miércoles, junio 25, 2008

Jose Luis Restan, El adios de un gran cardenal

jueves 26 de junio de 2008
CAMILO RUINI SE DESPIDE DE LA DIÓCESIS DE ROMA
El adiós de un gran cardenal
Por José Luis Restán
El vicario de Roma, cardenal Camilo Ruini, se despide de la diócesis que ha cuidado en nombre de dos papas durante los últimos diecisiete años. Es indudable que Ruini ha sido un hombre clave no sólo en el episcopado italiano (cuya Conferencia ha presidido hasta el año pasado) sino para el conjunto de la Iglesia en el último período.

A sus 77 años y en la vigilia de su relevo (que se atisba ya a finales de esta semana), Ruini ha pronunciado una homilía nada convencional, casi como la confesión de un hombre que a través de su pobreza ha servido sin descanso a la Iglesia y que ahora rinde cuentas a pecho descubierto.

Al hilo del Evangelio del día, que presentaba la recomendación de Jesús a sus discípulos de no temer a los que solamente pueden matar el cuerpo, Ruini ha evocado la virtud de la fortaleza, tan necesaria para el ejercicio del ministerio episcopal, y ha recordado una afirmación del cardenal primado de Polonia Stefan Wyszynski: "Para un obispo, la falta de fortaleza es el inicio de la derrota... la mayor debilidad del apóstol es el miedo." Lo sorprendente es que a continuación, Camilo Ruini, que ha tenido que vérselas con los poderosos de la política, la economía y los medios de comunicación, ha confesado que sus principales temores han seguido otros derroteros. En efecto, para este cardenal bregado en mil batallas lo más duro no ha sido soportar las campañas hostiles de cierta prensa, sino el Gobierno cotidiano de su diócesis, en el que tantas veces se hace difícil conjugar la firmeza con el amor, porque no se trata tanto de confrontar ideas perniciosas cuanto de acompañar y corregir a las personas. Es este, ha dicho Ruini, el mayor peso cotidiano para un obispo. Quizás por eso, en no pocas ocasiones, la tentación de eludir esta carga se hace tan patente.

En otro paso de su homilía, centrada en esa misteriosa tensión entre fortaleza y debilidad que marcan la experiencia del obispo, Ruini ha hablado de la tarea del anuncio y el testimonio público de la fe, una dimensión que ha sido especialmente visible durante su etapa como vicario de Roma y presidente de la CEI. En este campo, el cardenal se confiesa deudor del testimonio de Juan Pablo II y de Benedicto XVI, y afirma que en muchas ocasiones ha sentido casi físicamente que habría sido injusto dejarlos solos: "Estar junto al Papa en el anuncio y el testimonio de la fe, especialmente cuando resultan incómodos y requieren valor, es un aspecto esencial de la tarea de cualquier obispo." Y en ese momento, Ruini lanza un juicio de valor sobre el último tramo de la historia eclesial que no puede dejarnos indiferentes, al subrayar que si todo el cuerpo episcopal hubiese sido fuerte y explícito en este sentido, muchas dificultades en la Iglesia habrían sido menos graves. Así pues, no basta con permanecer silentes a la sombra de Pedro, sino de arrostrar junto a él las heridas del buen combate de la fe. Quizás esta sea, a juicio de Ruini, una vía eficaz para redimensionar y superar los problemas en el futuro.

Al final de la homilía, el cardenal vicario completa su recorrido con una frase de San Agustín, recordando que el ministerio del obispo no está hecho sólo de fortaleza y coraje, sino que sobre todo es un "oficio de amor". Por supuesto el amor que debe representar y comunicar, pero antes incluso, el amor que ha recibido de su Señor y que se le hace presente de tantas maneras en el afecto del buen pueblo de Dios. Más allá de los merecimientos que puedan derivarse de sus dotes y trabajos, el obispo recibe cotidianamente ese amor de los fieles sencillos en virtud de su propio ministerio, y eso es algo que no deja de conmover a este viejo cardenal que contempla ahora con paz un camino en el que a pesar de sus propios errores y flaquezas, (que él conocerá mejor que nadie) ha predominado la iniciativa de Otro.

Ruini se lamenta del escaso tiempo que ha podido dedicar a cultivar el precioso tesoro de la amistad que se le ha regalado tanto dentro como fuera de los confines eclesiales, y señala que esas relaciones gratuitas forman parte esencial de la misión de todo sacerdote, y también del obispo. Pero su mayor amargura se refiere a la mediocridad que reconoce en aquello que debe ser la primera tarea de todo obispo, la oración. Hombre de la Iglesia y hombre del gran mundo, Camilo Ruini se postra al final de su vida como el último de los bautizados y reconoce que precisamente en esto, su saldo no es precisamente boyante, y por eso pide perdón y espera gozar todavía de algo de tiempo para ponerle remedio.

Por último el cardenal advierte frente a la gran tentación de la desesperanza. La conciencia de la dureza del momento histórico que atravesamos, la crítica lúcida del nihilismo y de la cultura de la muerte, no deben conducir a los cristianos a la pesadumbre y a la desconfianza. Este es, según Ruini, el desafío radical que la Iglesia debe afrontar dejándose guiar por la enseñanza de Benedicto XVI en la Spe Salvi. Es preciso aprender a mirar al mundo y a la vida "con los ojos de la fe", que otorgan una inteligencia más penetrante y abierta de la realidad, para que así no nos aflijamos como los hombres que no tienen esperanza. Gracias, cardenal, y feliz travesía.


http://iglesia.libertaddigital.com/articulo.php/1276234995

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