martes, marzo 25, 2008

Miguel Martinez, El timbaler del Bruc

martes 25 de marzo de 2008
El timbaler del Bruc

Miguel Martínez

R ECORDARÁN aquéllos de mis queridos reincidentes que hayan leído la edición número 306 de Vistazoalaprensa que quien les escribe andaba entonces enredado en temas históricos, rebuscando, entre libros viejos, sobre antiguas historias épicas de nuestra Guerra de Independencia, y en partidas de nacimiento y de defunción con más de doscientos años de antigüedad. Concluidos mis embrollos con archivos, librerías y bibliotecas hará cosa de un mes, me van a permitir que comparta hoy con ustedes una bonita historia, no exenta de ciertas dosis de leyenda. La mayoría de los que vivimos al norte del Ebro conocemos bien la historia de El Timbaler del Bruc y, a partir de hoy, también la conocerán todos aquellos que se armen de la paciencia necesaria para leer este largo artículo hasta el final.

Corría el año 1808 y al Sarkozy de entonces –un tal Napoleón cuentan que se llamaba, igual de pequeñajo pero con más mala leche aún- se le puso en la mollera invadirnos. Los de esta parte de la península siempre hemos llevado mal eso de que nos invadan los franceses, que, entre otras atrocidades, nos obligaban a desayunar cruasanes con “café au lait” en vez de nuestra saludable butifarra con pa amb tomàquet, razón por la que, andando mis paisanos de entonces algo rebotados con los gabachos, organizaron los manresanos una hoguera con el papel sellado francés que, desde Barcelona, habían enviado al Ayuntamiento de Manresa para afianzar administrativamente su invasión.

Se podrán imaginar mis queridos reincidentes la que se montó en la Plaza Mayor de Manresa. Al grito de “bote, bote, bote, gabacho el que no bote”, le pegaron fuego a todo el papel sellado francés y corrieron a garrotazos por toda la plaza al chaval de la carreta de SEUR que había aceptado el encargo del invasor de traer dos cargas del papel de marras. Y, ya puestos a montarla a lo grande, emitieron un bando presumiendo de la hazaña –prohibiendo de paso el consumo de tortilla francesa, según algunos textos apócrifos- y organizaron un acto público consistente en sacarle la lengua y mostrarles, brazo en alto, el dedo corazón a los franceses. Era el 2 de junio de 1808.

Desde la entrada en vigor del decreto de Nueva Planta de Felipe V, Manresa fue Capital de Corregimiento, superando en aquellos entonces, en importancia y en habitantes, a otras ciudades como Lérida, Gerona o Tarragona. Así, la repercusión de la hazaña pirómana manresana tuvo su importancia. Tal desmán no podía ser pasado por alto por los franceses, que acuñaron la famosa frase, que aún perdura en nuestros días, “estos catalanes…”, y decidieron darnos un escarmiento mediante el envío, desde Barcelona, del General Schwartz, al mando de 3.800 soldados, muchos de ellos mercenarios italianos y suizos. Acompañaban la expedición dos pedazos de cañones del quince y muy malas intenciones para con los manresanos.
Dos días duraron los preparativos y así el 4 de junio la columna francesa avanzaba, con saña y tesón, por el camino de Barcelona a Madrid en pos de la venganza y la humillación de la que los manresanos se habían hecho -a sus ojos, no a los nuestros- merecedores. Los hombres del tiempo pronosticaban para aquellos días un sol de justicia por lo que, consecuentemente, cayó un tormentazo de mil pares de narices sobre el centro de Cataluña. El chaparrón, complicado con las obras del AVE -que recién adjudicadas empezaban a ejecutarse- propició que se formara un barrizal de tales dimensiones que no hubo forma humana de avanzar, decidiendo el General Schwartz buscar un hotelito en Martorell donde pasar la noche con sus 3.800 soldados y sus dos cañones, y, de paso, hacer tiempo para ver si el temporal amainaba.
Tal parón permitió que desde Martorell se pudieran enviar mensajeros a Igualada, Esparraguera y Manresa -en esa zona la cobertura de Movistar siempre ha sido una birria- para alertar del avance de Schwartz. Para desgracia gabacha, el 4 de junio era sábado y, por tanto, el 5 fue domingo. Cuentan los cronistas que no salieron de Martorell hasta el lunes día 6 y, aunque no lo digan los historiadores, a buen seguro que este retraso se debió a las caravanas que, domingo tras domingo, se organizan en el peaje de Martorell, lo que propició que los manresanos tuviesen dos días más para organizar la defensa.

