jueves, marzo 27, 2008

Ricardo Garcia Carcel, La desmemoria historica

jueves 27 de marzo de 2008
La desmemoria histórica
Por Ricardo García Cárcel, Catedrático de Historia Moderna
ESTAMOS en el bicentenario de 1808, del comienzo de la guerra de la Independencia. Se multiplican los coloquios, exposiciones, conferencias, ediciones, actividades culturales diversas, promovidas desde las instituciones centrales del Estado, las comunidades autónomas, los municipios, con mayor o menor presupuesto, con mayores o menores ambiciones, en plena dinámica conmemorativa de aquel año que marca un hito referencial de nuestra historia, el del presunto nacimiento de una nueva nación, la España de los ciudadanos. De entrada, esta fiebre recordatoria ha supuesto la superación de los estrechos márgenes en los que se ha movido la llamada memoria histórica en los últimos tiempos, focalizando sus miradas sobre la República y la Guerra Civil. La sociedad española parece descubrir, por fin, que la historia no empieza en 1931 y 1936. Algunos no perdemos la esperanza de que pronto se constate que tampoco empezó en 1808 y que alguna vez se superará el síndrome de los mitos fundacionales, la obsesión por identificar nuestra acta de nacimiento, asumiendo el evolucionismo nacional por encima del creacionismo.
La memoria histórica está demostrando ser asimétrica. En unos casos, podría hablarse, como dice Regine Robin, de saturación de la memoria; en otros, sorprende, el olvido total que suscita la guerra contra Napoleón que empezó en 1808. Hay dos comunidades que han optado claramente por la absoluta desmemoria que les merece aquella guerra: el País Vasco y Cataluña.
El País Vasco, ciertamente, tuvo una presencia escasa en la épica de la guerra. La guerra de la Independencia supuso la ocupación francesa durante toda la guerra de las provincias vascas con privación de su inmunidad fiscal y conversión de las mismas en gobiernos militares. Los afrancesados no se atrevieron a tocar los fueros vascos cuyo destino se aplazó en el artículo 144 de la Constitución de Bayona para las primeras Cortes que «determinarán lo que se juzgue más conveniente al interés de las mismas provincias y la nación». Los vitorianos siempre esgrimieron como mérito el haber intentado evitar que Fernando VII saliera de su ciudad hacia Bayona para protagonizar las abdicaciones ante Bonaparte. El gran episodio bélico durante la guerra en el País Vasco sería la batalla de Vitoria de junio de 1813, ganada por las tropas anglo-españolas, con el general español, Miguel Álava, el mejor amigo de Wellington, por cierto, como su héroe particular. Batalla decisiva que significó la ruina de José I, que describió magistralmente Pérez Galdós en El equipaje del Rey José.
El último hito de la guerra fue la toma de San Sebastián en agosto de 1813 por los ingleses, españoles y portugueses con escenas lamentables de saqueos por parte de los asaltantes que acomplejaron durante mucho tiempo a Wellington.
Cataluña, en principio, tiene más memoria épica que evocar en relación con la guerra contra Napoleón. Sería de toda la Península, el territorio que más tiempo permaneció ocupado por los franceses, sin haberlo sido plenamente nunca. La resistencia catalana fue constante a lo largo de la guerra con episodios como el del tamborilero del Bruc (Isidre Llusà Casanova) en junio de 1808, ya glosado por F. J. Cabanes en 1815 (el catalán Cabanes, sería, por cierto, el autor de la primera historia de la guerra que él llamó Historia de la usurpación o sea de la Independencia) o los sitios de Gerona en los que esta ciudad resistió las embestidas francesas con niveles de heroísmo resistencial similares a los de Zaragoza. No en balde ambos fueron evocados por Pérez Galdós. La resistencia que empezó al mismo tiempo que la del sitio de Zaragoza (junio de 1808) incluso se prolongó más tiempo (hasta diciembre de 1809, diez meses después que Zaragoza). Otro momento significativo fue la revuelta antifrancesa de Barcelona en junio de 1809 que acabó con un montón de patriotas catalanes fusilados con Pau Gallifa al frente.
Esta memoria hoy está olvidada. Y no será porque la memoria histórica catalana y vasca a lo largo del tiempo no la hayan tenido presente. Ahí están la extraordinaria obra del vasco Gómez de Arteche demostrando el españolismo vasco durante la guerra, el monumento hecho por Gabriel Borrás a la batalla de Vitoria, inaugurado en 1917, o el homenaje al general Álava con traslado de sus restos desde Boriges (Francia), donde había muerto, al panteón familiar de Vitoria en 1884 y la exaltación de su figura por las Juntas Generales de la Diputación alavesa.
¿Y qué decir de Cataluña? La memoria heroica del Bruc o de los sitios de Gerona se dejó ver muy pronto en la prensa manresana o gerundense. Gerona fue visitada en 1814 por Fernando VII. El culto a la personalidad de Álvarez de Castro se fue agrandando progresivamente. Había muerto preso en Figueras el 22 de marzo de 1810. En octubre de 1814 se trasladaban sus restos a la capilla de San Félix en Gerona. En 1880 se le dotó de un sepulcro de mármol. Muy pronto se escribieron las primeras relaciones históricas de los sitios de Gerona (Cundaro, Haro). A mediados del XIX proliferan nuevas obras al respecto (Blanch, Díaz de Baeza, Cutxet, Gebhardt). En 1894 se inauguró la estatua de Álvarez de Castro y se hicieron infinidad de evocaciones de los sitios en la Revista de Gerona. En el centenario de 1908 surgieron las primeras críticas: Prudenci Bertrana defendió que el heroísmo era una enfermedad mental y Carles Rahola tuvo escrúpulos para conmemorar la Gerona resistente por considerarla una «vulgaridad española». Pero fueron los menos. La inmensa mayoría de la sociedad catalana acogió la memoria de la Guerra de la Independencia sin complejos, despojando, eso sí, a los afrancesados de su estigma de la antiEspaña o intentando deconstruir el mito de Álvarez de Castro en beneficio de la gloria del heroísmo colectivo catalán.
Ciertamente ha pasado mucha agua por el río de la historia desde que en Cataluña o el País Vasco estaba institucionalizado el principio de la doble nacionalidad. La nación: España y la patria: Cataluña o el País Vasco. Hoy el nacionalismo español -y ésta es una de las herencias del franquismo- es visto como el gran enemigo de los afanes introvertidos de los nacionalismos sin Estado. El concepto de Guerra de la Independencia es rechazado porque la independencia es entendida como monopolio específico de estos nacionalismos periféricos. Al respecto, convendría subrayar lo que puede parecer una obviedad: Franco no inventó la Guerra de la Independencia. El patrimonio histórico de la guerra lo han compartido históricamente todos los españoles, conservadores y liberales, de cualquier procedencia geográfica.
Si los sitios de Gerona fueron promocionados por el Ejército, la Iglesia catalana y los sectores más catalanistas no se quedaron atrás en la evocación épica de los sitios, como hicieron una interpretación milagrosa montserratina de los hechos del Bruc o como se conmemoraron de las revueltas barcelonesas de junio de 1809 (escultura de Llimona y grabados de Bonaventura Planella). Con menos beligerancia que en Zaragoza, tampoco faltaron liberales catalanes dispuestos a evocar la memoria de los sitios, desde el texto de Haro a las glosas de Pi y Margall. Desde luego, los que se niegan a asumir en Cataluña la memoria de la guerra, convirtiéndola en la guerra «de los otros» contra los franceses, deberían conocer las constantes invocaciones de España que se hicieron durante la guerra en Cataluña y, desde luego, leer el texto, más exaltador de España, que se ha escrito nunca: Centinela contra franceses, escrito en 1808-9 por Antoni de Capmany, ilustrado catalán, padre de la historia económica de nuestro país, catalán y español, que murió en Cádiz en 1813 antes de acabar la guerra.
Cada uno es muy libre de recordar y olvidar. En este año se conmemora el octavo centenario del nacimiento de Jaime I el Conquistador. No tengo nada contra los que prefieren evocar nostálgicamente aquel centenario. El problema, de fondo, a mi juicio, no es recordar u olvidar. Ni siquiera qué recordar. El problema es saber o ignorar. Lo decía Gabriele Ranzato: «Más que recordar es preciso saber. El recuerdo -a menudo, el recuerdo del recuerdo- está demasiado contaminado, no sólo por la propaganda y los mitos, sino por los que creen que el pasado no es historia, sino un eterno presente». Lamentablemente, en nuestro país, se ha convertido en práctica habitual despreciar simplemente lo que se ignora.
RICARDO GARCÍA CÁRCEL
Catedrático de Historia Moderna
Universidad Autónoma de Barcelona

http://www.abc.es/20080327/opinion-la-tercera/desmemoria-historica_200803270255.html

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