lunes, marzo 31, 2008

El caso Mari Luz, Un alegat contra la España actual

lunes 31 de marzo de 2008
El problema es un clima social irrespirable

Pensar el caso Mari Luz: un alegato contra la España actual

ANTONIO MARTÍNEZ

¿Qué se puede decir sobre el asesinato de Mari Luz que aún no se haya dicho? Un crimen horrible que, además, muestra de nuevo el lamentable funcionamiento de nuestro sistema judicial. Las tertulias televisivas y las que se improvisan a pie de calle se han ocupado profusamente de la cuestión: que vamos, que qué barbaridad, que ese hombre tenía que haber estado en la cárcel… Pero, dentro de un par de semanas, el asunto, engullido por el tropel de nuevos acontecimientos que reclaman el protagonismo de la actualidad, estará olvidado y nadie se detendrá ya a reflexionar sobre él. De modo que hagámoslo ahora.

El padre de Mari Luz ha dicho que el culpable de la muerte de su hija sólo es Santiago del Valle, el pederasta que la ha asesinado. Y claro, esto es cierto. Pero, desde otro punto de vista, indudablemente pertinente, el caso de Mari Luz Cortés posee una evidente dimensión simbólica y constituye un flagrante síntoma no ya de lo mal que funcionan nuestros tribunales, sino de que la España actual es un país enfermo. Por supuesto, casos como el de Mari Luz pueden suceder en cualquier lugar. Pero también es verdad que cada país, con su sistema legal y con el clima social que en él se va creando a lo largo del tiempo, establece las condiciones para que tiendan a surgir en su seno un tipo u otro de fenómenos.

En este sentido, la España de 2008 puede verse como la consecuencia de, digamos, los últimos veinte años de nuestra Historia. Y, en ese periodo, el principio oculto que ha regido el devenir de la realidad española podría definirse como el progresivo desmantelamiento de las bases morales sobre las que se asienta nuestra existencia colectiva. Se ha minado sin descanso, con frecuencia en nombre de la “libertad”, los cimientos que sostienen el edificio de la nación. Cualquier ser, individual o colectivo, mantiene su vigor en la medida en que, en él, las fuerzas centrípetas, unitivas, predominan sobre las tendencias centrífugas y disolventes. Pero, en la España contemporánea, esas fuerzas centrípetas son tachadas de “fascistas” y contra ellas se dirige un odio inextinguible y una campaña de acoso sistemático.

Ahora bien: no se combate contra el bien y la verdad sin que tal monstruosidad pase la correspondiente factura. España ya ha empezado a pagarla. La pequeña Mari Luz lo ha hecho con su vida: ya se sabe que los poderes oscuros prefieren a los niños como víctima sacrificial. También pagó con su vida Sandra Palo a manos del Rafita y sus compinches, amparados por la Ley del Menor aprobada por el PP en el año 2000 y que, ahora, el PP exige revisar al PSOE (sin comentarios). Y, sobre los potros de la muerte de Carlos Morín y tantos otros abortorios, han pagado con su vida miles de fetos en un país en el que, bajo la dictadura ideológica de la izquierda, una derecha sin convicciones ha practicado –también durante los años de Aznar- el vergonzoso ejercicio de mirar para otro lado, aviniéndose a un fraude masivo de la ley de 1985 y permitiendo una situación de anarquía abortista que ha causado estupor en media Europa.

Cuando un país se descompone

Mari Luz Cortés, Sandra Palo, Carlos Morín: tres símbolos de la España democrática, progresista y moderna de hoy. Pero no son los únicos. Existen otros muchos síntomas, unos más llamativos que otros, pero todos igualmente reveladores del clima espiritual que se ha venido fraguando en nuestro país desde hace unos años. En primer lugar, por supuesto, nuestro inefable Estado de las Autonomías: los Länder alemanes son una tontería en comparación con España, el país más autonómico del mundo y objeto de asombro para todos los tratadistas extranjeros de Derecho Político. Y, luego, otros muchos signos que deberían disparar todas las alarmas. Las bandas rumanas cruzan toda Europa y se vienen a España, el país que actualmente ofrece mejores condiciones para delinquir (los sindicatos policiales denuncian que tenemos la legislación más garantista del mundo). Los ciudadanos, desmoralizados, oyen cómo son los propios policías quienes les dicen en comisaría que para qué ponen la denuncia, ya que “no va a servir para nada”.

Ya es misión imposible que en un medio de comunicación se diga “La Coruña”, y no el dictatorial “A Coruña”: a ver quién tiene huevos a desafiar al lobby progresista-nacionalista. En una parte del territorio nacional, se multa a los comerciantes por poner los rótulos en castellano, con la desvergonzada connivencia de Zapatero y como consecuencia de una política de normalización lingüística aceptada en su día también por el Partido Popular (¿qué pensarán los corresponsales extranjeros al ver que en España sucede esta cosa inaudita de los rótulos en Cataluña? Para mí que somos el asombro y el hazmerreír de medio mundo). Y bueno, en el tema del aborto, el gobierno zapateril, con un descaro que impresiona, ya está preparando un decreto para impedir que algunas Comunidades Autónomas y algunos jueces metomentodo, y a los que se les ha removido un poquitín –ya veremos cuánto dura- la conciencia, puedan inspeccionar lo que se hace o se deja de hacer en tal o cual clínica abortista.

Pero hay mucho más. Los etarras que están en la cárcel no hacen sus carreras por la UNED, sino por la Universidad del País Vasco, que digamos que les facilita los estudios -¡y esto lo permite una ley estatal española!-. María Teresa Fernández de la Vega abronca en público a Margarita Salas, presidenta del Tribunal Constitucional (¿recuerdan la bochornosa escena en el Día de las Fuerzas Armadas?), como superior que le echa tremendo rapapolvo a un subordinado; por otro lado, asistimos al increíble espectáculo de cómo PSOE y PP, sin preocuparse de guardar las más mínimas apariencias, se pelean en público por el control del Tribunal Constitucional, cuyo prestigio queda, a partir de ese momento, al nivel del más arrastrado betún. ETA roba 350 pistolas y un presidente del Gobierno de España sigue negociando con la banda. Las pelis porno están a plena vista en los mismos kioskos callejeros a los que los niños se acercan a por chuches y golosinas. La programación infantil ha sido prácticamente expulsada de las televisiones generalistas (quien quiera ver La Abeja Maya, pues coño, que vaya al Corte Inglés y se la compre; por la misma lógica: quienes quieran un colegio en castellano en Cataluña, pues coño, que funden un colegio español, igual que hay un colegio japonés –Artur Mas dixit-). Y, en fin, los estudiantes extranjeros que nos visitan explican que lo del botellón y las meadas en los portales, por supuesto, no existe en su país: ¡está claro que una cosa así sólo puede ocurrir en ese lugar inaudito, paraíso de las libertades, que es España!

España, banco de pruebas del progresismo libertario

Por supuesto, todo lo anterior no es producto de la casualidad. Tampoco lo es que, en este país en pleno proceso de deconstrucción que es España, haya surgido ese gurú posmoderno, ese primer espada mundial de la deconstrucción culinaria, que es Ferrán Adriá. Tras la aprobación del matrimonio homosexual, España se ha convertido en un lugar en el que todo es posible: de vivir hoy, Foucault se habría nacionalizado español. La ley, la tradición, el sentido común, se han convertido entre nosotros en conceptos absolutamente evanescentes: ya sabemos que aquí hay tantas cosas discutidas y discutibles… Ah, y a todo esto, el Chikilicuatre a Eurovisión: ¡manda huevos!

España se ha convertido hoy en la vanguardia del mundo: a otras cosas no sé, pero a progresistas, ¡a ver quién nos gana! El título de la magna obra de Sánchez Albornoz sigue plenamente vigente: España, un enigma histórico. Tierra siempre asomada al abismo, ni sabemos ni queremos saber de moderaciones y equilibrios. Nuestro gran mito ha sido siempre el mito de la libertad. ¿No somos acaso, según nos dicen los astrólogos, el país de Sagitario? ¿No arraigó entre nosotros como en ningún otro sitio el anarcosindicalismo libertario? ¿No ha sido siempre la ley –ese residuo fascista- el mayor enemigo de la libertad? Y si en esta feria carnavalesca en la que –siempre en nombre de la libertad- estamos convirtiendo nuestro país, el descontrol, el desmadre y la desidia en la aplicación de la ley provocan, por ejemplo, que un pederasta requeteidentificado y requetecondenado ande por ahí, vivito, coleando y haciendo de las suyas, y que, a consecuencia de ello, una niña que bajó al kiosko ya nunca vuelva a su casa, ¿no estaremos simplemente ante un imprevisto daño colateral que, espíritus fuertes como somos y abanderados del progresismo, debemos asumir?

