domingo, septiembre 21, 2008

Mensaje de destrucción

Mensaje de destrucción

22.09.2008 -

L a banda terrorista ETA ha querido dejar patente que continúa existiendo mediante un brutal mensaje de destrucción y volviendo a advertir de que su propósito es seguir matando. El atentado contra la sede de Caja Vital y, sobre todo, el ataque perpetrado contra la comisaría de la Ertzaintza en Ondarroa demuestran hasta qué punto los terroristas se sienten en la necesidad de teñir de nuevo de sangre su macabra ejecutoria. Algo que sólo la fortuna evitó en el caso de la localidad vizcaína. Ambos artefactos reflejan las intenciones de un grupo de desalmados que se resiste a admitir la derrota a la que están abocados, se niega a percatarse de la condena general que sus actos merecen por parte de la sociedad y, en definitiva, a aceptar la imposibilidad material de poner en jaque al Estado de Derecho en una democracia consolidada.
Sería un grave error de apreciación interpretar estos dos últimos atentados y la bomba-lapa que a punto estuvo de costarle la vida a un policía nacional el pasado martes como si fueran la respuesta a la sucesión de sentencias de ilegalización que, en el plazo de una semana, han dejado fuera de juego a ANV, EHAK y a la cúpula de las Gestoras pro-Amnistía. Con sus demoledoras bombas, ETA no está tratando de reivindicar un margen de tolerancia para sus organizaciones satélites. Es más, para los activistas de la banda el papel de las siglas disueltas resulta tan utilitario y accidental que han sido ellos mismos los que han procurado empujarlas fuera de la Ley. Las intenciones etarras van por otro lado. Se esfuerzan en trasladar a la sociedad y a las instituciones el consabido mensaje de que su persistencia se convierte en la razón última de que los demás -el Estado, la ciudadanía- deban hacer suyos sus postulados. Aunque ni siquiera convendría deducir la existencia de una estrategia que persiga una próxima negociación mediante esta escalada de atentados. Porque, al final, lo que pretenden los terroristas es hacer ostentación ante sus propias bases de un poder coactivo y disuasorio respecto a la eventualidad de que se produzcan movimientos disidentes en su seno para garantizar así su perpetuación como fuerza fáctica.
P ero por destructivo que resultara el despliegue operativo etarra en la madrugada del sábado al domingo; aunque los activistas del complejo Vizcaya reconstituido pudieron simultanear dos atentados de envergadura en dos puntos tan distantes de la geografía vasca; perpetraran además un ataque sumamente temerario en el caso de Ondarroa y esta vez hayan sorteado los filtros policiales mostrándose todo lo contundentes que no han podido ser en otras muchas ocasiones, es evidente que la opinión pública percibe la última irrupción etarra como algo que estaba previsto en el guión de un problema que tiende a amortizarse inexorablemente. Tanto las autoridades responsables de la lucha anti-terrorista como los observadores más especializados han venido advirtiendo de que ETA podía y quería asesinar. Por eso mismo, la obligación de quienes tienen encomendada la dirección de las fuerzas de seguridad no es sólo evitar que eso ocurra, desde una actitud más defensiva que ofensiva. Porque incluso para lograrlo siempre resultará más eficaz perseguir como objetivo el desmantelamiento de las estructuras etarras, la detención sistemática de sus integrantes, optimizando entre otros recursos las posibilidades que brinda la colaboración internacional, que una gestión más reactiva de los esfuerzos.
E n cualquier caso, toda estrategia ofensiva que persiga el desmantelamiento de ETA requiere, a su vez, una actitud política consensuada cuyo objetivo no sea otro que su derrota y desaparición. No es que, como en ocasiones se alega, hoy no se den condiciones para un final dialogado del terrorismo, para la apertura de un eventual proceso de negociaciones o conversaciones entre el Gobierno y la banda terrorista. Es que tal supuesto ha de quedar descartado de manera taxativa; así lo han de entender los activistas del terror, sus cómplices y sus seguidores, y así han de asumirlo también aquellos sectores del nacionalismo vasco que continúan acariciando la idea de hacer valer sus propias aspiraciones especulando a cuenta de la violencia o al albur de un enésimo 'proceso de paz'.
Si el consejero de Interior, Javier Balza, reconoce que ETA buscaba en Ondarroa una masacre y matar al mayor número de ertzainas, su Gobierno, comenzando por Ibarretxe, está obligado a actuar en consecuencia dedicando todos sus esfuerzos en materia de seguridad y todo su empeño político en acabar con ETA. Sin embargo, el silencio del lehendakari tras la brutal ofensiva de la banda acrecentó ayer la sensación de orfandad política y moral de una parte importante de la sociedad vasca. Mientras la política del nacionalismo gobernante persista en mantener una mano tendida hacia los terroristas o hacia quienes les prestan cobertura política, la propia Ertzaintza va a verse, a la vez, incapacitada para actuar eficazmente contra la banda terrorista mientras ETA sitúa a sus integrantes como objetivos preferentes de sus planes asesinos.

http://www.elcorreodigital.com/vizcaya/prensa/20080922/opinion/mensaje-destruccion-20080922.html

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