jueves, agosto 28, 2008

Felix Arbolí, ¿Donde estaba Dios?

jueves 28 de agosto de 2008
¿Dónde estaba Dios?

Félix Arbolí

M UCHOS se preguntan un tanto soliviantados, dónde estaba Dios en los instantes de esa tremenda tragedia, como haciéndole responsable de esos terribles momentos y no se detienen a considerar su presencia cuando el éxito, la alegría y los buenos momentos invaden nuestras vidas. Implantamos una especie de ley del embudo reservándonos el extremo ancho, cuando tenemos la suerte de cara y no queremos aceptar intervenciones extrañas o milagrosas y acusamos como responsables a esas mismas intervenciones, cuando nos toca el extremo estrecho y la suerte se nos vuelve de espaldas. Cuando nos sentimos solos, atribulados y doloridos, Él tiene la culpa, si por el contrario, nos sonríe la suerte, nos sale todo bien y nos encontramos felices, es gracias a nuestros méritos personales exclusivamente. Es decir que acoplamos nuestra fe a las veleidades de la fortuna.

Lo que más me ha sorprendido es que uno de los lectores me haya hecho esa pregunta de dónde estaba Dios a mí. Como si yo tuviera los conocimientos suficientes para descifrar los misterios de este mundo y los que descubriremos cuando sobrepasemos los límites vitales. Esa pregunta me la llevo haciendo yo desde que tuve uso de razón y me di cuenta de la existencia del bien y del mal en una alternancia desequilibrada en favor del segundo. Pero lo más curioso y sorprendente es que nadie ha podido contestármela hasta la fecha de una manera razonada aunque lo intentaron en muchas ocasiones y de muy distintas formas. Hay cuestiones y temas que escapan a los límites de nuestra razón y solo podemos sustentarlas con la ayuda de la fe, los que la tenemos. Gracias a ella podemos compensar y aceptar tan dolorosos momentos y circunstancias, sin mirar hacia arriba con ira, porque nos inculcaron de pequeños y aceptamos de mayores la creencia de que no somos simplemente materia, sino que bajo esta envoltura corpórea se oculta y ocupa lugar preeminente un alma que nos habla de Dios y nos lleva hacia Él cuando desaparecemos de este mundo. .

Nacer y morir, reír y llorar, gozar y sufrir, son circunstancias inherentes a nuestra condición humana que debemos aceptar y superar porque son las únicas alforjas que nos dan para tan largo e incierto recorrido. Hoy te ha tocado a ti y mañana me ha de tocar a mí. Es ley de vida y nada ni nadie puede cambiarlo. Solo nos queda mirar al cielo y pedir la suficiente fortaleza y resignación para superar tan dura prueba, basándonos en ese sentimiento tan íntimo e indestructible al paso del tiempo, que gracias a nuestros padres hemos podido percibir a lo largo de nuestra vida y que hemos intentado inculcar a nuestros hijos, aunque en algunos casos creamos que hemos podido fallar y nuestros esfuerzos han quedado en tentativa.

Dios, está en todo momento con nosotros, porque forma parte consustancial de nuestras vidas. Somos templos vivientes de Dios. Está con el que ama, con el que perdona, con el que sufre y con el que goza. Está conmigo desde aquel lejano l3 de julio en que llegué al mundo, porque mis padres no fueron unos carniceros abortistas, hasta el día que disponga debo retornar a mis orígenes. En el día espléndido y feliz de mi boda, que me brindó amor y compañera para los más importantes años de mi vida, en una aventura maravillosa que aún continúa. En el nacimiento venturoso de mis tres hijos, mi desmedido orgullo, gracias a Su generosidad al premiar con soplos de vida esos maravillosos instantes de amor y placer conyugal. Y estuvo conmigo en el amargo trance de acompañar al cementerio a esa hija que nació muerta en un parto normal y a la que no quise conocer para no vivir con su imagen interminables recuerdos dolorosos. Gracias a que estaba conmigo no me volví loco de tanto sufrir. Sin mi fe, no hubiera podido soportar ese golpe tan duro y ese final tan decepcionante y horrible a mis ilusionadas esperanzas. También experimenté su presencia e influencia cuando sentí el golpe seco de la tierra cayendo sobre los ataúdes de mi madre, suegro y hermano mayor y padrino, que tuvo que hacer las veces de padre, (mis pérdidas más irreparables), y mis otros dos hermanos y cuñados tan recientemente desaparecidos y que continúan ocupando su lugar en la memoria de mis infortunios. Cada uno de ellos se llevó una parte muy importante de mi vida y un enorme pedazo de mi corazón, pero lo pude superar y continuar ilusionado mi existencia con los que me habían quedado, gracias a la fortaleza, resignación, conformidad y creencia de que los que se habían ido gozaban ya de una paz y una felicidad inacabable, porque nunca he dejado de confiar en la misericordia divina, en mayor medida que en su severidad. .

