miércoles, agosto 20, 2008

Felix Arbolí, Por ser la Virgen de la Paloma

miercoles 20 de agosto de 2008
Por ser la Virgen de la Paloma

Félix Arbolí

M ADRID está de verbena. Pero una de las verbenas más castizas y populares de las que se celebran en la Villa del Oso y el Madroño, a pesar de que lo de villa haya quedado rebasado ampliamente y el oso y el madroño desaparecieran huyendo del hormigón y los gases tóxicos. Ambos, no obstante, siguen figurando en su escudo como testimonio de un ayer lejano, más insalubre, menos poblado y con menor extensión, pero sin lugar a dudas más entrañable, tradicional y festivalero.

Los aires musicales del organillo, pieza ya casi de museo, amenizan las calles de Calatrava y la Paloma, donde un público heterogéneo, con ganas de marcha y sediento del tinto de verano y la castiza “limoná”, observa complacido el vaivén de chulapos y manolas, incluso en su más tierna edad, dispuestos a inmortalizar su escapada al ayer con las modernas tecnologías de un presente que ya es mañana, con esos móviles y artilugios a los que solo les falta hablar y despotricar contra el gobierno para convencernos de su posible humanización. Esta es la primera vez, en mis años de vida madrileña que asisto a esta verbena y aún no se como me convenció tan fácilmente mi mujer para que les acompañara, a ella y a su hermana, a dar un paseo por ese ayer tradicional que resucita cada año, gracias a la imponente devoción del pueblo a ese cuadro milagroso y sencillo de la Virgen de la Soledad, cuya situación nada tiene que ver con su advocación, ya que goza del amor y la veneración no ya solo de los nacidos madrileños, sino de los que eligieron esta urbe como residencia. Si Isabel Tintero contemplara a su cuadro en la actualidad, tendría asegurado el infarto, pero de pura emoción y extremada felicidad.

La Paloma para Madrid tiene un encanto especial. Hasta el detalle de que su advocación le venga del nombre de la calle donde la encontraron unos chavales y la limpió, enmarcó, veneró y popularizó Isabel Tintero, que por cierto no está enterrada en esta iglesia como era su deseo. Es nuestra Fátima íntima y popular, nuestra Lourdes milagrosa y nuestro Pilar confesional En Madrid coexisten tres Patronas y cada una de ellas tiene un encanto y una historia distinta. Tenemos a la Almudena, que es la Patrona oficial y solemne, con Catedral y Cardenal Arzobispo incluidos y está también la Virgen de Atocha, que es la Patrona de la Casa Real, pero la Paloma es algo muy especial para el pueblo sencillo que la siente como suya y la venera como su más preciada pertenencia, ya que la consideran un legado prodigioso y personal a una humilde mujer, cuyo amor y veneración a ese cuadro sin valoración artística alguna, se extendió a todo Madrid. Y digo lo de pueblo sencillo, ya que pocos rostros famosos se ven por las calles verbeneras en estas fechas. Claro que la mayoría se encuentran “biquineando” por las playas españolas o marineando en esos yates que como auténticos palacios flotantes recorren nuestras costas y mares adyacentes. La Paloma, es a mi entender, la Macarena madrileña, aunque se trate de un simple cuadro de autor desconocido. Objetivo del delirio popular, incentivo de un fervor que creíamos dormido y exponente de una fe popular que ni políticos, campañas laicistas, libros de Ciudadanía y artículos distorsionados han logrado desterrar de la raíz de un pueblo que contra todo pronóstico nunca ha dejado de ser católico y devoto con sus imágenes sagradas.

He pasado una mañana como hacía tiempo no me ocurría. Me he sentido feliz, alegre y agradecido con ese recorrido inesperado que tan bien me ha sentado. He probado el tinto de verano, la sangría y la famosa “limoná” de nuestros madriles en fiesta. Parada y tapeo obligatorio ante el puesto de “El Perla”, de la calle Calatrava, donde junto a la cerveza o bebida solicitada, podías degustar toda clase de aperitivos expuestos. Simpatía y casticismo a raudales. Una fachada adornada con motivos florales y ornamentales en homenaje a nuestra Paloma y una empleada o propietaria que estaba como para chuparse los dedos después de darle la mano. Se llamaba, no podía ser de otra forma, Almudena y era nacida en Lavapiés. “¡Casi ná¡, como diría el castizo. En este puesto nos encontramos filmando a Telemadrid para su programa “Madrid directo”. ¿Hay acontecimiento importante y entrañable que no recoja este programa del que me confieso asiduo espectador?. Con el “micro”, otra madrileña de altura, y no lo digo solo por su estatura, sino por la suma de sus visibles y sensacionales cualidades físicas, que se llamaba Gema Méndez. ¿De donde salen estas mujeres y por qué no llevan guardaespaldas permanentes?. Bueno, espaldas, delantera, ojos y demás, porque cuando se es guapa de verdad, hasta la forma de respirar se hace arte. Un diez a la belleza y en ese porcentaje incluyo a mi mujer, que cada día me tiene más enamorado. .

