miércoles, septiembre 10, 2008

Felix Arbolí, El regreso a las catacumbas

jueves 11 de septiembre de 2008

El regreso a las catacumbas

Félix Arbolí

A YER fui testigo de una escena que me sorprendió. En la esquina de casa, junto al supermercado del barrio, suelen situarse unos gitanos vendiendo frutas y flores. Una venta ambulante no autorizada, aunque las patrullas municipales suelen ignorarlos y sólo en algunas ocasiones, para evitar que la tolerancia se convierta en invasión incontrolada, se acercan y requisan la mercancía expuesta, que es una simple muestras de la que guardan en las “fragonetas” próximas, para salvarlas de las “racías” municipales. Al pasar por uno de esos puestos me llamó la atención un ramo de rosas rojas que parecía incitarme a comprarlas y hacer un modesto obsequio a mi mujer. Nada especial que celebrar, simple capricho e intención de demostrarle lo mucho que significa para mí. Estimo que el obsequio debe ser un detalle no sujeto a fechas y celebraciones, sino a la voluntad de homenajear a la persona a la que se le hace. Como no es tiempo de regalos, ni vísperas de difuntos, estaban a un precio bastante asequible, aunque me las hubiera llevado de igual forma si me hubieran pedido el doble.

Mientras mi gitana me atendía y halagaba el buen gusto de mi elección, una señora con carrito de compra incluido se acercaba al puesto de junto donde se exhibían en una carretilla de manos, de esas que usan los albañiles para el transporte de piedras y cemento, una melonada enorme. Los había de todo los tamaños. La buena mujer con esa desconfianza habitual que tenemos todos hacia la venta callejera, le dijo al vendedor.

- ¿Serán buenos, no?.

Una pregunta absurda, ya que nadie que intenta vender mercancía en la calle o el interior de un local a un desconocido la califica de mala a su posible comprador. El vendedor, un gitano cuarentón y moreno, con ese bronceado característico de los de su raza y un buen “pelote” dorado en su dedo anular, en un tono que más que una afirmación, era una demostración orgullosa, le contestó.

- ¡Son riquísimos, señora!. Yo no puedo engañar… ¡Soy evangélico!.

La señora lo compró con sus dudas aún y se fue con el melón. El vendedor se quedó tan tranquilo, sin percatarse de la lección de fe que acababa de hacer públicamente.

Yo me quedé sorprendido y avergonzado en mi condición de católico ante la cobardía que nos domina de descubrir nuestras creencias públicamente. Ese vendedor gitano curtido en mil soles de hambre y sufrimientos, sin cultura ni estudios suficientes y machacado por las continuas trabas que les impone una sociedad hipócrita y farisaica que se llama cristiana y solidaria, acababa de manifestar con orgullo, como garantía de su verdad y honradez, su condición de cristiano. Lo que muchos católicos no se atreven a exponer por miedo a que les tachen de capillita y meapilas y le consideren un ser extraño y postergado.

No es éste el único caso que me he encontrado en mis frecuentes paseos por el barrio y mercadillos, donde la raza calé desempeña su cometido. Es como si desde el instante de su nacimiento en lugar de pan debajo del brazo, – como se decía en un ayer ya lejano en el caso de los payos, ya que actualmente vienen con el euribor y las hipotecas-, trajeran una Biblia junto al melón o el manojo de claveles. .

Antes el gitano era sinónimo de engañabobos, liante, trapalero y poco escrupuloso en la manera de ganarse la vida, el que no había podido descubrir y vivir de ese arte innato que tienen para el baile y el cante. En uno de mis libros entrevistaba a un gitano chiclanero, cojo, bailarín, borracho y buscavidas, pero excelente persona en todo lo demás, mi amigo Farinas, que me decía “que Dios había hecho a los payos para descanso de los gitanos”, porque ellos vivían como el parásito en el perro comiendo a su costa. Aunque no todos participaran de esa falsa y equivocada manera. Los había honestos y con ganas de superarse para buscar más limpios y seguros horizontes y no tener que vivir a saltos de caballo. Hoy están en las escuelas, en los bufetes de abogados y hasta en la política, aunque éste último ejemplo no signifique que han mejorado en sus anteriores procedimientos. Y están y esto es para mí lo más grande, más cerca de Dios que han estado nunca, aunque su iglesia no mire a Roma, sino a Filadelfia.

