jueves, septiembre 25, 2008

Ignacio Marco Gardoqui, Una mezcla diabolica

Una mezcla diabólica

26.09.2008

IGNACIO MARCO-GARDOQUI

La sede de la Bolsa de Nueva York, el ojo del huracán de la crisis. / APE l origen de la crisis financiera americana hay que buscarla en una mezcla diabólica de ingredientes. En primer lugar de un exceso de ambición (podríamos llamarla sencillamente avaricia) del sistema, pero del 'conjunto' del sistema. Los bancos han exagerado sus mecanismos para lograr mayores rentabilidades, es cierto, pero también lo es que esa búsqueda estaba 'inducida e impulsada' por sus clientes, que los han disfrutado con fruición.
El segundo elemento es la enorme complejidad técnica alcanzada, la inmensa sofisticación de productos y sistemas. Los bancos de inversión han disfrutado de una regulación más laxa que sus colegas comerciales y esa situación ha impulsado su 'creatividad' hasta límites excesivos. Al final, la inmensa mayoría de los clientes desconocían los mecanismos que soportaban los productos que compraban y los factores que influían sobre las rentabilidades esperadas. Y a muchas de las entidades que luego comercializaban esos productos les sucedía lo mismo.
Luego viene la laxitud de la política monetaria. Los bancos centrales han mantenido unos tipos de interés bajísimos y una oferta de crédito abundantísima, creando un océano de liquidez descontrolada. Mucho dinero, a precio bajo y con elevadas expectativas de rentabilidad han conformado la mezcla explosiva. Todo el sistema, los originadores, los comercializadores y los compradores, han asumido riesgos elevados y, además, en buena parte desconocidos.
Pero ahora el sistema se enfrenta a un enemigo más temible y con mucho mayor poder de destrucción: la falta de confianza. Unos bancos han sucumbido a sus problemas de solvencia; otros, han sorteado la crisis de las 'subprime' con mayores o menores dificultades; pero ninguno podrá sobrevivir a la generalización de la desconfianza. Los bancos mantienen severos coeficientes de garantía, solvencia y liquidez. Pero ni la más sólida de las instituciones financieras podría atender las devoluciones de fondos exigidas por sus clientes si éstas se presentan de manera brusca, masiva y desenfrenada. Es más que probable que las motivaciones que inspiran a los promotores del plan que se discute ahora en el Congreso americano estén dirigidas, en primer lugar, a restaurar esa confianza y, luego, a solventar la toxicidad de los activos dañados de sus balances.
La reacción de la administración americana ha sido, como acostumbra, rápida en el tiempo y contundente en su contenido. La quiebra de Lehman desató todas las alarmas y provocó el anuncio de un plan de proporciones gigantescas -700.000 millones de $- y de aplicación inmediata. Hecho tan inusual y sorprendente necesariamente tenía que provocar grandes reacciones. La parte positiva la han reflejado los mercados financieros, que la saludaron con júbilo. La negativa, la han dado los políticos. Básicamente, por dos razones: no habían participado en su elaboración -fue una exclusiva del Tesoro y de los reguladores, la FED y la SEC-; y querían evitar que el salvamento de los bancos y del sistema conllevara ventajas para sus directivos o produjera inequidades con otros damnificados, como los ciudadanos hipotecados o los meros contribuyentes paganos.
Las pretensiones de los congresistas y senadores son, en general, muy razonables. Limitar las retribuciones de los directivos de las empresas afectadas es ética y estéticamente obligado. La garantía de que los eventuales beneficios de la operación de salvamente recaerán en las arcas del Estado es de estricta justicia; y la equidad reclama la ampliación de la protección a otros colectivos afectados y menos poderosos. Por otro lado, regular al regulador y controlar al controlador son viejas aspiraciones de la clase política, de efectos siempre discutibles, pero de reclamación popular permanente.
Pero la cuestión ha entrado en un círculo infernal. Para conseguir la aprobación del Congreso y el Senado parece 'conveniente' dramatizar las consecuencias de la inacción y eso mismo hizo el miércoles Bush, seguido pronto por varios de sus colegas europeos. Pero ese mismo dramatismo agravaría las consecuencias de un eventual rechazo parlamentario. Si se rechazara el plan -algo improbable al hilo del preacuerdo alcanzado anoche-, se habría contribuido a crear más alarma y a generar más desconfianza. Sería algo letal para el sistema financiero americano, gravísimo para el mundial y, también, para la economía en su conjunto.

http://www.elcorreodigital.com/vizcaya/prensa/20080926/economia/mezcla-diabolica-20080926.html

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