lunes, septiembre 22, 2008

Ignacio Camacho, Adriano y las estatuas

Adriano y las estatuas

IGNACIO CAMACHO Lunes,

22-09-08
EL sistema se desploma y Zapatero sonríe: al fin ha descubierto a quién echarle la culpa. Este tipo es de los que ve dos trenes a punto de chocar y se sienta a contemplar el espectáculo aunque esté justo en medio de la vía. Quizá crea que la crisis del capitalismo viene a darle la razón, sin darse cuenta de que, con razón o sin ella, él también está bajo el techo que se hunde. Se diría que hasta le divierte esta escombrera de cascotes financieros, que en su atrevida suficiencia contempla como una especie de triunfo ideológico, la revancha de la caída del muro de Berlín, el Apocalipsis del libre mercado. El Gran Timonel socialdemócrata está contento: han fracasado los neocons, los liberales andan a la intemperie, las empresas piden a gritos el intervencionismo estatal y el odioso Bush claudica en sus principios para salir al rescate del mercado con una biblia de Keynes en la mano. Rajoy, ríndete, los tuyos están en bancarrota o en retirada. Ya podemos volver a colgar en la pared el póster del Guernica y la foto del Che con la boina.
Ciertamente no son buenos tiempos para el credo liberal. Los más integristas se sienten desconcertados, cuando no traicionados, por la respiración asistida que los Estados Unidos han aplicado a un sistema en colapso. Las paladines universales del liberalismo financiero han aparcado sus convicciones para salir del apuro, pillados en flagrante contradicción entre su estabilidad y sus ideas. La gente común aplaude con las orejas porque ve a salvo, siquiera momentáneamente, su amenazado futuro. El sainete del presidente de los empresarios españoles pidiendo «un paréntesis» salvífico en la economía de mercado ha sido de traca; habrá que recordárselo cuando le sople el viento a favor de ganancias. Y, en general, la ideología del librecambismo puro está en recesión, como la productividad. Pero sólo un irresponsable se felicitaría de una crisis que nos agarra de lleno bajo su radio de influencia. Es como si ante la llegada de un huracán, cuando todo el mundo se afana en apuntalar sus casas, alguien saliera diciendo que ya había advertido de que estaban mal construidas.
Que además, en el caso de Zapatero, ni siquiera había alzado la voz. Cuando las cosas iban bien se felicitaba a sí mismo -siempre tan modesto- de la prosperidad de su reino. No ha movido un dedo ni por incrementarla, ni por conservarla, ni por prever su mengua, que al principio negaba contra toda evidencia objetiva. Y ahora parece aliviado de haber encontrado un culpable ajeno para la desgracia de todos, que acabará siendo también la suya.
El presidente quizá se vea a sí mismo como el Adriano de Yourcenar: en el centro de un mundo perplejo porque los viejos dioses han caído sin que hayan aparecido los nuevos. Pero Adriano tenía sentido del tiempo, de la política y de la Historia; sabía que ante la falta de referencias era obligado actuar por sí mismo. Y Zapatero, tan ufano, quizá debiera de comprender que cuando el viento de la destrucción sopla con esta fuerza no hay modo de distinguir el color de las estatuas que quedan bajo los escombros.

http://www.abc.es/20080922/opinion-firmas/adriano-estatuas-20080922.html

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