sábado, marzo 15, 2008

Tomas Cuesta, Rajoy y Alejandro

sabado 15 de marzo de 20008
Rajoy y Alejandro
TOMÁS CUESTA
EL divino Alejandro, conquistador del mundo, luchaba rodeado de un pelotón de Compañeros dispuestos a seguirle a donde hiciera falta. Darío, rey de Persia, fue barrido del mapa pese a que sus guerreros se daban tanto pisto que eran conocidos como Los Inmortales. No consta que a Rajoy le haga tilín la historia antigua -y la moderna, ¡ay!, no acaba de aceptarle- pero seguro que conoce al héroe macedonio y puede dar fe de sus hazañas. Al fin y al cabo, se desasnó en los jesuitas a fuerza de echar codos y aplicarse a destajo. A Zapatero, en cambio, le mientas Macedonia y el destino asombroso de Alejandro Magno y te remite, o bien a la película, o a la carta de postres de cualquier restaurante. El caso es que Rajoy, en los días que corren, debería, quizá, recuperar la imagen de aquel choque frontal entre Darío y Alejandro. ¿En quién va a confiar de ahora en adelante? ¿Con quién va a atravesar otro yermo implacable que tal vez no conduzca hacia ninguna parte? ¿Quiénes cerrarán filas cuando se encrespe la batalla? ¿Los Compañeros o Los Inmortales? A Mariano Rajoy le toca, de aquí a junio, sumergirse en las cuentas del debe y el haber y dejarse de cuentos y de zarandajas. Poner en la vanguardia a los que suman y licenciar al resto o, al menos, camuflarlos. Admitir que, en política, los Compañeros de verdad -los que pelean por la gloria, no sólo por la paga- siempre son los audaces y no los apocados. Y de los Inmortales, qué quieren que les diga: después del doctor Montes no hay inmortalidad que valga. Incluso Gallardón está haciendo trasbordo de la nada a la nada.
En «Vidas de los filósofos», Diógenes Laercio rescata la memoria de Pirrón de Elis, un pintor sin peculio que sucumbió al hechizo del sueño de Alejandro. En la India alternó con magos y gurús y de aquella alianza de civilizaciones (que, ni que decir tiene, se firmó con la espada) nació el escepticismo, la abolición de los valores y la doctrina de que todo es convención o hábito. Y el pintor sin peculio estableció un sistema gracias al cual consiguió pintar algo. La certeza no existe, tampoco la verdad y no hay virtud alguna que sea incuestionable. El bueno de Pirrón, afirma su biógrafo, se tomó estos principios tan a rajatabla «que no adoptaba ninguna precaución ante el peligro o las dificultades, pues no volvió a fiar en sus sentidos ni en la realidad que le mostraban». ¿Cómo sobrevivió? Diógenes Laercio no se chupaba el dedo y corrió un velo escéptico sobre la inmunidad del personaje. «El mérito -remacha- recae en sus amigos que, para protegerle, no se apartaban de su lado».
Todos los caminos nos llevan a Alejandro y luego hasta Rajoy, «quod erat demonstrandum». Don Mariano no es un conquistador y sería injuriarle gravemente sostener que desprende un magnetismo extraordinario. Pero ha asumido el reto de reconquistar España y va a necesitar a los amigos de Pirrón y a los leales Compañeros para cubrirle las espaldas. Habrá de distinguir las voces de los ecos y no prestarle oídos a los elogios mercenarios. Tendrá que acostumbrase a cabalgar con los mejores y a no temer que nadie llegue a descabalgarle. El enemigo, por supuesto, se deshará en halagos, esparcirá cizaña en el abismo de la llaga y atizará el runrún de que el auténtico enemigo no es el que tiene enfrente sino el que tiene en casa. Si don Mariano pica, apaga y vámonos que la misa ha acabado. Mientras en Génova se enfangan en disputas a propósito del sexo de los ángeles, Zapatero y sus hordas han tocado a degüello y la mitad de este país va a parecer El Álamo. ¿O no le da qué pensar a don Mariano que la jauría progre esté jugando al fútbol con la cabeza de Zaplana? Sólo por eso, le debe un homenaje y una salida a hombros por la puerta grande. Ya que el señor Rajoy no pretende ser Magno, debería atreverse a ser magnánimo. Una cualidad más que adornaba a Alejandro.

http://www.abc.es/20080315/opinion-firmas/rajoy-alejandro_200803150308.html

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