sábado, marzo 15, 2008

F_P_A, Niñatos asesinos que matan a los debiles

sabado 15 d e marzo de 2008
CRÓNICA NEGRA
Niñatos asesinos que matan a los débiles
Por Francisco Pérez Abellán
En la madrugada del 15 al 16 de diciembre de 2005 tres jovencitos, uno de ellos menor de edad, engañaron a una indigente para que les abriera la puerta del cajero de la entidad bancaria donde se refugiaba del frío, sita en la calle Guillem Tell de Barcelona. Aprovechando su ingenuidad, la rociaron con disolvente y le prendieron fuego.

El hecho terrorífico fue grabado por las cámaras de seguridad del banco. En la cinta se ve a la víctima, Rosario Endrinal, una mujer en otro tiempo atractiva y triunfadora que acabó en el arroyo por un fracaso amoroso. También a los criminales, chicos bien, con ropita de marca, que ahora sabemos que se llaman Oriol y Ricard, retoños de la burguesía estancada en las flores del mal.

El fiscal pide 28 años de cárcel para cada uno de los mayores de edad. El tercero, protegido por la Ley del Menor, ha recibido, según ha informado La Vanguardia, un "reproche penal" que le valdrá pasar ocho años internado en un centro y, al parecer, cinco años de libertad vigilada.

Oriol y Ricard son chicos guapos que podrían haber estado ligando o jugando con videojuegos pero que sintieron una atracción vertiginosa y abismal por el crimen. Con ellos iba el menor, que en las imágenes aparece con el bidón de disolvente. La mujer, de cierta edad, quizá "la vieja" para los asesinos, fue literalmente cubierta por el líquido inflamable y prácticamente carbonizada. Bret Easton Ellis, autor de American Psycho, podría haber escrito con gusto este episodio registrado en la Ciudad Condal; que no nos coge de nuevas: otros jovencitos que no necesitan robar para comer han matado mendigos en Madrid o en Zaragoza. En American Psycho el triunfador clavaba su navaja en la barriga de los mendigos tras fingir que pretendía ayudarlos. Era su manera de eliminar el estrés y subirse la adrenalina.

Los salvajes que mataron a la desgraciada Rosario, refugiada entre sus cartones en el interior del cajero, nos hablan de la degradación formativa de la juventud. No tenían ninguna necesidad de estar allí en aquel momento, ni de vigilar a una pobre mujer sin hogar. Sólo buscaban salir del aburrimiento, del tedio de sus asquerosas vidas. Tal y como es moda en los últimos tiempos, sólo sabemos el nombre y las iniciales del primer apellido de los inculpados: Oriol P., y Ricard P. Que no se diga luego que la justicia es pública. Cada vez sabemos menos de los culpables, siempre más protegidos que las víctimas.

El menor, quizá el más feroz de los agresores, no dio opción a la adormilada mujer, que se sintió conmovida por los ruegos del pequeño para que le abriera el refugio, atrapada por los cantos de sirena de la supuesta inocencia. Los niñatos penetraron como una jauría de lobos, como una bandada de cuervos revoloteando sobre la carroña. Se trataba de acelerar el pulso. Portaban un bidón de 25 litros de disolvente universal, que en cuanto entró en contacto con el fuego produjo una deflagración. La mujer ni siquiera pudo salir del cajero. La tuvieron que apagar los bomberos, y que sacar de allí con ayuda de la policía.

Nada que se refleje en las caritas de Ricard y Oriol, niños bien de la burguesía, rebeldes sin causa, con media melena y cazadoras rompedoras. El delincuente infantil más protegido cargaba la bomba de disolvente. Tres chicos a los que les molestaba una señora en decadencia, que en otro tiempo fue aplaudida y admirada y que por avatares de su biografía se había convertido en uno de esos less-dead, o menos-muertos, que dicen los americanos. Una de esas víctimas del ejecutivo agresivo que no sólo se sostiene sobre su propio triunfo, sino que precisa el sufrimiento de los demás. Easton Ellis lo retrata muy bien hundiendo la navaja en el vientre del homeless, precisamente, después de sacar dinero de un cajero.

Es el síndrome del ricacho al que le molesta que mientras conduce, prepotente, su Mercedes se le cruce alguien riendo a carcajadas en un seiscientos. El antihéroe del Psycho americano es un hombre hecho y derecho, en el friso de la treintena, pero aquí hablamos de niñatos de dieciocho, y aun con menos años, que cuando salen a divertirse se obsesionan con los que duermen en la entrada de un garaje y los fríen, apalean o revientan a puntapiés. Es un mal que se traslada de una a otra punta de la nación y que sólo puede atribuirse a la flojera educativa, a la confusión de valores y a la elección de la violencia como refugio de los rebeldes sin causa.

James Dean tiraba piedras a las casas, atormentado por su aburrimiento metafísico, pero éstos se compran botas con puntera de acero, arrastran cadenas de las motos o roban líquido inflamable. Nadie ha estudiado el efecto de tanta violencia en la diversión de los chicos, cabroncetes de la buena sociedad. Una vez más, se apuesta por salvar los tablones del naufragio. Nos aterra descomponer el mecanismo para entender lo que pasó. La actualidad nos degrada sin que queramos enterarnos. La misma panorámica social permite hombres y mujeres abandonados en la calle, junto al cartón de vinazo, y la amenaza de sus verdugos: chicos desocupados que quieren limpiar las calles de su náusea vital con una experiencia fuerte.


FRANCISCO PÉREZ ABELLÁN, presentador del programa de LIBERTAD DIGITAL TV CASO ABIERTO.

http://findesemana.libertaddigital.com/articulo.php/1276234432

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