miércoles, septiembre 10, 2008

Ignacio Camacho, La fosa comun de la justicia

La fosa común de la justicia

IGNACIO CAMACHO

Miércoles, 10-09-08
LA justicia española sería igual de lenta e ineficiente si no existiese el Consejo General del Poder Judicial, pero al menos saldría algo más barata. Para lo que ese organismo ha hecho en los últimos (bastantes) años hubiese bastado una comisión parlamentaria, cuyos diputados habrían votado igual que los presuntos juristas independientes; es decir, alineados sin fisuras con los partidos a los que deben el cargo. En la tarea de inspección de los jueces sobra con una subdirección general, y el resto de las funciones dependen del caso que haga el Gobierno, que es ninguno. Durante la Transición, bajo el entusiasmo de la refundación democrática, se crearon instituciones muy esperanzadoras que han devenido inútiles, como el citado CGPJ o el Senado, debido al poder invasivo de la partitocracia de aparatos. Incluso el Tribunal Constitucional podría haberse subsumido en una Sala Especial del Supremo, como en otros países, en vez de convertirse de hecho en una tercera cámara, por cierto mucho más determinante que la segunda.
Claro que esa arquitectura institucional habría podido tener éxito, pero para eso hubiera sido menester que los dirigentes públicos se cortasen las manos en vez de meterlas en todo guiso que se cocine fuera de su teórica área de influencia. El sistema de las «correas de transmisión», originariamente centrado en los sindicatos, se ha extendido a la justicia, a la cultura, al mundo económico y a casi cualquier esfera social. Nuestra vida pública funciona por cuotas en estricto correlato con la aritmética parlamentaria, encerrando la vitalidad de la sociedad civil en un corsé de sectarismo. No es que hayamos enterrado a Montesquieu: es que hemos fusilado de golpe a toda la filosofía democrática moderna y hemos arrojado sus restos a una fosa común que nunca buscará el Garzón de turno.
Con todo, no es posible culpar en exclusiva de esta degradación institucional al apetito de poder de los partidos; si éstos han extendido sus insaciables tentáculos es porque han encontrado campo libre. En la justicia esta anuencia resulta particularmente escandalosa, porque el estatus de independencia reside en los jueces mismos, en tanto que tales, y son ellos los que a menudo se dejan hacer para actuar como meras terminales de consignas. Si el nuevo Consejo del Poder Judicial resulta, como el Constitucional, del todo previsible en sus fallos es en la medida en que los miembros electos se comportan con perruna fidelidad a quienes los designan. Bastaría que afirmasen sus criterios en sus convicciones para erigirse en un órgano de gran interés capaz de servir de contrapeso a los intereses sindicados de la clase política. Las pocas veces que esto ha ocurrido en la magistratura se han dado casos muy edificantes, como en el sumario de los GAL, que concluyó con un ministro en la cárcel, sano ejemplo de la supremacía de la ley. Ahora en cualquier asunto de índole política los fiscales actúan como fuerza de choque del Gobierno de turno y los miembros del CGPJ votan como galeotes al compás del tambor de un aparatchik. Ya no sirve la maldición popular de "pleitos tengas y los ganes"; basta con que te toque uno de esos jueces que cuando se ponen la toga dejan colgada la independencia en el perchero.

http://www.abc.es/20080910/opinion-firmas/fosa-comun-justicia-20080910.html

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