Mientras los franceses se embarrancaban en la confusión de las obras del AVE y hacían cola en el peaje, los somatenes de las ciudades próximas empezaron a movilizarse y decidieron dirigirse y emboscarse en el paraje de El Bruc, en la encrucijada de los antiguos caminos –hoy carreteras, y, dicho sea de paso, con las mismas curvas que entonces- que comunicaban Barcelona con Madrid y Manresa con Igualada.

En todas las leyendas –e incluso en la Historia- aparece siempre algún despistado que a punto está de fastidiar los finales felices. En este caso fue el mozo que enviaron desde Manresa a Santpedor –un pueblo a cinco kilómetros de Manresa- a avisar al somaten local. El chaval se pasó a ver a unos amiguetes en una tasca de la zona y, lo que suele ocurrir en estas situaciones, que si tómate otra copa, que si ésta la pago yo, que si mira que te enseño las herraduras de importación que le he puesto a mi mulo, total, que cuando el mensajero llegó a Santpedor, los manresanos –que tienen muy mal esperar- ya hacía un buen rato que habían salido rumbo al Bruc.

Deprisa y corriendo se empezaron a llamar los unos a los otros y, cumpliéndose las leyes de Murphy –entonces llamadas leyes de Godoy-, se dieron cuenta de que no disponían en los arsenales de munición para sus armas de fuego, por lo que fueron a buscar a un herrero que les proporcionara los proyectiles, encontrándose con que el pobre no tenía más que las puntas cónicas con las que adornar los extremos de las cortinas. Aunque las balas de entonces eran esféricas alguien dijo “algo es algo”, y arrearon con los adornos de las cortinas, saliendo disparados rumbo al Bruc.

En aquel grupo de Santpedor iba un chaval, llamado Isidre Llussá Casanovas, nuestro protagonista, conocido en el pueblo como “lo bufó” –el guapo, en catalán- imagino que porque sería bien parecido –aunque tampoco hay que descartar la posibilidad de que el pobre fuese más feo que Picio y que, para cachondearse, le asignaran tal mote- al que le gustaba tocar el tambor. Como por aquellos entonces no se llevaba ni el reggaetón, ni el chiki chiki, el chaval aprendió a tocar los redobles militares que le enseñó un abuelete, vecino suyo, que había sido militar. Y allá que iban unos cuantos colegas, alrededor de un centenar según los historiadores, apresurados y mascullando heroicas voces de batalla: “jo… ya vamos tarde..., si es que siempre nos pasa igual..., así tenemos la fama que tenemos…, ¡niño, deja ya de dar la lata con el tambor, que me tienes la cabeza a punto de reventar!”.

Cambio de plano. Los franceses circulan a trancas y barrancas por el camino de montaña que pasa junto al macizo de Montserrat. Por aquellos años no se habían puesto de moda las urbanizaciones y el camino se hallaba aún rodeado de un frondoso bosque donde los somatenes de Manresa, Igualada, y pueblos aledaños los esperaban, ocultos tras la vegetación. Los de Santpedor seguían de camino:

- ¿Qué? ¿Falta mucho?
- No, detrás de aquella curva.
- Llevas diciendo eso dos horas. ¿Puedo tocar ya el tambor?
- ¡Ni se te ocurra!

Me van a permitir que, para el pasaje que a continuación les quiero narrar, y dada la importancia del mismo dentro de esta historia, haga como Ana Rosa Quintana y les copie literalmente unos párrafos. Éstos corresponden a la primera noticia escrita sobre la Batalla del Bruc, aparecida en la Gaceta Militar y Política de Cataluña el 2 de septiembre de 1808:

“El General Schwartz llegó al Bruc, atravesó el camino real dirigiéndose a Can Masana. Antes de llegar a dicha casa, algunos somatenes que con unos pocos soldados se habían emboscado, les hicieron un fuego vivísimo, tanto más acertados cuando se les disparaba desde unos matorrales casi a bocajarro, lo que sorprendió mucho a los enemigos que no veían quién les disparaba. Acabadas ya las municiones, se retiraban dichos somatenes y soldados…”.

