encuentra en otro municipio, que se desplaza en un vehículo con un montón de airbags que hasta le guía por dónde ha de ir, que pone la tele y tiene decenas de canales entre los que escoger, que se olvida sin importarle demasiado bolígrafos en todas partes, que en sus “recreos” viene un camarero a preguntarle qué va a ser… Y aún así, éste que les escribe siente nostalgia del timbrazo estridente de aquellos teléfonos, del sonido a cascajo del Simca 1000, de los Chiripitifláuticos y de los Hermanos Mala Sombra en blanco y negro, del Bic de cuatro colores, del pan con chocolate y de sus discos de Los Beatles o Supertramp.

¿Concluimos con que todo tiempo pasado fue mejor? Evidentemente no. Lo que un servidor echa de menos no son esencialmente aquellos objetos. Lo que en realidad le produce tal nostalgia es que ya hace unos años que hace veinte años que tiene veinte años. Bien se podría haber ahorrado mi médico el comentario…


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