Ante una situación como la actual, sólo caben dos posibles soluciones, que, en realidad, son complementarias entre sí. Por una parte, el refugio en la fe y la esperanza en la justicia divina, como hace el padre de Mari Luz, cristiano evangélico (ya dice el abuelo que “mi hijo no parece de este mundo”): si ese padre no esperase poder abrazar de nuevo a su hija en el cielo, ¿cómo seguir viviendo sobre la tierra? Por otra parte, para España –y sentimos tener que decirlo-, un cirujano de hierro. Mi padre, que en paz descanse, decía que España empezó a ir mal cuando los cuartelillos de la Guardia Civil –como el de Alhama de Murcia, mi pueblo natal- dejaron de estar abiertos 24 horas al día y establecieron el horario de oficina. Esta ha sido la tendencia general de la España contemporánea: un inaudito aflojamiento de los vínculos invisibles que dan cohesión orgánica a un país. Casos como el de Mari Luz pueden darse en cualquier parte del mundo. Pero un clima colectivo tan vergonzoso como el de la España actual, y que tanto fomenta el surgimiento de todo tipo de fenómenos aberrantes, es algo específicamente nuestro y que no podemos tolerar en nuestra amada tierra ni un minuto más. Entre otras cosas, porque se lo debemos a Mari Luz.

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Carmen Posadas, Hoy caviar, mañana sardinas

lunes 31 de marzo de 2008
`Hoy caviar, mañana sardinas´

Aquí me tienen, de feria en feria, en plena promoción de un libro que he escrito a medias con mi hermano Gervasio y que se llama precisamente: Hoy caviar, mañana sardinas. El título hace alusión a la vida de los diplomáticos: un día están tomando el té con la reina de Inglaterra o vodka helado en el Kremlin con los amos del universo, y al siguiente se encuentran `disfrutando´ de un bocadillo de chóped en la última oficinucha de un oscuro ministerio. Así ha sido también nuestra vida y por eso un día le propuse a Gervasio que contáramos al alimón algunas de las cosas curiosas que nos han pasado por esos mundos, como los dos sudacas nómadas que somos. El libro, por si a alguien le divierte echarle un vistazo, recoge situaciones bastante curiosas que nos ocurrieron mientras seguíamos a nuestros padres por los distintos lugares en los que estuvieron destinados: Madrid en los años sesenta, por ejemplo; Moscú en plena era soviética, con sus espías y disidentes; y, por fin, Londres en plena `fiebre Lady Di´. Nuestra idea era retratar un amplio abanico de personas conocidas aunque vistas desde un ángulo diferente e insólito, completamente distinto del habitual: desde Franco a los reyes de España; desde Breznev a Miguel Bosé; desde Nixon a la reina de Inglaterra o Lady Di. Éstas son tan sólo algunas de las personalidades que aparecen en un relato que recorre temas tan diversos como el sexo de los poderosos en la España del dictador, el vodka y la disidencia en la Unión Soviética o la importancia de los fantasmas y los espíritus en la vida social inglesa. Hay que decir, además, que todo esto va mezclado con recetas bastante originales como la fórmula secreta de los zares para fabricar vodka a la pimienta o un strogonoff de oso (sí, sí, eso fue lo que sirvieron en mi boda, celebrada en Moscú; que me perdonen los ecologistas, eran otros tiempos). Si me permito hablarles hoy del libro, algo que no he hecho hasta ahora sobre los otros que he escrito, es porque me gustaría que el tema sirviera de excusa para rendir homenaje a dos géneros literarios por los que siento especial devoción. Uno de ellos goza de gran predicamento; el otro, en cambio, está considerado un género menor. El primero es la literatura de viajes y los maravillosos libros escritos por mentes curiosas e inteligentes que se dedican a retratar lo que ven en su camino, sin juzgar ni sentar cátedra. Todos ellos, tanto George Borrow o Gerald Brenan como Bruce Chatwin, e incluso Alejandro Dumas, tienen la impagable virtud de hacernos ver lo que tenemos delante, pero que, al ser algo tan cotidiano y normal, no somos capaces de calibrarlo. Y es que el ojo de un viajero (siempre que sea desprejuiciado) es el que mejor retrata la idiosincrasia de un pueblo y es capaz de hacernos reír y también de maravillarnos de nosotros mismos. El otro género del que hablo no sé cómo se llama. Digamos que es una mezcla de costumbrismo con sátira social y voyeurismo humorístico y que tiene como máximos representantes a P. G. Wodehouse o al mismísimo Lawrence Durrell. Y es que el autor de El cuarteto de Alejandría tiene también en su haber uno o dos libros de este tipo en los que se dedica a viviseccionar a los diplomáticos ingleses en misiones extranjeras y consigue hacer un fresco de ciertas actitudes sociales que son increíbles, cuando no desternillantes. En el caso de nuestro libro se pueden apreciar en anécdotas como la de mi hermano Gervasio cuando daba `clase de guerra´ en la Unión Soviética, en la que (con once años) lo obligaban a montar y desmontar un kalashnikov. O la vez que mi madre hizo striptease en el palacio de Buckingham o quizá en la de mi encontronazo con el muy estirado príncipe Carlos de Inglaterra. Dudo mucho de que hayamos alcanzado la maestría de ninguno de los autores antes mencionados, pero mi hermano y yo nos hemos divertido de lo lindo rindiendo tributo a esa literatura que, tomando como materia prima la vida misma, es capaz de retratar con una gran sonrisa tantas y tan disparatadas actitudes humanas. Ojalá que también nuestro libro consiga provocar en alguno de ustedes la sonrisa o, mejor aún, la carcajada.

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Manuel de Prada, Putas por palabras

lunes 31 de marzo de 2008
Putas por palabras

Los periódicos se han cebado sin recato en las flaquezas de ese gobernador neoyorquino, Eliot Spitzer, que esquilmó los ahorros familiares (mientras escribo estas líneas, todavía no se ha demostrado que desviara fondos públicos) para alquilar los servicios de putas carísimas. La prensa coincide en denunciar la hipocresía del gobernador putero, quien al parecer se habría distinguido en su faceta pública por perseguir muy denodadamente la prostitución. A esto se lo llama ver la paja en el ojo ajeno y no ver la viga en el propio: pues los mismos periódicos que condenan las andanzas del gobernador putero incluyen diariamente anuncios por palabras en los que incitan a sus lectores a contratar idénticos servicios. La inclusión de estos anuncios constituye una piedra de escándalo para la prensa española. No quisiera que las tres o cuatro lectoras que todavía me soportan entendieran esta afirmación como una expresión de puritanismo o mojigatería: nunca me he destacado por tratar con demasiado melindre las cuestiones sexuales; y mucho menos por creer que la solución de las lacras sociales consista en taparlas, luciendo una fachada de farisaica respetabilidad. La prostitución existe desde que el mundo es mundo; y, desde luego, seguirá existiendo aunque los periódicos se decidan a remover de sus páginas estos anuncios sórdidos. Pero entiendo el periodismo como una vocación humanista y ennoblecedora; y enriquecerse con la degradación de lo humano no me parece que sea demasiado congruente con dicha vocación. Nadie podrá discutir que la razón por la que los periódicos incluyen tales anuncios es estrictamente pecuniaria; sospecho, en cambio, que no faltarán quienes sostengan que la prostitución no tiene por qué ser una `degeneración de lo humano´, si en la transacción media la libertad de las partes. Muchos de los anuncios de putas que incluyen los periódicos encubren feroces tramas de proxenetismo; esto es algo que salta a la vista, aunque los periódicos jueguen a desviar la mirada hacia otra parte. Pero supongamos que, en efecto, las mujeres que en ellos ofrecen sus favores carnales a cambio de dinero no lo hacen obligadas por una organización que les arrebata una parte nada exigua de sus ganancias; supongamos, incluso (y esto ya exige unas tragaderas lindantes con el cinismo), que esas mujeres no se dedican a la prostitución por necesidad, obligadas por circunstancias vitales lastimosas. Supongamos que, en efecto, existen mujeres que deciden, por conveniencia o capricho o mero cálculo crematístico, sacar provecho de los dones que la naturaleza les ha adjudicado, entregándose mercenariamente a quienes deseen gozarlas. Aceptemos que existen, aunque sólo sea una de cada cien que se anuncian en los periódicos, mujeres que se envilecen libremente. Y aquí se hace necesaria una reflexión sobre el concepto de `libertad´, tan manoseado y tergiversado en nuestra época. Escribía John Stuart Mill que el hombre dispone de libertad para ejercerla, no para destruirla. Y una mujer que usa de su libertad para prostituirse está, a fin de cuentas, destruyendo su libertad y convirtiéndose en esclava. Quizá no se esclavice en el sentido más mostrenco de la palabra, puesto que recibe un estipendio a cambio de la prestación de su cuerpo; pero está esclavizándose de un modo más hondo y destructivo, puesto que renuncia a su propia dignidad, que es inalienable. Aquí podría oponérseme que existen muchas otras relaciones humanas indignas en las que la parte más débil también renuncia a su propia dignidad; pero convendremos que combatir estas renuncias es misión humana impostergable. La dignidad es una de las posesiones más preciosas de la persona, después de la propia vida: podemos entender que existan personas que renuncien a ella, en circunstancias especialmente difíciles, como hay personas que se suicidan, arrastradas por la desesperación; menos comprensible se me antoja que haya personas que faciliten esa renuncia, como tampoco se me antoja de recibo que haya personas que inciten a quienes desean suicidarse. Los periódicos, al publicar esos anuncios por palabras, se comportan como quienes auxilian al suicida: es la suya una actitud antihumana y carroñera que refuta la vocación humanista y ennoblecedora del periodismo. Y un periodismo que descree de su vocación humanista se convierte en heraldo de muerte; con la economía muy saneada, pero heraldo de muerte al fin y a la postre.

