domingo, septiembre 07, 2008

Manuel de Prada, Caliente Ruano

lunes 8 de septiembre de 2008

CALIENTE RUANO

Aprovecho la galbana estival para volver a leer varias antologías de artículos de César González-Ruano. Ruano es un escritor caliente (¡cuánto le gustaba a él este adjetivo!) que incorpora siempre a su escritura unas décimas de bendita fiebre, una efervescencia de vida que se despilfarra sin ambages, un sarpullido de pasiones que no se recatan de decir su nombre. Como las modas que ahora predican los zoilos desde sus púlpitos imponen una escritura encarcelada en el pisito pequeñoburgués de la austeridad expresiva, González-Ruano es escritor mirado con displicencia o sumario desdén; su cornucopia de palabras incendiadas de caridad y nostalgia, arrogantes y líricas como un armiño que no se resigna a ensuciar su pelaje con las salpicaduras de la contención, ha sido arrumbada en los desvanes del desprestigio. Pero tiempo habrá para que Ruano recupere la consideración que merece su estatura gigantesca. Las modas –ya se sabe– son tornadizas; y los enconos y reticencias –nacidos casi siempre de los prejuicios ideológicos–, verduras de las eras que palidecen ante el talento en carne viva de un escritor que fue notario insurgente de su época.

Hay en los artículos de Ruano esa tibieza animal que tienen las palabras en las que alienta la espuma de un alborozo, el temblor de una lágrima, el rasgo de ironía o cinismo que se transforma en divagación sentimental a la vuelta del renglón. En Mi medio siglo se confiesa a medias, su fulgurante libro de memorias, Ruano nos cuenta que, en su peregrinaje inicial por periódicos de existencia efímera, se tropezó con frecuencia con directores que lo exhortaban a despojar su escritura de piruetas expresivas, para atenerse a la enjuta noticia. Siempre desoyó estas admoniciones, entendiendo que su salvación como escritor se cifraba en la fidelidad a un estilo que chocaba con la prosa mazorral que se cocinaba en las mesas de redacción. «Hágase fuerte en sus vicios», le había recomendado en cierta ocasión el escritor colombiano Vargas Vila; y, elevando este lema vital a consigna poética, Ruano nunca cejó en su gusto por la divagación lírica, por la bisutería de los asuntos menores, por el siluetismo de la memoria, hasta acuñar un mundo propio e intransferible, temulento de subjetividad, coruscante de adjetivos, que trastornaría para siempre el aburrido y repetido fragor de las linotipias. Si la literatura es un vicio, Ruano fue un vicioso sin remordimiento ni contrición, un vicioso de solemnidad, un monarca absoluto de ese hermoso vicio que consiste en transfigurar la realidad mostrenca con la alquimia de las palabras que bullen, anhelantes de abandonar los senderos trillados.

A la postre, este bendito vicio ensancharía los límites del periodismo, que en la pluma de Ruano se transmuta en una aleación nueva donde conviven la filigrana introspectiva, el rasgo elegíaco y la voluta de humor melancólico. En ABC, que ha sido la catedral portátil de la literatura durante más de un siglo, Ruano encontró el asiento natural de su proyecto literario; y en ABC se quedó hasta su muerte, que le sobrevino cuando su sangre se quedó anémica de metáforas. El maestro Manuel Alcántara, en una semblanza digna de esculpirse en el mármol, lo recuerda tembloroso de café con leche, escribiendo sobre un velador, sujetándose con la mano izquierda la muñeca de la otra, que empuñaba la pluma. Y a una monjita que se aproximó a su lecho de convaleciente para reconvenirle, pues aunque aquejado de dolores no dejaba de emborronar cuartillas, Ruano le espetó: «Hermana, a ver si se entera de que yo soy escritor como usted es monja».

Escritor por vocación, escritor por fatalidad, escritor sin pausa ni intermedio, escritor bisiesto que añadía una hora al día, un día al año y un año a la vida sólo por el placer de seguir engolfado en su pasión. Escritor con el corazón puesto por encima de la camisa que supo transmitir a todos y cada uno de sus artículos una palpitación samaritana y una brisa insurrecta que los mantiene todavía hoy frescos y a la vez tibios, como panes recién sacados del horno. En esta capacidad para apresar el calor de las cosas y de los hombres, en esta delicadeza espiritual de zahorí que consigue proyectar su mundo interior sobre cualquier bagatela quizá resida la más sabrosa virtud de aquel escritor que en cada uno de sus artículos reventaba las costuras de la literatura, para hacerse fragante, crujiente vida. Algún día, cuando remitan los prejuicios ideológicos y las modas impuestas por los zoilos, admitiremos que César González-Ruano fue uno de los más grandes escritores en español del siglo XX.

http://www.xlsemanal.com/web/firma.php?id_edicion=3427&id_firma=6931

No hay comentarios: