miércoles, marzo 19, 2008

Pio Moa, La españolildad en la Edad de Plata romana

miercoles 19 de marzo de 2008
HISTORIA
La españolidad en la Edad de Plata romana
Por Pío Moa
La abundancia y eminencia de autores de origen hispano en la Edad de Plata romana (siglo I después de Cristo) ha nutrido debates en torno a la posible españolidad de aquéllos. Américo Castro, resuelto a comenzar España en la Edad Media y en relación con musulmanes y judíos, decidió que antes de la invasión árabe apenas existía nada parecido a una "forma de vida española".

Como otros estudiosos, Castro entiende que Marcial, Séneca, etc. pertenecen en exclusiva a la cultura romana, sin relación de alguna densidad con la España real, histórica. Sánchez Albornoz rebatió esa idea con buenos argumentos, pero la polémica se centró en conceptos no fáciles de asir, como formas de vida, vividura, herencia temperamental, contextura vital, etc.

Albornoz recoge algunos rasgos atribuidos por Castro a la "auténtica" forma de ser de los españoles: el personalismo, visible también en sus escritores y artistas, "el estar inmerso y presente de continuo en su obra y con todo su ser. La vida y el mundo son en ella inseparables del proceso de vivirlos". Pero, al revés que Castro, encuentra esas notas –una de ellas el gusto por lo soez o indecente– en los hispanorromanos de la Edad de plata. Así, "Séneca escribía en primera persona, refería obscenidades y porquerías y hablaba de sí mismo"; "Ningún filósofo romano sintió tan clara inclinación como Séneca hacia los relatos sucios y hasta malolientes, y Marcial superó en gusto por lo rahez a los otros líricos romanos de la época augusta y del primer siglo del Imperio; notas todas que caracterizaron luego a los peninsulares".

Pero esos rasgos –junto con otros más elevados– aparecen también muy claramente en los itálicos, y hallamos expresiones y relatos "sucios y hasta malolientes" en el mismo Horacio, por no hablar de Catulo, Petronio, etc., siendo difícil calificarlos de más o menos raheces. En conjunto, las características del espíritu romano, pragmático y combativo, con mucho genio para la normativa y escaso para la especulación y la metafísica, se perciben con facilidad en la España posterior, debido acaso a afinidades preexistentes. Gerald Brenan distingue un carácter español a Marcial o Quintiliano, pero no a Lucano o Séneca.

Pisamos terreno más firme, a mi juicio, si dejamos la consideración, no falsa, creo, pero sí nebulosa, sobre la vividura o la herencia temperamental y buscamos otras evidencias. En Marcial, por ejemplo, observamos un claro orgullo por su cuna hispana (sin dejar de sentirse inmerso en la latinidad): "Varón digno de no ser silenciado por los pueblos de la Celtiberia y gloria de nuestra Hispania, verás, Liciniano, la alta Bílbilis, famosa por sus caballos y sus armas, y el viejo Cayo con sus nieves y el sagrado Vadaverón con sus agrestes cimas y el agradable bosque del delicioso Boterdo que la fecunda Pomona ama (…) Pero cuando el blanco diciembre y el invierno destemplado rujan con el soplo del ronco Aquilón, volverás a las soleadas costas de Tarragona y a tu Laletania (Barcelona)". "Lucio, gloria de tu tiempo, que no consientes que el cano Cayo y nuestro Tajo cedan ante el elocuente Arpino, deja al poeta nacido en Grecia cantar a Tebas o Micenas o al puro cielo de Rodas o a los desvergonzados gimnasios de Lacedemonia, amada por Leda: nosotros, nacidos de Celtas y de Íberos, no nos avergonzamos de introducir en nuestros versos los nombres algo duros de nuestra tierra". "Gloriándote tú, Carmenio, de haber nacido en Corinto –y nadie te lo niega–, ¿por qué me llamas hermano si desciendo de los íberos y de los celtas y soy ciudadano del Tajo? ¿Será que nos parecemos? Pero tú paseas tus ondulados cabellos llenos de perfume mientras que los míos de hispano son hirsutos; tienes los miembros lisos por depilarlos cada día; yo, en cambio, tengo piernas y rodillas llenos de pelos; tu lengua balbucea y no tiene vigor: mi vientre, si fuera preciso, hablaría con voz más viril; no hay tanta diferencia entre la paloma y el águila ni entre la tímida gacela y el rudo león. Deja, pues, de llamarme hermano, Carmenio, o tendré que llamarte yo hermana".

Estas efusiones no las encontramos en la obra conocida de los demás escritores, pero es muy probable que las gentes de origen hispano formasen en Roma círculos de afinidad y solidaridad mutua, como suele ocurrir en las grandes metrópolis y ocurría con los judíos, seguramente también con los griegos, los galos, los egipcios y tantos otros. A los hispanos se les reconocía como tales, incluso por su forma de hablar el latín. Cuando Marcial llegó a Roma buscó la protección de los hispanos Séneca y Lucano, y después del trágico fin de ambos se dirigió a Quintiliano (así como a Plinio el Joven). Pese a la insistencia de Marcial en íberos y celtas, éstos y sus viejas diferencias se iban diluyendo no ya en la cultura romana general, sino en la misma Hispania, donde, recuerda Julián Marías, existían ciudades como Tarragona, sedes comerciales y artísticas de gran parte de la Península por encima de las antiguas divisiones tribales.

La tesis de Américo Castro choca con la evidencia de que el latín llegó a ser el español, y la cultura y la religión transmitidas por Roma la base misma de la cultura española. Sin ellas, precisamente, resultaría ininteligible la confrontación entre cristianos y musulmanes en la Península Ibérica. Podríamos discutir sin fin sobre la "contextura vital" española de Averroes o Maimónides (como la de Séneca o Quintiliano), olvidando la clarísima verdad de que los dos primeros ni se expresaron en una lengua latina ni pertenecieron a la cultura española conocida por la historia, sino, precisamente, a aquélla que aspiraba a destruirla y reemplazarla por una muy distinta, de carácter oriental. En un plano cultural –no político, va de suyo–, sí puede considerarse españoles a aquellos latinos de la Edad de Plata: integran, más bien inician, una tradición que pervive hasta hoy. Romanos pero hispanos, o hispanos pero romanos.


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