Ahí estaba Dios querido lector. Yo lo he sentido, lo he advertido y gracias a Él he superado tan graves momentos, como me figuro podrán hacerlo los que se encuentren en idénticas y horribles circunstancias y no hayan perdido la fe. El está más con los que sufren, que con los que gozan, aunque tampoco abandone a éstos, ya que todo ser tiene necesidad de ser feliz y sentirse realizado en algunos momentos de su lento y difícil peregrinar por estos mundos. Pero los niños, los oprimidos y los que sufren, son sus preferidos porque sabe que son los que más le necesitan. Él conoce el dolor, el sufrimiento, la angustia y la muerte y lo aceptó con amor, resignación y valentía para redimir y salvar a los mismos que se la infligían. Sabía, como ahora sabemos nosotros, que tras ese final inhumano y cruel se hallaba una eternidad maravillosa donde todos tienen cabida menos el dolor y el mal.

No puedo profundizar en un tema que siento profundamente, aunque no lo comprenda de manera racional. Este cometido es propio de un teólogo, y yo solo soy un humilde lego en estas cuestiones. Posiblemente, y así lo deseo ardientemente, estas personas que se encuentran tan terriblemente atribuladas por la reciente desgracia, estén advirtiendo la presencia e influencia de ese Ser en detalles, pensamientos y sensaciones que intentan aliviar tanto dolor acumulado en tan escaso tiempo. Y aunque a veces parezca que se aleja, la realidad es que somos nosotros los que le hemos abandonado e ignorado en una absurda búsqueda de encontrarle un sustituto. Pero Él continúa esperando nuestro regreso, lleno de amor y cargado de paciencia, como nos quiso dar a entender en la parábola del “hijo pródigo” y “El buen pastor”.

La existencia y presencia de Dios nace con el hombre y le acompaña a lo largo de toda su existencia hasta el instante mismo que cumplido su ciclo vital regresa a sus orígenes, aunque le llamen final. La muerte del hombre no es un acto cruel de Dios, sino el proceso natural de nuestra existencia. Hemos nacido sabiendo que tenemos que morir y solo cambia el momento, lugar y las causas que originen nuestra muerte. ¿Qué sería de la Humanidad si hubiéramos nacidos para vivir eternamente?. Sería más horrible que el hecho de tener que morir. Nadie puede tachar a Dios de cruel, injusto y falto de amor porque en un desgraciado e inesperado accidente mueran cierto número de personas, como yo no lo hice cuando se me murió esa hija sin darme tiempo a besarla y oírle sus primeros llantos, y era el ser más inocente del mundo porque ni siquiera se había podido contagiar de su aire. Comprendo que para los familiares afectados sea muy duro aceptar este razonamiento, como lo fue para mi cuando me tocó sufrirlos y como será para tantos padres, hijos y hermanos que a lo largo del mundo están perdiendo en estos momentos a sus seres queridos. Al cabo del día, desde que el mundo es mundo, son millones los que nos abandonan y emprenden el camino a la eternidad y nadie busca culpables a tan numerosas y continuas muertes, si no hay por medio una guerra o un asesinato. Sabemos que es el tributo que hemos de pagar por haber nacido, aunque algunos lo hagan con más premura y menos culpa. Son cosas que hemos de tolerar y aceptar desde que tenemos uso de razón y nos hablan de la brevedad vital del ser humano y la eternidad que le está esperando desde el mismo instante de su nacimiento. La muerte no tiene preferencias, ni distingos, y esto es lo que la hace más incomprensible y difícil de asimilar para aquellos que están acostumbrados a satisfacer todos sus caprichos y más aceptable a los que pasan su existencia sin recargadas mochilas. Es una de las pocas cosas que no se puede comprar, alterar o postergar. Cuando ha llegado la hora y suena el fatídico reloj de tu tiempo no hay nada capaz de liberarte de esa ausencia definitiva.

¿Dónde estaba Dios, me preguntan? Estaba allí y está contigo en este momento, estuvo en los anteriores y estará en los posteriores, aunque creas que vas por la vida sólo. Está ayudándome y dándome ánimos para que mis torpes letras sirvan para paliar tanta angustia y dolor acumulados. Está hasta en los pucheros como decía la Santa de Ávila, pero no formando parte de los guisos que preparaban las monjas de su convento, sino acompañándolas en sus faenas al igual que hace con tantas personas sencillas de humildes cometidos, pero grandes en su dignidad personal y riqueza espiritual, aunque no hayan alcanzado el grado de beatones y meapilas. Estaba, como no, con los que han sufrido esa horrible tragedia para impedir que la desesperación y el dolor no les conduzcan a la locura y puedan compensar tan tremenda desgracia con el convencimiento y la fe de que gozan ya de una paz que nadie podrá encontrar jamás en esta tierra. No tengo la menor duda Tengan la creencia que tengan porque Dios, aunque con distintos nombres y representaciones, es sólo Uno.

http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=4796

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