Los somatenes de Manresa –como bien narraba el compañero de la Gaceta- ya sin municiones, se batían en retirada, corriendo que se las pelaban camino de Manresa, y los franceses detrás de ellos soltándoles cañonazos. Y aquí es cuando aparecen los de Santpedor. El tal Isidre, que llevaba todo el camino sin que lo dejaran tocar, agarró el timbal con tantas ganas que casi lo hizo polvo. La especial orografía de Montserrat propicia que en aquella zona exista un eco tal que, cuando uno lanza un grito, se pase un buen rato escuchándolo proveniente de todas direcciones. Si tenemos en cuenta que el chaval sólo conocía los toques militares, no es de extrañar que el general Shwartz –que escuchaba tambores a diestra y siniestra, desde levante y poniente- creyera que se le venía encima todo el ejercito regular. Si a esto le sumamos que la munición cónica –recuerden, las puntas de las barras de las cortinas- perforaban con una facilidad sorprendente las corazas gabachas, y que todas las iglesias de la zona empezaron a tocar a rebato como desesperadas, se comprende que los franceses creyeran que lo que se les venía encima era la de Dios es Cristo. Si me permiten ustedes un nuevo y descarado plagio, al más puro estilo ARQ, retomo la Gaceta Militar de Cataluña donde antes lo dejara:

“Acabadas ya las municiones, se retiraban dichos somatenes y soldados cuando encontraron unos 100 hombres de Santpedor, que llegaban con un tambor y seis cargas de cartuchos. Apenas oyeron los franceses el ruido de la caja (el tambor) de los de Santpedor, creyendo que lo que venía era tropa de línea, se entregaron a la más vergonzosa fuga”.

Más emotivo –y bastante más cruel- el relato que de este mismo episodio escribía, en el año 1890, el cronista doctor Antoni Vila:

“Un grito general de “muera el gabacho”, el enemigo de Dios y de la Patria. Válganos Sant Jordi y la Virgen, la Virgen de Montserrat, un crío de casi diecisiete años que se puso a tocar un timbal animando con su sonido a aquellos bravos corazones de hierro y de pecho de bronce, un toque continuado vivo y enérgico de mata-degolla y ¡viva Dios! que se hizo un buen trabajo. Cómo debían abrir y despedazar los robustos pechos de aquellos hijos del Sena aquellas hoces acostumbradas a cortar pinos y robles. Cómo debían segar por todas partes las cabezas de los enemigos aquellas manos que habían segado tantos campos de trigo”.

Total, que Isidre Llusá dejó de ser “lo bufó” para convertirse en El Timbaler del Bruc. Lo llevaron a hombros un buen rato, lo invitaron a unas copas y le dejaron tocar el tambor todo el camino de vuelta. Los gabachos llegaron a Barcelona unos cuantos días después, de nuevo atrancados en el peaje de Martorell y en el barrizal de las obras del AVE. Lo intentaron nuevamente ocho días más tarde, esta vez al mando del general Chabran, pero los somatenes de Manresa e Igualada, con la moral por las nubes, les volvieron a parar los pies con el novedoso y eficaz descubrimiento de las balas/puntas de cortina, invento que corrió –nunca mejor dicho- como la pólvora entre los somatenes, que veían como las corazas francesas, hasta entonces admiradas por su espectacular poder de contención, se resquebrajaban aparatosamente ante la nueva “arma secreta”.

Les obviaré el insignificante detalle de que tres años después, los franceses –que a rencorosos no les gana nadie- arrasaron Manresa dejándola calcinada y patas arriba, y se lo obvio, mis queridos reincidentes, porque las leyendas han de tener siempre un final feliz.

Al Timbaler del Bruc le levantaron tres estatuas. Una, muy cerca del lugar de los hechos, donde se puede leer la siguiente leyenda: “viajero, para aquí, que el francés también paró, el que por todo pasó no pudo pasar de aquí “; otra, en Barcelona; y la tercera –y no por ello menos importante- en su pueblo, en la Plaza Mayor de Santpedor. En la segunda mitad del siglo pasado, los vecinos del pueblo fueron pasando casa por casa recogiendo dinero para pagarla, negándose a recibir ninguna subvención de ninguna Administración porque querían que esa estatua fuese sólo del pueblo. Y allí sigue el chaval, en la plaza de su pueblo, doscientos años después, dándole al tambor que tan famoso le hizo.

Cuando el próximo día 6 de junio, fecha en que se celebrará el bicentenario de la primera Batalla del Bruc, algunos medios recojan la noticia, mis queridos reincidentes podrán presumir de conocer ya la historia. No me den las gracias, ha sido un auténtico placer recordar con ustedes a mi paisano Isidre, el Timbaler del Bruc.

http://www.miguelmartinezp.blogspot.com/

No hay comentarios: