jueves, septiembre 25, 2008

Ignacio Camacho, Presos del pasado

jueves 25 de septiembre de 2008

Presos del pasado

IGNACIO CAMACHO
TIENE este Gobierno un problema severo en materia antiterrorista, y es la recurrencia de un pasado demasiado reciente que aflora por las costuras de su rectificación política. Para confiar es menester olvidar ese período ominoso de claudicaciones y vergüenzas, pero la realidad de ese pretérito imperfecto y cercano se hace presente incluso detrás de los hechos positivos y remite con peligrosa terquedad a los errores cometidos hace tan poco tiempo que aún perviven sus consecuencias. Es imposible arrinconar la memoria inmediata cuando, por ejemplo, surge la evidencia de que uno de los últimos etarras detenidos ejercía hace tan sólo dos años de asesor en las «conversaciones de paz» y calentaba la oreja de los interlocutores del Partido Socialista. ¿Con qué clase de gente estaba tratando el Estado? ¿Qué ceguera voluntaria nublaba el entendimiento de nuestros responsables públicos? ¿Qué delirio de autosugestión les llevaba a ennoblecer con su respeto a esta panda de truhanes y asesinos en comisión de servicio? Y, sobre todo, ¿quién o qué asegura, con qué garantías, que ha desaparecido toda esa ofuscación quimérica?
Es la proximidad de ese desgraciado contubernio lo que aún siembra cierta desconfianza ante la correcta actitud actual del poder frente al terrorismo, más allá de la necesaria unidad que escenifican las fuerzas políticas en aras de la fortaleza del Estado. Y lo que extiende una inevitable sospecha de juegos con palo y zahanoria cuando las detenciones se producen en inmediata respuesta tras cada atentado. La posibilidad de que se esté planteando un quid pro quo a los terroristas sería una desquiciada paranoia si no hubiesen mediado tantas anteriores complacencias, si no hubiese expresado el presidente tan inequívoca convicción en su proyecto negociador, si no se hubiesen producido tan oprobiosas concesiones morales y jurídicas, y si todo ello no hubiese ocurrido en un tiempo tan próximo. Ahora, sin embargo, es una duda comprensible. Quizá no objetiva, pero razonable.
Y lo peor es que parece que es la propia ETA la que alberga la convicción de que ello es así. Por eso aprieta su ofensiva criminal en busca de un nuevo «Proceso« secreto. Por eso aún quizá piensen sus jefes que es posible recrear de algún modo el interrumpido escenario de negociación. Por eso y porque el Gobierno no acaba de apuntalar su firmeza, no se decide a disolver los ayuntamientos de ANV, no termina de achicar el campo adyacente del terror de una manera tajante. Como si siempre se estuviese reservando una última carta.
Y por eso no está cerrada la herida de la descreencia. Queda como un poso de recelo, un sustrato escéptico, una sugestión aprensiva de estar delante de un ejercicio táctico en vez de una rectificación unívoca. Puede tratarse de una suspicacia injusta, de un temor infundado, pero tiene la eximente de una experiencia tan fresca que convierte cualquier certeza objetiva en una vacilante apariencia de autoengaño.

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