lunes, septiembre 22, 2008

Manuel de Prada, La decente

La decente

JUAN MANUEL DE PRADA

Lunes, 22-09-08
LLEVA toda una vida Gustavo Pérez Puig empeñado en llevarle la contraria a la cultura oficial; y ya se sabe que cuando uno se empeña en llevarle la contraria a la cultura oficial es natural que quieran condenarlo al ostracismo. La cultura oficial, por ejemplo, nos enseña que la época franquista fue un «páramo cultural»; y llega el bestia de Pérez Puig y, a cada poco, nos estrena una comedia de Jardiel o Mihura, para demostrarnos que el páramo de marras lucía una vegetación la mar de apetitosa. Pérez Puig conoció, allá en la juventud envenenada por el amor al teatro, a estos genios que la historia literaria oficial pretende orillar, para hacer más verosímiles sus patrañas ideológicas; y, en un ejercicio de lealtad biográfica y estética, ha dedicado más de cincuenta años de su vida a divulgarlos. Pérez Puig fue, allá por 1952, el culpable de que Mihura se decidiera a estrenar Tres sombreros de copa, una comedia pionera del teatro del absurdo que su propio autor consideraba irrepresentable; medio siglo más tarde, inamovible en su devoción a Mihura, dirige con Mara Recatero en el Teatro Príncipe de Madrid una versión de La decente, obra originariamente estrenada en 1967 a la que -nos declara con legítimo orgullo- «no ha puesto ni quitado una sola coma».
A Mihura, como a Jardiel y a Neville, le pirraban las novelas policiales de Edgar Wallace y S. S. Van Dine, aquellos artesanos que, en palabras de Borges, mantuvieron prendida la llama de la cordura en una época en la que la literatura corrió el riesgo de convertirse en un negociado de la política. Mihura, como Jardiel o Neville, halló en aquellas fabulaciones modestas que funcionaban como impecables artefactos de relojería un cauce formidable para embridar su fantasía, propensa por igual a la irreverencia y el disparate. Y descubrieron que, bajo a la apariencia de farsa policial, podían deslizar en sus comedias todo tipo de travesuras desafiantes de la pacatería oficial. En una época como la nuestra, tan presuntamente libérrima, pero tan íntimamente esclavizada por las patrañas ideológicas del Matrix progre, sorprende toparse con un teatro tan burlón de cortapisas censorias. En La decente, Mihura nos plantea una situación rocambolesca (Nuria, una señora de buen ver, quiere llevarse al huerto a Roberto, solterón empedernido y medianamente putero, pero como es muy decente, dispone que antes de entregarse a él habrán de liquidar a su marido); y, al socaire de esta premisa demencial, nos va colando de matute una serie de osadías que trastornan el orden burgués. Por supuesto, tales osadías nunca adquieren los contornos pestíferos de la catequesis: Mihura tenía un fondo sentimental innegable; pero también poseía el don de infiltrar de cinismo cualquier rasgo sentimental. El resultado es una comedia chispeante que disfraza las transgresiones de amabilidad y nunca cede a la tentación de la moraleja, hasta conseguir que lo más serio se torne grotesco, hasta conseguir que el espectador se ría de las mayores enormidades.
Para lograrlo, hace falta un texto como el de Mihura, capaz de sobreponerse a la circunstancia histórica y social mediante la levadura de un humor que se mantiene fresquísimo, como recién salido del paritorio del ingenio. Pero también hace falta que ese texto sea leído por alguien como Pérez Puig, que entabla con Mihura esa fluencia recíproca, esa concordancia de corazones, que hace posible el milagro. Y hacen falta, en fin, unos intérpretes que encarnen ese espíritu coñón, iconocasta bajo una fachada de complacencia con el espíritu burgúes, tan característico del genio de Mihura: Victoria Vera lo borda en su papel de ingenua pérfida, pudorosísima y calientapollas, tan descabellada como calculadora; y Manuel Galiana simplemente se sale en su composición de ese solterón sobrepasado por los acontecimientos, atrapado como un pelele en los tejemanejes de su seductora. Y, junto a ellos, unos secundarios sembradísimos, como Ana María Vidal en su papel de ama de llaves mangoneadora y abnegada hasta el sacrificio, o Juan Calot, que parece una versión zangolotina y desquiciada de los detectives de Priestley. Una delicia, en fin, que les recomiendo encarecidamente si aún están dispuestos a desembarzarse de la mugre de patrañas ideológicas con que el Matrix progre nos mantiene embadurnaditos y esclavizados.

www.juanmanueldeprada.com

http://www.abc.es/20080922/opinion-firmas/decente-20080922.html

No hay comentarios: