miércoles, septiembre 24, 2008

Blanca Alvarez, La crisis

La crisis

25.09.2008

BLANCA ÁLVAREZ

C omo no soy analista político, ni he llegado a comprender nunca la falacia de la Bolsa, he pensado en unas cuantas poderosas consecuencias de esto que, cíclicamente, nos cae a los pobres como una peste bíblica sobre nuestras cabezas, que llena los titulares de prensa mientras olvida desastres borrados ante la sagrada palabra: crisis.
La crisis sirve para engordar las barrigas de los gordos; ningún rico deja de serlo en medio de una, al contrario, los mayores patrimonios provienen de la piratería en tiempos de crisis. Porque la crisis la padecen los pobres. La crisis sirve para que paguemos, con nuestro sudor, a los banqueros que ya no se forran tanto, por más que ellos consideraron suyas y legítimas las ganancias anteriores y jamás las compartieron.
La crisis sirve para aterrarnos de tal modo que perdemos la escasa capacidad de razonar con sensata lucidez, por lo tanto, nos deja a merced absoluta de las consignas interesadas de los vampiros financieros, gritadas por los políticos como un coro griego asustado. La crisis sirve para que fachas como doña Espe creen colegios segregados en Madrid: los gitanos no deben contaminar la buena educación de los payos.
La crisis, sirve para que los pobres del Primer Mundo miremos con odio feroz la llegada de pateras con los más pobres de esos lugares esquilmados por nuestros vampiros nacionales. La crisis sirve para sanear las arcas de los ricos, limpiar la población de derechos duramente adquiridos, promover guerras en remotos lugares y enviar a los hijos de los pobres creyentes a desangrase en cualquier lugar del que jamás habían oído hablar.
La crisis es la ley de la selva sin leyes donde se permite que los pequeños animales se devoren entre sí, mientras ellos vigilan quiénes están capacitados para sobrevivir según sus reglas. Pero, sobre todo, la crisis sirve para paralizarnos en la sagrada alegría de vivir, que nada tiene que ver con el consumo feroz. Nos deja incapacitados para movernos, levantar la voz y sacar las patitas del tiesto donde nos han ubicado como plantas carnívoras bajo vigilancia. Aquí no se mueve ni nuestra sombra para evitar ir al desguace, ni se sueña, que resulta más peligroso que llamar a la revolución: se aguanta, se ajusta uno el cinturón físico y el espiritual y, como bueyes bien uncidos, ni levantamos la cabeza del campo minado donde, para más inri, nos creemos unos privilegiados.
Debe de ser que no entiendo de Bolsa, por eso me parece una maniobra orquestada por los gordos invisibles que nos devoran, primero las carnes, después el alma.

http://www.elcorreodigital.com/vizcaya/prensa/20080925/opinion/crisis-20080925.html

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