martes, mayo 27, 2008

Horacio Vazquez-Rial, La contabilidad del PP

miercoles 28 de mayo de 2008
LAS GUERRAS DE TODA LA VIDA
La contabilidad del PP
Por Horacio Vázquez-Rial
Tomo la frase de un periódico: "Rajoy perdió las elecciones con 10.300.000 votos". No tiene mal aspecto. El único problema es que es falaz, salvo en lo que se refiere a la derrota.

En primer lugar, Rajoy como tal obtuvo una parte de esas papeletas. Otra porción se debe al votante fiel del PP, el que no cambiaría jamás, sea quien fuere el candidato. Una parte más procede de quienes, como yo, votaron en contra: en contra de Zapatero, para el caso, pero lo cierto es que yo siempre he votado en contra de lo peorcito del panorama. Se trata, pues, de una contabilidad errónea.

Tanto los votantes de Rajoy como los del PP van a las urnas por varias razones, la más importante de las cuales es sentirse al menos parcialmente representados: como católicos, como conservadores, como liberales y hasta como socialdemócratas serenos. Porque las familias del PP no son grupos de dirigentes más o menos liberales, como Esperanza Aguirre, o más o menos católicos, como Mayor Oreja: son conjuntos de electores con orígenes ideológicos diversos, aunque coincidentes en algunos asuntos esenciales: la unidad de la nación española, la lucha contra el terrorismo, la defensa de la familia y la libertad de enseñanza; si bajan los impuestos y el Estado se abstiene de intervenir en la vida privada de cada cual, mejor que mejor. Pero me atrevería a decir que, en gran medida, la cuestión de la unidad de España es lo más importante del sucinto programa que acabo de exponer, que la disgregación de la nación en un montón de mininaciones separadas es la mayor de las preocupaciones de quienes han votado contra Zapatero.

Se me dirá, con razón, que el mal ya está hecho desde 1978 y que el Estado de las Autonomías, bautizado con toda la pomposidad del caso, no es más, en última instancia, que una forma federal de organización, y que, para colmo, lo es como le gusta a Pascual Maragall: asimétrica. Sería demasiado esperar de un partido político en el poder que intentara una reforma constitucional que, además de permitir reinar a la hija de Don Felipe y racionalizar el valor de cada voto hasta aproximarlo a uno por ciudadano, que es lo realmente democrático, diera marcha atrás en el federalismo asimétrico. Y mucho más cuando la dirección de los partidos nacionales descansa sobre la red tejida en cada autonomía por los barones. A estas alturas, cuando hablamos de unidad nacional nos referimos a seguir revueltos pero juntos.

Pues bien, a lo que íbamos al principio: Rajoy perdió las elecciones con una cantidad de votos que él solito nunca más va a poder reunir, por muchas maldades que haga Zapatero y muchos desmanes que cometan sus ministros. Ahora, se ha votado en contra: la próxima, o es a favor o no es. Y para eso, como me he cansado de repetir en esta página, se necesita un líder, que Don Mariano no es, por mucho que se esfuerce.

Dicen por ahí que los que sostenemos estas cosas estamos conspirando contra el PP. Sobre ello hay que decir dos cosas. La primera, que la política es conspiración permanente, y si Rajoy no conspirara a estas alturas, por la cuenta que le trae, sería aún menos de fiar de lo que parece. Y no parece de fiar: no lo afirmo yo, sino personas de una honestidad y una entrega tan indiscutibles como María San Gil y José Antonio Ortega Lara: como dice Ana Botella, por algo será. La segunda cosa es que, si es deber del político profesional el conspirar, las bases de un partido que tiene una afiliación envidiable también tienen su opinión, y no pueden conspirar porque su participación en las elecciones internas es aproximadamente igual a la que tenía un soviético de a pie para elegir a sus representantes: bajo cero. Otro gallo muy distinto le cantaría a Rajoy si las listas alternativas no necesitaran el respaldo de unos compromisarios (cuya labor principal es conspirar), sino un determinado número de firmas de afiliados.

Buenos y queridos amigos míos están con Rajoy, más que por convicción de que sea el adecuado para no perder las terceras elecciones a las que se presente, por temor a dañar al partido. Vuelvo por ello al primer punto de este artículo: la unidad de la nación española. La nación está por encima del partido, y la deriva rajoyista va en sentido contrario: María San Gil ha hecho lo que algunos esperaban que hiciera Alfonso Guerra frente al Estatuto de Cataluña: poner la nación por encima del partido. Algunos no pueden, pero les pido que se lo piensen. Con Rajoy al frente, las próximas legislativas serán la gran fiesta del zapaterismo, con un PP muy reducido en su número de votos y una altísima abstención, porque uno se cansa de votar en contra si no recibe al menos una promesa a cambio.

Más allá de algunos chistes como la candidatura de Juan Costa, los populares con carné deberían hacer un esfuerzo por cambiar algunas cosas esenciales, reforzar puntos programáticos (véase la enmienda de Santiago Abascal, y la entrevista en la que afirma que, si no se aprueba la ponencia adecuada, el precio podría ser España) y, de ser posible, pasar los trastos de la candidatura electoral a alguien con un poco más de carisma que Don Mariano. Líderes (que no dirigentes, que son demasiados), el PP sólo tiene cuatro: Aznar, en el retiro; Esperanza Aguirre, que no acaba de decidirse y da tantas largas como el gallego; Ruiz-Gallardón, que acepta encantado la idea de ser número dos de Rajoy porque de aquí a cuatro años ya se lo habrá merendado y digerido; y Rodrigo Rato, no sabe/no contesta. Eso es lo que hay: fuera del ex presidente, dos liberales y un socialdemócrata que no haría una política muy diferente de la de Rajoy ni de la de Zapatero.

Todo sería más sencillo si el hombre tranquilo hubiese tenido el gesto, el pasado 9 de marzo, de anunciar que se mantendría en el cargo hasta el congreso del partido, que era éste el que tendría que decidir sobre su continuidad, y se hubiese abierto a un cierto número de propuestas programáticas concretas y a la posibilidad de nuevas candidaturas. Acebes y Zaplana han hecho lo correcto. Y me temo que también lo hayan hecho María San Gil y Ortega Lara. Y mi amigo Werner, que se ha dado de baja.

Respecto de la conspiración a la que se me acusará de pertenecer, me gustaría hacer una aclaración a los lectores: hace más de un año que no veo personalmente a Federico Jiménez Losantos, y entonces cambiamos entre cuatro y ocho palabras; sólo escucho radio en los taxis; escribo para Libertad Digital desde mi casa, y comento poco con mis compañeros de periódico; nunca jamás nadie me ha exigido ni sugerido que escribiese sobre esto o aquello, de éste o de aquel modo: de haber sido así, no estaría usted leyéndome ahora, como bien saben algunos directores de periódicos con los que he colaborado. Si alguna vez en esta página se me dice de alguna manera qué es lo que debo escribir, me iré. O, mejor dicho, me quedaré en casa, que es donde hago mis propios análisis.


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