martes, septiembre 30, 2008

Iñaki Piñuel, La guerra de "nunca acabar"

La guerra de 'nunca empezar'

01.10.2008

IÑAKI PIÑUEL| PSICÓLOGO Y ESCRITOR

S eres aparentemente normales que se convierten en asesinos en masa. Vidas triviales banalmente segadas por un joven finlandés al que nadie prestaba atención y que quería hacerse famoso. Que nadie piense que está al abrigo de la violencia.
El genocidio nazi practicado por la nación más avanzada de la tierra de esa época, las matanzas masivas de civiles a manos de sus vecinos en Ruanda y Burundi en los años noventa o las más recientes barbaries y atrocidades en el corazón de Europa, en los territorios de la antigua Yugoslavia, nos señalan una y otra vez lo mismo: personas totalmente normales pueden, bajo ciertas circunstancias, verse inmersas en la comisión de actos de violencia extrema.
Desde Columbine hasta los sucesos de Kauhayoki (Finlandia), se vienen repitiendo actos violentos que se ofrecen a la opinión pública como misteriosos o aparentemente incomprensibles. Muchos llevan la reflexión sobre estos sucesos al estéril análisis de los 'violentos' como unos seres pervertidos de raíz o como unas patologías psiquiátricas descontroladas que, simplemente, se nos han ido de las manos. Declarar locos o psicópatas a los violentos no deja de ser un recurso fácil y superficial.
El principal error de la mayoría de los análisis sobre la violencia consiste en una tendencia a descontextualizar las conductas violentas tanto de sus causas como de sus efectos, siempre generadores de nuevas violencias en un ciclo sin fin. Se tiende a presentar el fenómeno 'acto de violencia' como el objeto mismo de la investigación psicosocial a abordar, del mismo modo que se investiga la existencia y composición de un átomo, un astro o una lejana galaxia. El 'acto de violencia' químicamente puro no existe aislado del espacio y del tiempo, por mucho que los telediarios nos presenten como incomprensibles, inesperados e inauditos los sucesos más violentos.
El narcisismo social es el antecedente más efectivo de muchos de los fenómenos de rivalidad, competitividad, maltrato, exclusión y violencia que vivimos hoy día.
Ser sofisticado, aparentar, rivalizar por el éxito, el aprecio, la imagen, la fama, la notoriedad son los metaprogramas que subyacen en las diferentes 'operaciones triunfo' de nuestro panorama televisivo y mediático. Todo un paradigma característico del despropósito educativo que nos invade.
Son muchos los jóvenes que, sometidos a semejante lavado de cerebro, quedan fascinados y desde muy temprana edad desean ser estrellas, gentes de éxito, antes muertos que sencillos. La sencillez en el comportamiento es rechazada como algo demodé y casposo de lo que uno debe avergonzarse. La envidia, la competencia, la rivalidad y el rechazo al que es diferente, al más débil, al más listo, o al que no da la talla se han instalado como las consecuencias necesarias y lamentables de la falta de visión educativa de una sociedad crecientemente narcisista.
Internet y 'You Tube' no hacen sino reforzar y exacerbar todo este proceso. Las nuevas tecnologías han convertido el mundo en un inmenso escaparate y en un espejo en el que cada cual se pregunta mientras se contempla en él: ¿Quién soy yo para los demás?
Todo el mundo clama contra la violencia en un mundo cada vez más escandalizado por sus periódicas encarnaciones: contra las guerras modernas, que concitan manifestaciones multitudinarias de condena como una alternativa que ya no es asumible éticamente; contra el terrorismo y contra la violencia nuestra de cada día, la que nos toca más de cerca y que podemos reconocer fácilmente en nuestras familias, colegios, vecindarios y en el mismo entorno laboral. Y sin embargo ninguno de los agentes sociales es capaz de reconocer su propia violencia. Se suele denunciar el carácter previo de la violencia del otro sin percibir la propia. Fue el otro el que empezó. Es el otro el que tiene envidia y viene a por mí. Yo tan sólo me defiendo.
Este mecanismo es fruto de la ilusión mimética que garantiza una percepción, a la vez sincera e ilusoria, de los participantes en un conflicto de que es la otra parte la que empezó las hostilidades. El atónito observador externo verifica una y otra vez esta dificultad de establecer las causas primeras en la violencia nuestra de cada día.
En las querellas y rivalidades entre vecinos, parejas, colegas o compañeros de pupitre, cada uno acusa al otro de ser autor e iniciador de la violencia. Cualquiera que desee profundizar en la naturaleza de la violencia se encuentra con la dificultad de establecer un principio desde el que poder contener y detener el inicio del ciclo violento. Un ciclo en el que la violencia siempre llama a más violencia. Por ello fallan las prescripciones ingenuas que señalan equivocadamente que para frenar la violencia es suficiente con renunciar a ejercer la iniciativa de ésta. Nadie se reconoce en el origen de la violencia. Ello no es el resultado de la mala fe (excepto en el caso de personalidades psicopáticas), sino del desconocimiento del origen mimético de la violencia.
Desde la teoría mimética, René Girard explica como, técnicamente hablando, nadie inicia la violencia. Por eso es imposible encontrar a los responsables primeros de haber comenzado las hostilidades en las guerras, la violencia doméstica, escolar o laboral. 'Es el otro el que comenzó', reclaman las partes justificando así represalias que serán violentas a su vez. La forma de frenar la violencia radica no tanto en 'no iniciar las hostilidades', como en 'no continuarlas', es decir, en renunciar a las represalias, renunciando a la venganza.
El 'no violento' no es por lo tanto el que no empieza una guerra, sino el que no la prosigue, esto es, aquél que renuncia a vengarse. Aquél que, como dice el Evangelio, «pone la otra mejilla». Sólo una persistente ceguera narcisista nos impide ver la realidad de nuestra violencia, atribuyéndola de manera proyectiva sobre el otro. La paz social nace de esta reconciliación que es siempre efecto de una tolerancia máxima, propia de quien es capaz de perdonarlo todo.
Toda violencia es una 'sincera' guerra de 'nunca empezar'. Todos tienen razón. Todos se equivocan. Con ello lo que nos garantizamos es que la violencia nuestra de cada día finalmente sea la guerra de 'nunca acabar'.

http://www.elcorreodigital.com/vizcaya/prensa/20081001/opinion/guerra-nunca-empezar-20081001.html

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