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Perez Reverte, Esos simpaticos muertos vivientes

lunes 31 de marzo de 2008
Esos simpáticos muertos vivientes

La verdad es que cada uno se lo pasa lo mejor que puede, y en eso no me meto. Faltaría más. Especialmente en lo de vivir emociones intensas. Hay quien disfruta como un gorrino en un charco atado a una cuerda elástica y tirándose de un puente, quien corre en Fórmula Uno, quien les empasta las caries a los tiburones en los cayos de Florida y quien se lo pasa bárbaro dándose, metódica y rítmicamente, martillazos en los huevos. Cada uno tiene su manera de segregar adrenalina, y me parece bien. Siempre y cuando, por supuesto, cuando luego se rompe la cuerda, derrapa el bólido, el tiburón te dice ojos negros tienes o el martillazo te deja mirando a Triana, no vayas reclamando daños y perjuicios, y con tu pan te lo comas. Las emociones, en principio, son libres. Por eso, supongo, nada tengo que objetar a que trescientos jóvenes aficionados a las películas gore, muertos vivientes, cementerios y casquería con motosierra –afición tan legítima como otra cualquiera– organicen una Marcha del Orgullo Zombie rebozados de carne podrida, borbotones de sangre, ojos colgando, muñones sanguinolentos y cosas así. Al grito de «Sangre, sangre, dame más sangre», los de la Marcha Zombie –lo correcto, por cierto, sería zombi, sin esa innecesaria e gringa– se pasearon el otro día por Madrid, y así me los topé en el paseo del Prado: fulanos bailando con el pescuezo rebanado o con un destornillador incrustado en un parietal, pavas con media cara que parecía arrastrada por el asfalto, muñones sanguinolentos y demás parafernalia del escabeche. Todo divertido a más no poder, oigan. De troncharte y no echar gota. O como se diga. Tanto me divertí con el espectáculo, que todavía me estoy riendo. Se me parten los higadillos acordándome. Un chute, lo juro. Divino de la muerte. Me desternillo acordándome de mis zombis particulares, que no necesitan que los maquillen con sangre chunga porque el producto natural lo ponen ellos, por la patilla. Me lo paso de miedo cuando estoy un rato pensando, o me despierto de noche, y vienen a hacerme compañía en su Marcha del Orgullo Zombi particular. No pueden imaginar ustedes lo que disfruto yo, y lo que disfrutan ellos. Ahí querría ver a los aficionadillos del paseo del Prado. A ver quién es capaz de competir con una bomba en un cine de Bagdad o un morterazo en el mercado de Sarajevo. Los desafío a todos a competir con mi amigo el comandante Kibreab y sus sesos desparramados sobre un hombro, tirado en el suelo de la plaza de Tessenei, en abril de 1977. O con el fastuoso maquillaje natural de la guerrillera desnuda por la onda expansiva de una granada y con las tetas hechas filetes por la metralla, en el Paso de la Yegua, Nicaragua, 1979. También sería difícil imitar la gracia del negro macheteado en junio de 1988 en Moamba, Mozambique. O la del fulano de Hezbollah hecho un amasijo de carne y tripas en su coche alcanzado por un misil israelí cerca de Tiro, en 1990. O, para terminar y no extenderme mucho, el salero zombi de los treinta y ocho croatas que en septiembre de 1991 vimos Hermann Tersch, Márquez y yo mismo degollados en los maizales de Okuçani, Croacia: cadáveres muy canónicamente gore todos ellos –habrían hecho un brillante papel en la Marcha del Orgullo Zombi–, a los que no imaginan ustedes con cuánta gracia les colgaba la cabeza con la garganta abierta cuando los levantaban del suelo para enterrarlos. Es que me acuerdo, oigan, y me parto. Tan simpático todo, fíjense. Tan divertido. Estoy lejos de ser el único que puede aportar carnaza fresca a la fiesta, no se crean. Vayan y pregúntenle a Gerva Sánchez, por ejemplo, cuántos muñones sangrantes y sin sangrar, con minas y sin minas, ha fotografiado a lo largo de su vida profesional. O a Alfonso Rojo, Miguel de la Fuente, Paco Custodio, Fernando Múgica y Ramón Lobo, veteranos miembros de la vieja y extinta tribu, que todavía se despiertan a veces preguntándose en dónde diablos están. Lo del Orgullo Zombi tiene que traerles bonitos recuerdos, supongo. Muchas imágenes divertidas y simpáticas. Seguro que les pasa como a mí: les preguntas por el hospital de Sarajevo –chof, chof, hacía el suelo encharcado de rojo cuando lo pisabas– después de un día de buena cosecha de francotiradores y artilleros serbios, y seguro que se rulan de risa. Como habrían hecho, sin duda, Julio Fuentes, Miguel Gil Moreno, Anguita Parrado, el cámara Couso, Juantxu y los demás que ya no están aquí para rularse. A cinco litros de sangre por cabeza, calculen el flash. Los imagino a todos bailando por el paseo del Prado, a los compases de No es serio este cementerio. Qué guay, tíos. De verdad. Menudo subidón.

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Rafael Gonzalez Rojas, Sin esperanzas de pacto alguno

lunes 31 de marzo de 2008
Sin esperanzas de pacto alguno
Rafael González Rojas (Elsemanaldigital.com)

E N una cosa tienen razón esos ultras que "fustigan al tiro de caballos para que vaya más deprisa": en que Zapatero no es de fiar. Lo tiene más que acreditado. Durante los últimos cuatro años ha acumulado tantos desatinos de gobierno que difícil va a ser que los enmiende en los próximos cuatro, si es que no los consolida y entumece. De momento, la intención de entenderse antes que con el PP con los nacionalistas del PNV y CiU es sintomática. La voluntad de diálogo anunciada por el que va a ser el nuevo portavoz en el Congreso, José Antonio Alonso, y esas reuniones con los nacionalistas son una manifiesta contradicción. Claro que más contradictorio es degradar a portavoz del partido en el Congreso a un ministro, y además presentarlo como una importante promoción. ¿Lo hace Zapatero porque con ello propiciará el diálogo? No, no lo creo. Si realmente tuviera intención de dialogar, ¿por qué no ha llamado para hablar, antes que a ninguno otro partido, al PP? Zapatero, tras la victoria del 9 de marzo, prometió pactos y consensos de Estado por encima de los intereses de partido y de las coyunturas de Gobierno. Ya, ya. Si no se intenta un acuerdo sobre la Mesa del Congreso con los populares, que son los segundos en votos y en diputados, muy por delante de los nacionalistas vascos y catalanes, mal empezamos. Puede comprenderse que los socialistas traten de apoyarse en los nacionalistas para lograr la investidura. Pero eso no quita para empezar a hablar, con buen talante, con la formación liderada por Mariano Rajoy. Hubiera sido lo propio. Una muestra de buena voluntad, una demostración de que se iba a cambiar el estilo que ha imperado en la anterior legislatura, pero sobre todo una muestra de respeto a los diez millones de españoles que han votado al PP. Además, todas las encuestas (cosa que por otra parte se palpa en el ambiente) resaltan el deseo de la ciudadanía de que se alcancen acuerdos de Estado entre los dos grandes partidos nacionales. Es lo que ha pedido el electorado, y por eso, más que nunca, han apostado por los dos grandes partidos nacionales: que se dejen de crispación y que se apliquen en lograr acuerdos para resolver los grandes desafíos con que nos enfrentamos. Pero, claro, esperar todo eso de Zapatero es pensar en lo excusado. Si se tratara de una persona razonable –y nada de lo que lleva hecho en política lo es- se daría cuenta de que para resolver los graves problemas que tiene planteados el país necesita al PP. Si fuese un hombre noble vería en Rajoy la nobleza que ven en él todos. Que Rajoy será blando, como le acusan los ultras, "que censuran a la hoguera porque quema pocos herejes", pero no es capaz de engañar. Ni siquiera a Zapatero. Y podría ayudar a resolver los problemas que nos plantea la grave crisis económica, que para Zapatero eran pequeñas «turbulencias». Podría ser de suma utilidad su apoyo para combatir a ETA, con quien él negociaba desoyendo los consejos de la experiencia, y ahí están los asesinos, matando, cosa que jamás se propusieron dejar de hacer. Y le sería de enorme utilidad para frenar a los nacionalistas, como ha pedido claramente el electorado al frenarles ya bastante en las urnas. Zapatero podría lograr todo eso y mucho más mediante un pacto institucional con el principal partido de la oposición. Nadie pide que se eche en brazos del PP, sino que dialogue con buena voluntad. Para desbloquear la Justicia no hace falta más que negociar con serenidad y espíritu constructivo. Para encontrar soluciones al problema del agua lo único que se necesita es sentido de la realidad y arrinconar los personalismos absurdos y los localismos paletos. Nada de eso podrá resolverlo con IU, con ERC, con CiU, con el PNV. Pero con el PP, sí. Hay quienes creen que para facilitar ese diálogo se requería como portavoz del grupo parlamentario del PSOE a un hombre moderado, tranquilo, discreto, ecuánime, dialogante y educado. Y el dóberman de López Garrido, con su pinta de turronero, no le servía. Y para eso es para lo que ha nombrado a José Antonio Alonso, que ni siquiera es miembro del partido socialista. Yo no lo creo, primero porque una tarea de tales características desborda las funciones del portavoz. Y segundo, porque yo ni tengo fe ni albergo la menor esperanza de que Zapatero quiera intentar, y menos alcanzar, con el PP ningún pacto. De quererlo, ya habría dado muestras de ello. Así que, lo siento, amigos, pero en este pueblo no tocan las campanas por cinco razones. La primera, porque no hay campanas.

http://www.vistazoalaprensa.com/contraportada.asp?Id=1615

Manuel Jimenez de Parga, La independencia del poder judicial

lunes 31 de marzo de 2008
La independencia del poder judicial
Por Manuel Jiménez de Parga, de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas
EN diciembre de 1969 la revista «Cuadernos para el diálogo» dedicó un número extraordinario a la Administración de la Justicia en España. Nos encontrábamos en pleno franquismo. No obstante un grupo de aficionados a los temas jurídicos nos arriesgamos a enfocar el asunto con criterios liberales y democráticos. Mi colaboración la titulé «La independencia del poder judicial», el mismo encabezamiento de estas reflexiones escritas cuarenta años después.
Resulta obligado iniciar el razonamiento, entonces y ahora, con las sabias advertencias de Montesquieu: «No habrá libertad si el poder de juzgar no se separa del poder legislativo y del poder ejecutivo» (De l´Esprit des Lois, XI, 6). En 1969 el régimen establecido en España se articulaba con un Ministerio de Justicia que podía mediatizar la tarea de los jueces. La Constitución de 1978 pretendió acabar con cualquier dependencia de quienes debían administrar la justicia y dedica su título VI al Poder Judicial, el único de los poderes del Estado consagrado nominalmente.
Sin embargo, el órgano de gobierno de jueces y magistrados, o sea el Consejo General del Poder Judicial, experimentó una profunda desvirtuación el año 1985. La mitad de sus miembros sería elegida, conforme a la nueva Ley Orgánica, por el Congreso de los Diputados y la otra mitad por el Senado. Quiere esto decir que era el Poder Legislativo el que iba a decidir la composición del órgano de gobierno del Poder Judicial. ¿Dónde quedó la separación que defendía Montesquieu?
A mi entender, el cambio operado por la Ley Orgánica de 1985 fue una auténtica modificación del orden constitucional. Fue un cambio sin reforma, una mutación de la Constitución sin modificar el texto de 1978. Así lo escribí en aquellos días de 1985. He insistido en mi crítica varias veces, pero mis palabras cayeron en el vacío.
El mal camino entonces iniciado nos ha llevado a la mala situación presente, con deformaciones parecidas, y algunas idénticas, a las que se detectaban con facilidad en 1969, cuando propugnábamos en «Cuadernos» el fin de lo dictatorialmente existente. Se avanzó en 1978 y luego se retrocedió.
Hay que reemprender ahora la vía democrática. El Consejo General del Poder Judicial debe ser elegido por los jueces y los magistrados. Se trata, en buena doctrina, de un poder de índole relacional, que se genera con la participación de sus titulares, jueces y magistrados; no es un poder-substancia, como es el Poder Ejecutivo. Este último se tiene o no se tiene, igual que ocurre con la propiedad de un saco de oro. Hobbes y Locke nos enseñaron la distinción entre el poder-substancia y el poder sistema de relaciones. El Poder Judicial es de naturaleza relacional.
El año 1969 escribí: «Naturalmente que en la doctrina de la separación de poderes no encaja la existencia de un Ministro de Justicia. Los ministros son jefes de unos departamentos que forman el Gobierno. Jueces y Magistrados no deben ser considerados funcionarios de una rama del Gobierno. Un Ministro de Justicia lleva a la confusión entre el Poder Ejecutivo y el Poder Judicial; esta confusión de poderes, como cualquier otra falta de distinción de poderes, conduce a la destrucción del patrimonio espiritual de la ciudad».
Me pronuncié entonces por el autogobierno de la Justicia. Me preocupaba la frecuente interferencia del Ejecutivo en la designación de los que se sentaban en los altos tribunales y en la remoción de los insumisos. No era previsible que tiempos después fuese el Parlamento democrático el que -olvidándose de Montesquieu- decidiera la composición del Consejo General del Poder Judicial.
Hace cuarenta años sentí una preocupación especial por el secreto de las decisiones de los tribunales. Dediqué por ello unos párrafos de mi artículo en «Cuadernos» a la deseada publicidad de los votos discrepantes. Era un momento en el que resultaban relativamente frecuentes las sentencias disparatadas. Concretamente causaban asombro algunas de las que se pronunciaban contra periodistas y editores de medios de comunicación. Como abogado en el Tribunal Supremo -hasta allí había que acudir por las infracciones de la ley de prensa- recibí unas confidencias que no podían transmitir la verdad de lo acontecido. Ante sentencias inaceptables tres de los cinco magistrados de una Sala me confesaban, uno tras otro, que ellos habían votado en contra. No era posible que eso hubiera sucedido en Salas de cinco. Si tres se hubiesen opuesto la resolución no habría salido.
Afortunadamente hoy podemos conocer los votos particulares discrepantes. Ya no es una mera sugerencia lo que hace cuarenta años se exponía: «Las opiniones minoritarias discrepantes -escribí- habrían de tener la misma publicidad que el Auto o la Sentencia que fueron votados por mayoría. La experiencia norteamericana marca un camino fecundo. De esta forma, el magistrado asume la plena responsabilidad personal. Y transcurrido un tiempo, si la jurisprudencia cambia en el sentido querido por la minoría, se imputará el acierto a quien disintió de una resolución de valor perecedero».
Nos satisfacen aspectos actuales de la Administración de Justicia y nos entristecen otros, entre ellos los intentos de suprimir el Consejo General del Poder Judicial devolviendo las competencias al Ministerio de Justicia. Acaso la solución sea la que inspiró el texto constitucional de 1978, e inicialmente aplicada. Hay que releer sin intenciones deformadoras el artículo 122.3 CE: una nueva ley orgánica debería anular la de 1985. No basta, como se alegó a favor del «cambio constitucional sin reforma», que los elegidos sean «entre jueces y magistrados de todas las categorías judiciales», sino que los electores han de ser los titulares del Poder Judicial, un poder de naturaleza relacional -insisto en ello- cuya titularidad corresponde a los jueces y magistrados.
En nuestra visión idealista de 1969 anhelábamos el día en el que los jueces fuesen profetas. Un notable presidente del Tribunal Supremo norteamericano, Harlan F. Stone (1872-1946), advirtió agudamente, desde su privilegiado puesto de observación, que cuando el proceso democrático no funciona, los jueces deben prestar atención a todas las zonas. «El Congreso puede actuar, pero no actúa. El presidente puede estimular, pero no estimula. En ese momento, nosotros intervendremos y haremos la tarea que ellos debieron realizar».
Los españoles atravesamos por un momento delicado, nos hallamos ante una crisis judicial que nos agobia. Necesitamos jueces que no miren atrás, y ni siquiera al presente, sino al futuro. Necesitamos jueces que sean profetas. Jueces que por las señales y los signos de este tiempo acierten a predecir lo que ha de suceder. De esta forma, cuando los otros poderes no actúen -como advirtió Stone- intervengan y los reemplacen. Jueces profetas que, al anticiparse al futuro, salven al Derecho y conserven el prestigio y la autoridad de la Magistratura.
Es la aspiración de un sueño. Volvamos a la realidad. Y con los pies en el suelo constatamos que no hubo jamás profeta que no fuese un ser humano libre, completamente independiente.
MANUEL JIMÉNEZ DE PARGA
de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas

http://www.abc.es/historico-opinion/index.asp?ff=20080330&idn=1641756220853

Santiago Navajas, El Comandante si tien quien le escriba

lunes 31 de marzo de 2008
PANORÁMICAS
El Comandante sí tiene quien le escriba
Por Santiago Navajas
El festival Idem ha publicado, en colaboración con la Filmoteca de Andalucía y la editorial Egales, una reedición (con DVD incluido) de Conducta impropia, el guión en que se basó el documental del mismo título de Néstor Almendros, el mítico director de fotografía cubano-español, y Orlando Jiménez-Leal.
La Conducta impropia de Almendros y Jiménez-Leal es una carta cinematográfica de denuncia del régimen totalitario de sesgo comunista que Fidel Castro implantó en Cuba en la década de los 50. Ahora, gracias a iniciativas como la del Idem y las jornadas "Cuba: homosexualidad y revolución", recientemente celebradas en la Casa de América de Madrid, la palabra de las víctimas se superpone victoriosa a la de los verdugos.

Fidel Castro, un tirano dicharachero y barroco, ha suscitado una gran pasión epistolar. Quizás porque, carta por medio, uno se evitaba el aliento de sus eternos monólogos patriarcales. El Che le escribió, para despedirse, y acabó muerto. Huber Matos le escribió, para advertirle de la infiltración comunista en una revolución que se presuponía democrática, y el valeroso comandante terminó en la cárcel. También Cela y Arrabal le escribieron: el primero para pedirle un favor, el segundo para exigirle que renunciara; más recientemente, el dramaturgo-pánico volvió por sus fueros: "Mussolini fue colgado por los pies y usted será arrojado por el pueblo a las letrinas de la Historia como Heliogábalo".

Almendros y Jiménez-Leal le escribieron en la década de los 80 una carta, en forma de documental, con la indignación del "Yo acuso" de Zola, la impertinencia del alegato antinazi de Claude Lanzmann (Shoah) y la delicadeza del Iñaki Arteta de Trece entre mil. Una misiva en la que los relatos de los torturados por la dictadura comunista sorprenden tanto por su dureza como por la jovialidad, no exenta de rigor, de la mayor parte de ellos. Y es que si algo no ha conseguido el líder del régimen sombrío, como lo llamó Lezama Lima, es quebrar el espíritu de los homosexuales, los liberales, los cristianos, los negros, los vagos, en definitiva, los heterodoxos, los que no casaban con el hombre nuevo socialista, los que mostraban una "conducta impropia" del macho blanco izquierdista.

Los testimonios de disidentes famosos –de Reinaldo Arenas a Armando Valladares, pasando por Cabrera Infante o Heberto Padilla– se alternan con los de otras víctimas que, por este documental, dejaron de ser anónimas. Entre todos ellos, como un zombi grasiento y bocazas entre fantasmas, aparece Fidel Castro, jugando al baloncesto, paseando en jeep por su rancho Cuba como una marquesa, adoctrinando a embelesados periodistas que creen estar haciendo la entrevista que les valdrá el Pulitzer...

Sutilmente, Almendros y Jiménez-Leal van introduciendo hipótesis explicativas del horror. Viejos amigos como Susan Sontag se plantean algunos de los pecados originales de la incapacidad de asimilación de la izquierda respecto a los homosexuales o las mujeres. Severo Sarduy, que no aparece en el documental pero sí en el libro, plantea como hipótesis la intolerancia de los cristianos viejos trasplantada al trópico. También se menciona el machismo inherente a la cultura hispana. A lo mejor, como se desprende del testimonio de Cabrera Infante, existe una dimensión de pesimismo antropológico que vincula lo humano con el mal. O quizás sea la persecución homofóbica una cortina de humo para ocultar a esos jerarcas homosexuales del Partido que han sustituido el amaneramiento por la voz excesivamente grave.

Pero no se plantea el documental ser el lugar ni el momento de profundizar, sino de permitir que sea el factor humano –el humanismo tantas veces despreciado por las principales corrientes filosóficas, del existencialismo heideggeriano al marxismo cientificista, en ese siglo de horror que hizo emerger a Hitler y Lenin, a Castro y Pinochet– lo que finalmente triunfe.

Las limitaciones presupuestarias propias del género documental, las limitaciones políticas (Radio Televisión Española se negó a financiar el proyecto; un documental semejante de Jiménez-Leal, La otra Cuba, fue censurado en el Festival de Cartagena de Indias; y era imposible rodar en la Isla, por razones obvias), las limitaciones metodológicas que se impusieron los autores, todo ello dio pie a una apuesta en cierto modo forzada por la pureza del testimonio alérgico a las florituras formalistas. "El método seguido al filmar nuestros testimonios fue éste: consideramos que la cámara cinematográfica, acoplada con grabación de sonido directo, es en cierto modo un detector de verdades y mentiras", comenta Almendros en el prefacio del libro.

Pongamos en marcha el detector. El comentario que han escogido en la Filmoteca de Andalucía para acompañar la proyección es del conocido crítico cubano García Borrero, que hace todo lo posible por menospreciar el documental para, en paralelo, exculpar al totalitarismo de izquierdas de la máxima responsabilidad en la persecución inquisitorial de los disidentes del dogma. A García Borrero le parece que la amargura vital de Cabrera Infante por su obligado exilio o la vibrante descripción de Armando Valladares de los horrores del Gulag castrista (las UMAP) "casi terminan por causar (...) un efecto contrario al que persigue el filme". Lo que diría muy poco del documental y mucho de la receptividad emocional y estética del crítico. Llegados a este punto, nada mejor que recordar las palabras de Antonio Muñoz Molina a cuenta de la escandalosa conducta de tanto izquierdista con Cuba...

Para poder valorar este testimonio del espíritu indomable de los que no se achantan ante el dedo que avisa silencio o amenaza miedo habría que adoptar un punto de vista diferente al de esa izquierda que se cree en posesión de la superioridad moral. Por ejemplo, el que asume Almendros en la filmación de Conducta impropia, asimilando las nociones del montaje invisible:
A condición de que la lente capte la expresión de los rostros de una manera sencilla y total. Quiero decir de frente, no de perfil, no de tres cuartos. A condición de que la iluminación y los ángulos sean naturales y sin efectos… El montaje fue presidido también por la ley de la sencillez…
No extraña que el fotógrafo favorito de Truffaut y Rohmer, el responsable de iluminación de Días del cielo de Malick, huya de artificios ingeniosos. No sorprende que la asociación Human Rights Watch y la Film Society del Lincoln Center crearan el Nestor Almendros Prize para premiar el coraje y el compromiso con los derechos humanos en la realización de una película. No hay que entristecerse porque finalmente el sátrapa marxista-leninista haya sobrevivido al propio Almendros (Jiménez-Leal aún vive), a Cabrera Infante, a Valladares, a Padilla, a Severo Sarduy, a Reinaldo Arenas, a Virgilio Piñera, a tantos otros. Y tranquiliza saber que, por una vez, el concepto de memoria histórica tiene una relevancia moral y cinematográfica de simétrico calado.


CONDUCTA IMPROPIA (Cuba; 92 minutos). Guión y realización: Néstor Almendros y Orlando Jiménez-Leal. Locutor: José Miguel Ullán. Calificación: Testimonial (7/10).

Pinche aquí para acceder al blog de SANTIAGO NAVAJAS.


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Jon Urdangarin, El vasco que asombró al mundo

lunes 31 de marzo de 2008
BLAS DE LEZO
El vasco que asombró al mundo
Por Jon Urdangarín
Blas de Lezo no será el español más ilustre que ha dado la historia, pero sí, probablemente, el más valiente. Fue, como los también marinos Elcano, Urdaneta, Oquendo y Churruca, un hombre de honor y un abnegado soldado al servicio de su patria.
Nuestro personaje nació en Pasajes de San Juan (Guipúzcoa) en 1689, y comenzó su carrera militar, siendo apenas un niño, como guardamarina. En 1704, durante la Guerra de Sucesión y ante las costas de Málaga, tuvo lugar su bautismo de fuego. Le fue mal: tras alcanzarle una bala de cañón, perdió una pierna. Su serenidad y valentía asombraron a sus mandos y le valieron ser nombrado alférez de bajel y alto bordo por Felipe V.

Como si fuera un pirata de novela o de una película del Hollywood clásico, con su pata de palo a rastras continuó sirviendo a la Corona española, muchas veces como corsario. No serán pocas las veces que, haciendo gala de su genio, vencerá al inglés incluso encontrándose en inferioridad de condiciones.

Andando el tiempo será nombrado teniente de navío y destinado a Tolón, en cuya defensa acabará sufriendo un nuevo percance de gravedad: perderá el ojo izquierdo. Pero él seguirá adelante con su carrera militar, y a los 24 años, ya como capitán de navío, le veremos involucrado en el segundo sitio de Barcelona. Allí, en la Ciudad Condal, volverá a resultar herido; esta vez, en el brazo derecho, que le quedará inservible. Con sólo 25 años, en aquel momento es el marino en activo con más heridas de combate.

Posteriormente lo encontraremos en América, persiguiendo contrabandistas, piratas y corsarios. Para entonces sus enemigos le conocen como el Invencible Almirante Pata de Palo. Volverá a España en 1730, después de casarse con una criolla llamada Josefa Pacheco.

Al cabo la Corona le envía a Génova con una importante misión: recuperar dos millones de pesos retenidos en el Banco de San Jorge. Con una fuerza de seis navíos, Lezo llegó, vio y exigió la liberación de ese dinero: de lo contrario, sometería a cañoneo la ciudad. Los estupefactos genoveses no tuvieron más remedio que ceder, y Don Blas volvió a España con el deber cumplido.

Nos queda por mencionar el último servicio de Lezo a la Corona; el último y el más importante de todos: la defensa de Cartagena de Indias ante un ataque de la Marina británica.

En 1741 el almirante Vernon, un arrogante inglés ávido de gloria, se presentó en Cartagena con una formidable flota de 180 navíos y 30.000 hombres. Eufórico tras su victoria en Portobelo, Vernon desprecia las defensas de la ciudad y, lo que es peor –para él–, el genio militar de Blas de Lezo. Don Blas sabe que su única esperanza ante un enemigo tan superior en naves y hombres es aguantar todo lo posible.

El guipuzcoano sólo disponía de seis navíos y de unos pocos miles de hombres, pero sus espías descubrieron el talón de Aquiles del enemigo: parte de la tripulación de Vernon estaba enferma. Lezo aprovechó tal circunstancia para doblegar a los anglos y, de paso, salvar al Imperio Español.

José Manuel Rodríguez acaba de publicar un libro, titulado precisamente El vasco que salvó al Imperio Español, donde se da cuenta de la vida de este gran marino del siglo XVIII. Pero no se trata sólo de una biografía: es también un ameno recorrido por el Setecientos que nos permite profundizar en las causas políticas y económicas subyacentes a los conflictos que enfrentaban a las potencias europeas de aquella hora. Rodríguez acaba con el mito de la decadencia de España, de su manifiesta inferioridad militar y económica en esa centuria.

A diferencia de Churruca o de Elcano, Blas de Lezo es una figura olvidada en España, especialmente en su patria chica, el País Vasco. El nacionalismo imperante en las Vascongadas ha ocultado deliberadamente las grandes figuras del pasado a sus propios descendientes, cuando no los ha manipulado tan burda como abiertamente. Y es que se trata de incómodos fantasmas que para nada casan con las doctrinas sabinianas; de nombres señeros que nos recuerdan la profunda vinculación de los vascos a España.

Blas de Lezo, el vasco que salvó al Imperio Español, fue enterrado en el olvido. ¿Por los ingleses? ¡Ca! ¡Por los españoles! En el libro arriba citado, Rodríguez afirma: "España tiene una deuda con él y, en mi modesta opinión, no la ha pagado todavía". No puedo estar más de acuerdo.
Paradójicamente, el bravo Lezo es todo un héroe nacional en Colombia...

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Francico Perez Abellan, La Ley de la niña Mari Luz

lunes 31 de marzo de 2008
CRÓNICA NEGRA
La ley de la niña Mari Luz
Por Francisco Pérez Abellán
Hace sólo unos meses Sarkozy prometió reformas para que Francia pudiera combatir a los pederastas asesinos. En todo el mundo, también en los países más democráticos, la lucha contra los pederastas y asesinos de niños es una constante desde hace décadas. En Estados Unidos, algunas leyes llevan incluso el nombre de niños asesinados. Es importante recordarlo, para los figurones de relumbrón que se pasean por los foros afirmando que no hay que legislar a golpe de pasión.
En un país serio y democrático, preocupado por la seguridad de sus ciudadanos, con un Gobierno decidido a garantizar la integridad de los niños, no sería extraña una "ley de la niña Mari Luz" para que ningún otro asesino de niños actúe con impunidad. En EEUU, la Ley Lindbergh, aprobada tras el secuestro del retoño del famoso aviador, igualaba en el castigo el secuestro con la muerte. Nada desproporcionado, porque secuestrar es matar en vida.

En nuestro país hay decenas de miles de pederastas metidos en internet. Hasta el presunto autor de la muerte de Mari Luz Cortés, la niña de Huelva, aprendió a navegar por la red de redes para acosar a las pequeñas. Sus víctimas, empezando por su propia hija, tienen entre cinco y trece años. En el juicio, celebrado en Sevilla, donde se le condenó por abusar de su hija se le diagnosticó una grave patología mental, lo cual no le impide ser más listo que el hambre. A ver qué loco hace lo que él: poner en venta la casa en que vive de alquiler. A ver qué loco sale huyendo del barrio El Torrejón avisado de que en cualquier momento la sospecha se transformará en certeza. A ver qué loco, mire usted, maquina una acusación de delito sexual contra un profesor de gimnasia, al que extorsiona exigiéndole, "por lo menos", 60.000 euros.

Es un loco cuerdo que estaba libre. Había sido condenado dos veces por abuso sexual a niños y estaba inserto en un presunto proceso de transformación: crisálida de pederasta mutando en capullo social, acogedor, subvencionado, hasta convertirse en posible asesino en serie. Los padres de la niña Madeline McCann se interesan ante la posibilidad de que el supuesto culpable de la muerte de Mari Luz lo sea también del secuestro de su hija.

La "ley de la niña Mari Luz" debería ser corta y muy clara, y estar encaminada a aligerar los trámites contra los asesinos de niños, los abusadores sexuales, los traficantes de pornografía infantil y los criminales que tengan de cualquier modo a los pequeños por objeto. En España faltan de su casa demasiados niños; por ejemplo, Sara Morales, Yéremi Vargas y Amy Fitzpatrick. Los asesinos de niños no son tratados con el rigor que merecen: la instrucción y vista de estos casos debería ser algo prioritario, los trámites deberían acelerarse lo más posible y los expedientes, llevar el membrete de "urgente". No más pederastas con patente de corso.

Se dice que el ahora investigado estaba en la calle cuando debería estar cumpliendo condena, por lo que Mari Luz debería estar viva. De ser así, alguien tendría que pagar los vidrios rotos. Los funcionarios que no hayan actuado con diligencia, los negligentes o inútiles, deben ser apartados. El caso Mari Luz pone de relieve cosas apuntadas en el pasado; por ejemplo, que los asesinos de niños suelen ser reincidentes: ahí están el que mató a Olga Sangrador y el Asesino de la Lavadora, por citar sólo un par de antecedentes.

Se necesita una Ley Mari Luz para que la sociedad se preserve de los pederastas, los señale con el dedo y les impida moverse a sus anchas. La ley de la pequeña onubense debería exigir que se diagnostiquen las enfermedades mentales con todo rigor y precisión. Cualquiera sabe que en un proceso penal se consulta a los peritos consultados por las partes, pero no siempre están de acuerdo. ¿Cómo puede un loco auténtico serlo para la defensa pero no para la acusación? Los locos irresponsables de causas penales pero peligrosos para los niños también tendrían que ser custodiados, quizá de por vida. Los asesinos de niños no tienen cura.