Ante una tienda de patatas fritas, que se anuncian como fábrica, como si las patatas pudieran fabricarse, una cola bastante considerable. Estamos en la cercanía de la Iglesia. Intento conocer la razón de ese “apéndice personal” y me dicen que es un local que solo abre en muy contadas ocasiones y que venden las mejores patatas fritas de Madrid. Dispuestos a seguir asombrándonos, cogemos turno y perdemos diez minutos de espera. Un paquete de los pequeños a 1,20 euros. El local de llama La Zamorana, nada que ver con Palomas y alturas celestiales. El género igual de rico que en cualquier otro local. Diez minutos perdidos tontamente esperando un milagro gastronómico que no llegó.

La Virgen de la Paloma, nuestra protagonista, es la patrona de los bomberos madrileños, que todos los años y en este día, se encargan de bajar a la Imagen de su trono en el altar mayor, colocarla en su paso procesional y darle guardia de honor durante el recorrido y regresarla a su lugar terminado el acto. Ya estaba el paso en la calle, junto a la puerta principal del templo, donde parroquianas voluntarias lo iban limpiando, adornando y floreciendo para que a la tarde estuviera a punto para recibir a tan preciada carga. Por este lugar, una señora repartía folletos, libritos, estampas y papeles a todos cuantos pasaban junto a ella. Me acerqué con curiosidad y me obsequió de tan “santo material”, donde curiosamente se hablaba del último secreto de Fátima, había una estampa del Corazón de Jesús y hasta un libro-folleto con la explicación de la misa, foto del Papa al reverso y en su portada una Custodia con el Santísimo y una Inmaculada, pero nada que hiciera alusión a nuestra venerada Paloma. Quise saber el por qué y para que de su misión.

- Desde hace doce años y hasta el final de mis días, me recorro los lugares y santuarios marianos en cumplimiento de una promesa. Reparto esta propaganda, libritos y estampas que yo pago de mi bolsillo sin admitir nada a cambio. Me ofenderían si me ofrecieran para tomar un simple café.

Se llamaba, según me dijo, Maria Luisa y era natural de un pueblo de Toledo. Sus peregrinajes incluían Lourdes, Fátima, Zaragoza, la Paloma y todo suceso que tuviera como objetivo la veneración a la Madre de Dios.

- Quiero hacer ver a las gentes que tenemos olvidado a Dios y necesitamos que regrese a nuestros corazones. La Virgen debe ser nuestra guía constante para acercarnos y amar a su Hijo.

No pude sacarle más en claro, ni tampoco quise adentrarme en su intimidad por si acaso la ponía en un aprieto o yo quedaba mal por mi indiscreción. Sólo pude conocer que en cada evento al que había asistido regalaba más de doce mil ejemplares a los transeúntes que salieran a su encuentro. Por lo visto, los compraba y encargaba por cajas a imprentas y almacenes. Una fe excesiva, una promesa muy seria o una beatería exagerada que en nada perjudicaba y sí podía favorecer a más de uno que tuviera olvidados sus deberes religiosos.

Aprovechando el “tiro” los espabilados de turno. En uno de los puestos ambulantes callejeros, un cartel ofrecía “Santa “limoná” de la Virgen de la Paloma”. Ignoro de donde le venía la santidad a esa fresca bebida. ¿Estaba hecha con agua bendita?. Flores, muchas flores por todas partes y esquinas, a dos euros el manojo. Unos lo compraban para el paso de la Virgen y otros se los llevaban a su casa para adornar los jarrones en sustitución a las de plásticos, aunque pronto advertirían que los capullos en lugar de abrirse se cerraban avergonzados.

Realmente fascinante el gusto, la dedicación y el logro de esas balconadas con colgaduras, cortinajes de terciopelo y angelitos dispersos en torno a la imagen de la Virgen presente en casi todas las casas, locales y fachadas. Auténticas obras de arte, hechas con tanto amor y devoción como generosidad, porque en estas calles y estas fechas, ni se habla de crisis, ni de guerras, ni de ZP, ni de las fatídicas hipotecas. Parece como si las largas y protectoras alas de esta entrañable y santa Paloma, se extendieran solícitas para evitar que los miles de devotos que bajo ellas se refugian puedan sentirse desgraciados o tristes en una fiesta tan señalada.

¡Cuantos momentos como éste me he perdido, y cuanta belleza y colorido he podido apreciar en esas chulapas y mujeres “hijas del pueblo de Madrid”!. Una exhibición de casticismo y tradición, bailes y charangas, rezos y piropos que se unen en estas fechas para presumir de madrileñismo mariano, bajo la luminosidad de un cielo azul y un sol espléndido que no han querido perderse este excepcional espectáculo.

http://www.vistazoalaprensa.com/contraportada.asp?Id=1744

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