viernes, septiembre 26, 2008

Agapito Maestre, Veinte cuentos de deshora

NARRATIVA
Veinte cuentos a deshora
Por Agapito Maestre
"Locura de amor" me provocó ternura. Es el primer cuento de este inteligente Veinte cuentos a deshora, de Jesús Cobo. Escalofríos sentí al final; a pesar de que intuí desde el principio cómo sería, más o menos, el desenlace, no abandoné el relato. Al contrario, proseguí con deleite la lectura. Todo resultaba obvio en la narración, excepto el talento de orfebre del narrador, que me atrapó para que no dejara el libro aparcado, olvidado, o sencillamente perdido en cualquier mesa de una cafetería.

"Más o menos", digo, intuí el final, pero jamás con exactitud pude atisbar su cielo literario, su claridad creadora, su profundidad para transmitir algo que no puede captar la teoría, la reflexión, o la observación científica.

Ese algo esencial, casi único, sólo puede captarlo la literatura. Quien lea a Cobo y crea que sabe al comienzo de la lectura el final de sus cuentos está dado, entre otras razones, porque la narración acaba escribiéndolo a él; sí, creo que la narración domina al escritor hasta el punto de que su inteligencia, su escritura, es dominada por la compleja imaginación de la realidad. He ahí uno de los secretos de esta obra literaria. Cobo crea un espacio entre la acción y la sabiduría, entre la costumbre y el conocimiento, gracias al cual la vida se revela de un modo singular, propio, nuevo y, sobre todo, ajeno a la pura racionalidad. Los cuentos de Cobo son vitales. Son la vida contada con transparencia vital. Esos cuentos, pues, tienen algo de filosofía española. Están construidos para hacer un poco más transparente la vida. Por ejemplo, todavía hoy existen parejas que viven y mueren por "Locura de amor".

Son testimonios, como dice el autor en el cuento que cierra el libro, "de un final que es su principio". Son cuentos testimoniales, en efecto. Cuentos sobre lo que pasa. Cuentos a la forma de las narraciones de Heródoto. Y, sin embargo, algunos cuentos, lejos de aclararnos la vida –el choque entre los bárbaros y los civilizados, entre las costumbres de los griegos y el resto de civilizaciones– la prologan con la fantasía. No es la escritura de Cobo sólo una sencilla y amable recreación de la realidad vivida. Sin duda alguna, sus cuentos trascienden lo vivido por el autor consiguiendo universalizar un horizonte concreto y determinado, pero no quedan atrapados en una universalización repetitiva de lo real, sino que aparece una nueva realidad. Lo otro de la realidad, la fantasía.

"La trampa", cuento surrealista y loco, es el mejor ejemplo de esta literatura fantástica. Es una narración construida a partir de una experiencia extraña, infrecuente, casi imposible, pero que alguna vez alguien ha soñado en la locura. Se trata de ese tipo de experiencia que el psiquiatra ha oído de formas diferentes; a veces, es la diosa Cibeles que en nuestros sueños siempre la vemos llevando a los leones en su carruaje, y nunca al revés; otras, como es el caso de Cobo, no es el jinete quien cabalga a la mula sino que es el hombre el cabalgado: "Era la mula el jinete, aposentada a horcajadas sobre mi espalda, a pelo, mientras yo caminaba con las piernas abiertas, fuertemente doblado por el peso, agarrándome a las patas del animal para mejor guardar el equilibrio". Cuento, en fin, surrealista en la mejor tradición del cine de Buñuel y el hiperrealismo de la pintura de Solana. Cuento, pues, muy español.

La presencia del vino en casi todos los cuentos es digna de ser reseñada. Cobo, como el clásico, sabe que donde haya vino quizá también hallemos talento; acaso por eso, si yo fuera bodeguero, vendedor de vinos o mercachifle para explotar eso que llaman los cursis la "cultura del vino", leería con detenimiento estos cuentos. Constituyen todo un diccionario de las virtudes del sagrado néctar. He aquí unos cuantos ejemplos para evaluar el profundo conocimiento que tiene este autor del asunto:
1. Fernando no amaba el vino y eso me entristecía. Bebía fuertes licores y alguna vez se emborrachó.

2. Caricia por caricia, la lluvia fue más fiel. Enseguida pude encontrar una rutinaria ocupación, un periódico que hojear todos los días, un ambiente doméstico de confortable seguridad. El gozo del burgués se disfruta a 23 grados; y es necesario el vino.

3. El destino es burlón, repetía con frecuencia Daniel. Polo lo recordó al ver a un hombre podando unos majuelos, cerca de Husillos. Lo reconoció enseguida. Había envejecido mucho. "Seguramente yo también", pensó. Pero se vio, a su vez, reconocido. Vio cómo se asustaba. Tomó la podadera como arma de defensa. Polo, que se había dado últimamente a lecturas de historia, trastabilló su pensamiento y dijo una frase absurda:

– No temas, Daniel. El profesor ha muerto. Y España ha dejado de ser católica…

Que lo creyera o no resulta ya irrelevante. Daniel bajó la podadera y se acercó a su amigo. Se abrazaron. Lo llevó hasta su casa, una casita muy pequeña en las afueras del pueblo pequeñísimo. "Vivo solo", le dijo. Y le dio de beber, un vino tierno.

– Lo hago yo.
– Está muy bueno…
– Pero se pica pronto… Hay que bebérselo enseguida. O acostumbrarse al dejo vinagroso… A mí, ya, me da igual; lo bebo siempre. Como esté…

4. Mi marido está lejos; yo aprovecho. En otras ocasiones traje hombres, o que hombres parecían. Pero ya no los hay para mí. ¿Es esto la vejez, que se anuncia? ¿Es la sabiduría? Pero, ¿quien sabe de los hombres? Los he catado como si fueran vinos, de mil maneras los probé. Borracha nunca, ni de una cosa ni de otra.

5. El algebrista hacía un vino de números, un vino socarrón y picante que indigestaba el cerebro de los presumidos. "Este vino sabe a chocolate crudo; sabe a manzana, a frambuesa, a mandarla…" ¡Cretinos! El algebrista echaba media X en cada tonel y decía: "sabe a puta". Lo bebí entonces; me recordó los vinazos espesos que le gustaban a Solana, esos desgarrados vinazos a los que su biógrafo Ramón, había llamado "vinos esclarecedores". Aparté la media X con un palillito. Y no se supo a vino; era rojo, rojo como la sangre; era sangre.
En fin, además del vino, Los veinte cuentos consagran a Cobo como un gran creador de una espléndida obra literaria. Absolutamente veraz en sí misma. Obra madura.


JESÚS COBO: VEINTE CUENTOS A DESHORA. Almud (Toledo), 2008, 112 páginas.

http://libros.libertaddigital.com/veinte-cuentos-a-deshora-1276235448.html

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