Tuve un gran amigo de esta etnia, Antonio, del que ya hablé en estas páginas con ocasión de su muerte, que tenía a Dios continuamente en su boca y en su pensamiento, sin resultar nada chocante, ni machacón. Todo lo contrario, edificante y ejemplar. Me contaba que en sus años jóvenes, cuando lo de la iglesia de Filadelfia era una entelequia para los de su raza, se dedicaba como la mayoría de ellos al baile y al cante para divertimiento de señoritos calaveras y tablaos. Es más, me contó en una de sus numerosas confidencias, que una noche llegó con tal borrachera y mala uva que su mujer no le abrió la puerta y tuvo que dormir y pasar la curda sobre un banco de la plaza donde se hallaba la vivienda. Al día siguiente, su resentimiento llegó a tal extremo que determinó no volver a dormir en la misma cama con esa mujer y a los veinte años de ocurrido aquello aún continuaba célibe respecto a su parienta. No sé, pues no hablamos más del asunto, si con ocasión de su entrada en esa iglesia que lleva el nombre de la famosa ciudad norteamericana cuna de la independencia USA, se restablecieron los lazos amorosos en el matrimonio.

Cuando me hospitalizaron grave en el “12 de Octubre”, más muerto que vivo, él le decía a mi hijo José Luis que rezaba por mí con mucha fe y que estaba seguro de que me salvaría, pues Dios así se lo había indicado. Ignoro de qué forma se lo manifestó Dios, pero su convencimiento y su fe eran absolutos. Cuando ya recuperado volví a verlo y me confirmó lo que ya me había comentado mi hijo, me quedé asombrado ante esa enorme demostración de confianza en la fuerza de su fe. Me acordé de la parábola del Centurión y la de la mujer enferma del evangelio de San Marcos, que con sólo rozarle el vestido al Maestro lo consideraba suficiente para lograr su curación. Ambos se movían con la exclusiva fuerza de la fe, esa que mueve las montañas de nuestros escepticismos y complejos. .

En el entorno de mi amigo Antonio estaba Dios presente en cada momento del día. Sus hijos rectificaron su conducta y las borracheras, desidias y chalaneos desaparecieron del ambiente familiar. Uno hasta se dedicó al estudio de la Biblia, que le acompañaba a todas partes y mostraba con auténtico orgullo y veneración y se hizo Pastor de su iglesia. Otro, Manolo, un chaval sensacional, majo y excelente persona, había sido un poco bala perdida y amigo de empinar el codo más de la cuenta, - “ pero lo recuperé para Dios”, me contaba Antonio-, y hoy es un padre de familia honesto y trabajador que lleva a gala sentir a Dios presidiendo sus días y acompañando sus noches. El milagro de la sinceridad de sus creencias ha hecho de esta familia un modelo de conducta a seguir, incluso por los que nos creemos creyentes afortunados.

¿Qué clase de Iglesia es ésa que ha sido capaz de hacer de unas personas con no muy buenas referencias y poco religiosas, el ejemplo más fehaciente del milagro de la fe?. ¿Cuándo se van a dar cuenta nuestros pastores el daño que hacen con sus demagogias libertarias y transgresiones eucarísticas o sus beaterías decimonónicas y mojigaterías a los que intentan acercarse a la iglesia?.

Junto a esta noticia, como reverso de la medalla, me entero de la demanda para que sean retirados los símbolos religiosos de las sedes judiciales de Castilla la Mancha, por parte de una serie de jueces que al parecer les ofende la presencia de Cristo en sus mesas, paredes y tribunales. Ya llueve sobre mojado este desprecio y ataque contra todo lo referente a nuestra religión por parte de estamentos oficiales e individuos que blasonan de su ateísmo y de su desprecio a toda representación cristiana, especialmente católica. Muy distinto al agnóstico y entrañable profesor Tierno Galván, que cuando fue elegido alcalde de Madrid y le fueron a retirar el Crucifijo de su mesa del despacho oficial, lo impidiera razonando que “Cristo significa amor y su imagen no puede ofenderme”.




Antes solía decirse que “todos los caminos conducen a Roma”, porque allí se encontraba el centro de una Fe pujante y mayoritaria. Luego la aparición de nuevos iluminados y falsos profetas hizo que esa meta fuera perdiendo una gran parte de su simbolismo y sean ya muchos los caminos abiertos por la competencia religiosa y la ceguera espiritual que nos quieren apartar de la Iglesia de Pedro, sucesora del mismo Cristo. Hablar de religión y confesarnos católicos, se considera ya como algo atípico y desfasado. Residuos de unas creencias que muchos intentan eliminar de nuestras conciencias a base de “culebrinas” literarias intercaladas en textos publicados o de forma descarada cuando el ambiente y el medio les son propicios. Ya hasta se intenta usar las leyes para borrar toda exhibición y demostración de nuestra religión. Nos quieren hacer pensar que ser cristiano y manifestarlo se ha convertido en una peligrosa y subversiva actividad, que ha de desarrollarse nuevamente en la clandestinidad de las Catacumbas.

http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=4815

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