Sociedades democráticas como la norteamericana o la francesa no temen enfrentarse a los pederastas. El abuso de niños es la última guinda de los pervertidos sexuales en esta sociedad pervertida. Sólo necesitan que la ley sea débil, el procedimiento lento y los jueces, distraídos. Como la Ley Lindbergh, la Ley Mari Luz, que el otrora fiscal Bermejo no se atreverá a abordar, debería estudiar el flanco más expuesto de la actual legislación. En el gobierno de los jueces, tantas veces callado y tan proclive a extremar la mesura, ya se han oído voces favorables al restablecimiento de la cadena perpetua. Puesto que los pederastas no se curan jamás, que jamás salgan de las cárceles.

La niña Mari Luz no debe ser olvidada. Merece una ley. Las leyes deberían llevar los nombres de las víctimas, en vez de ocultar a quienes las promueven cuando fracasan, como ahora, estrepitosamente.

Los ciudadanos no merecen un Gobierno que no les garantice la seguridad. En España se detiene a violadores siete años después de que empiecen a actuar, se deja en libertad a grandes asesinos con sólo quince años de prisión, y se asiste con desesperación a los ímprobos pero insuficientes intentos de encontrar niños raptados.

La "ley de la niña Mari Luz", niña de etnia gitana, redicha y bien educada, graciosa hasta decir basta, flamenca y confiada, debería velar por los niños amenazados, puesto que una conjura de pederastas los amenaza. El ahora capturado nunca se habría atrevido a pasar de una punta a otra del país, de Sevilla a Gijón, practicando el acoso de las pequeñas si la primera vez se hubiera enfrentado a un castigo proporcionado a su culpa. Este hecho doloroso, donde la gran lección de dignidad humana viene principalmente de los padres de los desaparecidos, debe comprometer a todos.

En Estados Unidos no les duelen prendas a la hora de mantener encerrados de por vida a individuos peligrosos como Charles Manson o el asesino de John Lennon. Y eso que el de Liverpool cantaba con Yoko Ono aquello tan impertinente de "jueces a la cárcel, criminales a la calle".

Los de Lennon fueron tiempos revueltos, de protesta. Entonces como ahora, los rebeldes eran ricachos protegidos por cámaras, guardaespaldas y circuitos exclusivos. Sus hijos van al cole rodeados de medidas de seguridad y viven en casas defendidas con fosos para leones. Para todos los demás, para la gente de a pie, para los votantes inconscientes incluso, promúlguese la "ley de la pequeña Mari Luz". Para saber cómo se hace, habrá que enviar a quienes se encarguen de redactarla al país democrático por excelencia: los EEUU. Para que les hablen, por ejemplo, de la Ley Megan.


FRANCISCO PÉREZ ABELLÁN, presentador del programa de LIBERTAD DIGITAL TV CASO ABIERTO.


http://findesemana.libertaddigital.com/articulo.php/1276234475

Luis Margol, Viendo Clandestinos

lunes 31 de marzo de 2008
CHUECADILLY CIRCUS
Viendo Clandestinos
Por Luis Margol
"EHGAM, como frente unitario a nivel de Euskal Herria, ha mantenido y mantiene una doble lucha; por una parte, la lucha gay, y por otra, la lucha por la liberación nacional del pueblo vasco, que se refleja en la fuerte participación y colaboración con los grupos de izquierda revolucionaria (LKI, EMK, EE y HB)". Así hablaba José María Gil, militante de Ehgam, en septiembre de 1980 en la revista de izquierdas La Calle, donde, según los expertos, se trataban "temas prohibidos como las nacionalidades, el terrorismo del País Vasco, etcétera". Más claro, agua.
No sé si Ehgam habrá cambiado desde aquellos tiempos (me consta que Raúl del Pozo, uno de los entonces jóvenes periodistas de la gaceta, sí, y no me refiero a su cuenta corriente), aunque maribatasunas, haberlas haylas. Aquí tienen la respuesta que recibí tras criticar las performances del grupo de cabareteras bilbaínas Las Fellini y del diseñador Carlos Díez, alias Gora Ta Gora cuando ejerece de disc-jockey, en la discoteca La Boite de Madrid:
De: jxxxxxxxxn@yahoo.com

Tu lo has querido. Dos insultos directos, hacerme de menos e insultar a los q no somos snobs, tenemos humor y follamos bien, no como tú. A cambio….pues unos puñetazos….pq se puede ser marika y fascista, si, tu , y se puede ser hetero-borroka como yo. Y hetero y bestia, lo típico ya sabes, y estaba en ese espectáculo en el q me reí durante dos horas, tanto con las fellini como con los pinchas. Y T PROMETO UNOS PUÑETAZOS…. A ver si no dejan marca para q no puedas denunciar…..Piensa q cuando sepa dnd vives o dnd curras... voy a aparecer en cualquier esquina… y... pum....

Ah, y ya q no t he denunciado yo, todavía, si vas a denunciar tú, q sea por amenazas de unos puñetazos….hasta q saltes otro escalón, y aquí t queda mi nombre y dni:

Jxxxxx Cxxxxx Bxxxx Gxxxx
XXXXXXX
El incidente ocurrió hace casi un año, así que supongo que a estas alturas a JC ya se le habrán enfriado los ánimos. ¿O no? Algunos se quejan de que sus querellas contra la Conferencia Episcopal por decir que el matrimonio entre gays es "un mal moral" no prosperan. ¿Qué les parece lo mío? ¿Me van a defender los abogados de la Cogam? ¿Lo hará el Ayuntamiento de Madrid en virtud del convenio firmado hace pocas semanas con las organizaciones gays madrileñas para la protección del colectivo LGTB contra los abusos y la discriminación? I don't think so.

Todo esto viene, cómo no, a cuento de la que se ha armado tras el penúltimo patinazo de la revista Zero y esas fotos que ni los más feroces proetarras se habrían atrevido a pegar en ninguna localidad vasca. He visto pintadas y carteles insultantes, pero como los de la película Clandestinos, jamás. Como lo de hoy va de recortes, les remito a lo que escribí el 9 de noviembre de 2007 tras el visionado del filme en el Festival de Cine LGTB de Madrid:
Permítanme un ejemplo: que un patán haga una película pésima, Clandestinos, en la que se banaliza el terrorismo de ETA, es algo que pertenece al ámbito de la libertad de expresión. Pero que la Fundación Triángulo exhiba la cinta en su Festival de Cine Lésbico y Gai por el simple hecho de que el protagonista se convierte en kaleborrokero después de acostarse con un etarra es una salvajada (será que, como en Texas, everything is bigger in Euskadi).

Peor que el mal gusto de los programadores del certamen fue la reacción de parte del público: sonoros aplausos cuando, al grito de "Gora ETA" o algo así un morito acciona el detonador de una bomba puesta a los pies de la bandera de España que ondea en los Jardines del Descubrimiento de Madrid (...) El tiro que una miembro del comando Madrid descerraja al guardia civil también contó con la aprobación de parte de la audiencia. Supongo que para ellos el único picoleto que se salva es el torturador Enrique Dorado Villalobos. Más de una mariprogre, descerebrada a golpe de piercing, popper y ketamina, pasaría sus noches soñando con cal viva.
Lo peor de todo es que la película no es proetarra ni de lejos (lo de cierto sector del respetable, encantado de que bombardeen banderas de España y de que disparen a un guardia civil, es otra historia), sino simplemente una bazofia tan mal hecha que sus productores, subvencionados por la Junta de Andalucía y la Comunidad de Castilla-La Mancha, y algunos majaderos de Zero (Too much sensationalism killed the cat, como dice el refrán), son capaces de cualquier cosa con tal de levantar la tirada del magazine. Presumo que el marco artístico de las fotos les salvará del querellazo, así que no creo que tengan ningún motivo de queja si mañana a algún gracioso se le ocurre organizar un concurso de afiches artísticos representando a Pedro Zerolo colgado de una grúa en las cercanías de Persépolis. Los que no jugamos con esas cosas sí que protestaríamos, y mucho, pero ¿ustedes? Puestos a banalizar el mal, ¿dónde está el límite?

