domingo, septiembre 07, 2008

La memoria histérica, tan falsa como el capitán Lozano, al ataque

lunes 8 de septiembre de 2008
SOBRE LA MARCHA

La memoria histérica, tan falsa como el capitán Lozano, al ataque

El fantasma del capitán Lozano sobrevoló la primera legislatura de Zapatero y amenaza con regresar como banderín de enganche de una maniobra destinada a tapar los patinazos del Gobierno.

Fue hace cosa de cinco años más o menos. En plena segunda legislatura del Aznarato comenzó a soplar un viento que nadie sabía de dónde había salido y que traía con él dos palabras: memoria histórica. De la noche a la mañana florecieron asociaciones, declaraciones, espacios en medios. Nadie supo de dónde venía pero se había quedado. Comenzó a hablarse de fosas. Y hasta ahora.

Visto con perspectiva, hay quien estaría tentado de afirmar que se trató de uno de los caballos de batalla contra un Gobierno, el del PP, que pese a la boda de El Escorial, y sin haberse metido aún en el jaleo de Irak, cosechaba uno de sus mejores momentos. Vayan a saber. Pero lo cierto es que la memoria histórica se convirtió en un recurso, una cachiporra, de esa Generación ZP del PSOE. Una pseudoizquierda pijotera, snob incluso, pero con gusto por volver a ciertas formas. Como en aquellos tiempos finales del felipismo, cantando La Internacional puño en alto y con el Rolex en la muñeca, aunque hora con menos caspa. Al fin y al cabo, los otros fueron nuevos ricos, y éstos han vivido en la mamandurria toda su vida.

Ahí lo tenemos de nuevo. Lo que podría decirse de ese sujeto interesado llamado Baltasar Garzón ya ha sido dicho. En cuanto al resto de los bautizados como "Los Intocables", más de lo mismo. El síndrome del estrellato y de la casta campea por los pasillos de la Audiencia Nacional mientras las pifias de sus jueces se acumulan. Sin repercusión alguna para ellos, claro. Y mientras meten la pata con ETA, no dudan en chupar cámara para las causas que marcan la agenda internacionales. De Pinochet a los chinos –qué risa, tía Felisa, imaginando al presumido Pedraz exigiendo cuentas a los capitostes de Pekín–, acabarán procesando a Don Pelayo por incitación al odio racial. Ya lo verán. Al fin y al cabo, también sería memoria histórica.

Un concepto, por cierto, que ni siquiera existe en las ciencias históricas. Las propias palabras, memoria histórica, guardan en sí mismas un componente rehabilitador: supone un culto, selecciona lo que le interesa, obvia lo que no cuadra, descontextualiza y exige adhesión inquebrantable. Todo lo contrario de la investigación histórica. O blanco o negro. O estás conmigo o contra mí.

Basta con echar un vistazo a los periódicos o escuchar ciertas declaraciones para darse cuenta de que tras una causa digna –sí, hay familias que tienen derecho a dar sepultura a sus muertos si así lo desean– se esconde un tremendo revanchismo, un odio desaforado, una forma de luchar contra Franco treinta años después de muerto. Y, por supuesto, una cortina de humo útil para algunos o una causa jugosa para las ansias de protagonismo de algunos interesados. Aunque haya quienes, como la familia de Federico García Lorca, echen abajo los palos del sombrajo de algunos negándose a desenterrar los restos del poeta. O alguno de sus apóstoles, echando un velo de silencio sobre las fosas incómodas, al estilo de la encontrada hace meses en Alcalá de Henares, centro de operaciones de los servicios soviéticos y sus mamporreros estalinistas españoles durante la Guerra Civil.

Porque, por ejemplo, ¿quién desenterrará los muertos arrojados al mar en Santander o en La Garrofa, en Almería? ¿A los fusilados en el Altuna Mendi y el Cabo Quilates? ¿Abrirán las fosas comunes de los ametrallados de Paracuellos, preludio de Katyn, donde el franquismo irredento, excusa de los memorios histéricos, sólo exhumó una y dando gracias? ¿Se identificarán los que quedaron en cunetas en las afueras de Madrid, con la cara arrancada por un disparo de Mauser a quemarropa? ¿Elevarán un monolito en el barrio madrileño de Usera para recordar el "tunel de la muerte"? La respuesta la saben ustedes tan bien como yo.

Al fin y al cabo, esa memoria histérica es tan falsa como el curriculum del capitán Lozano, máxima imagen de ese patrocinio. El idealizado abuelito del presidente no sólo fue un militar demócrata, socialista y de izquierdas, sino también un pionero de la Alianza de Civilizaciones en la punta de las bayonetas en Marruecos, un represor de insurrectos en Asturias y un presunto agente doble que acabó, como suele suceder en un noventa por ciento de estos casos, frente a un piquete de ejecución. Esa es la historia. Lo otro es memoria histórica. Credo y propaganda.

Pero, sobre todo, lo triste, lo verdaderamente indignante de este asunto es que setenta años después de aquello, haya quienes por puro interés –político, mediático y otros que me callo– vuelvan a agitar los fantasmas de un pasado que debería estar en los libros. ¿Se imaginan a los estadounidenses, y eso que allí la cosa fue más compleja todavía, agitando el fantasma de su Guerra Civil siete décadas después?

Aquí, sin embargo, unos cuantos tíos Gilitos se frotan las manos pensando en los réditos que pueden sacarle a unos cadáveres que, fuera de las cámaras y las grabadores, en los pasillos enmoquetados y en los reservados de a 100 euros el cubierto, les importan bien poco.


http://www.elsemanaldigital.com/blog.asp?idarticulo=87080&cod_aut=

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