Aunque para melones, los de David Torres, cerebro gris de Al filo de lo imposible y chico de oro de Pedro J., en su blog de Hotel Kafka. Ni más ni menos que los Sres. Adolfo Hitler y Haj Amín al Huseini, Gran MuftÍ de Jerusalén, departiendo amigablemente mientras planeaban la mejor manera de librarse de los molestos judíos. La foto que reproduce no tiene precio, así que pasen y vean. Alguna dirá que cosas así son una incitación al racismo y que la mejor forma de lidiar con personas de culturas diferentes es la pedagogía. Que vayan y se lo digan a los gays holandeses, que se gastaron un montón de dinero en dialogar con los islamistas y han acabado recibiendo consejos del alcalde socialista de Ámsterdam de este cariz: deberían evitar ciertas zonas de la ciudad, para no crear conflictos. Vamos, la versión tulipán del Con Rosas Blancas a la ETA de la Bardem y asociadas. O como el numerito de Ruiz Gallardón el otro día en la Casa Árabe, animando a la comunidad musulmana matritense a profundizar en sus raíces. Yo les habría sugerido que no cavasen muy hondo, no vaya a ser que se aficionen a hacer agujeritos, tirar a alguien dentro y luego cubrirlo con piedras, como hacen sus primos del Middle East.

En estos casos, lo mejor es agenciarse una buena novela negra, de esas que enseñan boxeo o artes marciales. Por ejemplo, El gran silencio, un "cortés puñetazo al hígado", según reza la dedicatoria que me escribió David (ya les dije que el chico no tenía desperdicio). Un boxeador retirado, una bailarina rubia, un enano coleccionista de animales exóticos y un bailaor flamenco cojo... Sexo y violencia en los bajos fondos de Madrid (no es la calle Génova, malpensados):
Chamaco ya estaba en decadencia, pero seguía siendo un boxeador rocoso que se agazapaba entre las cuerdas y pega con toda el alma. Me derrumbó tres veces a lo largo de los doce asaltos, pero no me rendí. Ése fue precisamente el problema: que no me rendí. Un cronista deportivo escribió que aquella pelea no fue un combate de boxeo, fue Numancia, y ya sabe todo el mundo cómo acabó Numancia y de qué les valieron a los numantinos tantos cojones.... Mariconadas, las justas, o sea.
Entre las obras de David también figura una excitante incursión por el mundo Brokeback Mountain, aunque de eso les hablaré otro día. Por ahora les dejo con la última novedad de otra de mis webs literarias favoritas: Proyecto Seléucida, que este semana ha publicado una serie dedicada a la obra del periodista ruso Vitali Shentalinski sobre las purgas de escritores en la URSS, que como todos –menos Llamazares– sabemos comenzaron mucho antes de los años 30. Como ejemplo, este dictamen de la KGB sobre una novela cyborg de Mijaíl Bulgákov:
Informe secreto de la sección secreta de la OGPU. Número 110.
El 7 de marzo de 1925 asistí a un sábado literario en casa de E.F. Nikítina (calle Gazetni, número 3, apart. 7, tel. 2-14-16).
Bulgákov ha leído su última novela. Argumento: un profesor extrae el cerebro y los órganos genitales a un cadáver y los transplanta a un perro, produciéndose, en consecuencia, la "humanización" del animal.
Toda la novela está escrita en un tono hostil y respira un desprecio infinito hacia el régimen soviético.
Lo dicho, el mal existe. No hay que hurgar mucho ni bucear en la historia para encontrarlo. Si al menos algunos se lo tomaran en serio...


Enquire within: chuecadilly@yahoo.es

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Juan Carlos Girauta, Como convertirse en un icono progre

lunes 31 de marzo de 2008
NUEVO LIBRO DE PABLO MOLINA
Cómo convertirse en un icono progre
Por Juan Carlos Girauta
La caída del muro de Berlín debió simbolizar y comportar una caída, la del monstruoso sistema de ideas que durante décadas había inoculado en el pensamiento occidental virus totalitarios incompatibles con algunos valores definitorios de nuestro sistema, valores que se resumen en uno: la libertad. En concreto, la libertad de pensamiento, de opinión, de expresión.
Siendo cierto que, a finales del siglo XX, eso que genéricamente llamamos democracia liberal ganó la guerra fría y la de los valores, y siendo más cierto aún que los liberticidas de izquierdas se vieron obligados a renovar precipitadamente sus ropajes ideológicos y su arsenal argumental, las lamentables secuelas de la contienda no lo son menos.

El paisaje después de la batalla –de las muchas y largas batallas– es engañoso. Habitamos países opulentos bendecidos por el intercambio y, en general, es indudable el respeto en Occidente a los derechos y libertades tradicionales defendidos por el liberalismo. Sin embargo, los que perdieron han conservado una sensación de superioridad moral absolutamente injustificada. Y la mayoría de los que ganaron se lo han permitido por aquiescencia, silencio, estúpida conformidad con el error y con el horror. Es un hecho indubitado y lamentable que una izquierda aquejada de tics totalitarios ha mantenido la primacía en el espacio discursivo público. Una primacía que arroja violentamente al infierno del desprecio y el ostracismo a aquellas voces que se permiten analizar, glosar o recrear los asuntos públicos sin acatar los postulados del mal llamado "progresismo", que es en realidad recalcitrante reacción travestida.

Pablo Molina es una de esas voces detestadas por los hegemónicos, lo que dice mucho en su favor. Paralelamente, se ha ganado por derecho propio la atención y el respeto de una audiencia que para sí quisieran muchos de los profesionales de la ortodoxia progre. He coincidido felizmente con él en ese prodigioso proyecto virtual llamado Libertad Digital; como él, escribo en el diario de los liberales columnas de opinión para un público cuya magnitud desconcierta, irrita y solivianta a los guardianes del pensamiento; como él, y como el resto de compañeros de andanzas digitales, he sufrido el etiquetaje implacable de los maniqueos; como él, padezco y disfruto de todo ello desde fuera de Madrid, la tierra de los libres en este principio de siglo XXI. Si la omnipresencia del discurso progre puede resultar asfixiante en cualquier caso, enfrentarse a ella desde la periferia es, se lo aseguro, toda una experiencia.

Tanta coincidencia explica por qué sigo con fidelidad inquebrantable todo lo que escribe Pablo Molina. Pero hay una razón mucho más importante: el inmenso placer de leerlo, la constatación de que ahí hay un autor capaz de combinar la energía del combatiente ideológico, la eficacia expositiva y el más extraordinario sentido del humor. Y cada uno de estos raros atributos merece que fijemos nuestra atención.

En lo ideológico, Molina ha comprendido perfectamente, desde el principio y con todas sus consecuencias, algo que escapa a la mayoría de opinadores españoles que se sienten liberal-conservadores: aceptar de forma liminar las categorías que presiden la visión progre del mundo, aunque sea para discrepar, ya significa haber perdido.

En algún momento, que coincide cronológicamente con el felipismo, la gran masa social que en España favorece a la izquierda dejó de considerar necesario dotarse de ideas y comprendió que resultaba mucho más cómodo guiarse por una fácil intuición. Bastaba con tener identificado a un enemigo con el que hay que ser implacable en cualquier caso y bajo cualquier circunstancia; el enemigo es el capitalismo (del que disfrutan), los Estados Unidos (cuya salvaguarda mundial de las libertades les protege), la globalización (que no logran definir), Israel (país del que nada saben), la Iglesia (que reza por ellos), la llamada derecha española (que tantas ventajas les ha dado). Bastaba con sumarse ciega y acríticamente a las causas con las que la descolocada izquierda ha sustituido sus nocivas propuestas de antaño: el calentamiento global, la multiculturalidad, la "España plural", los papeles para todos, el matrimonio homosexual, la canonización del terrorismo palestino, la beatificación de la delincuencia okupa y la justificación de la yihad. La lista, por supuesto, no es exhaustiva. Lo relevante, como traté de explicar en La eclosión liberal, es que las ideas se han sustituido por prejuicios, con lo que el progre evita la discusión cabal, que siempre exige un esfuerzo de formación e información, y recurre sistemáticamente al etiquetaje del contrario, trocado en apestado, en no-persona, en cosa despreciable.

Sabe Pablo Molina, y lo ha demostrado con creces en centenares de artículos y en su imprescindible libro La dictadura progre, que es inútil empezar a hablar –o a escribir– con los pies puestos en ese terreno. Comprende que cualquier articulación de ideas que admita la aberrante superioridad de ese pastiche analfabeto de chantajistas morales y autores ajenos a la izquierda son capaces de empezar a construir sus modelos, hipótesis, análisis o comentarios desde fuera del reino del prejuicio. Lo normal es admitir preventivamente alguno de los espantajos progres, a modo de salvoconducto que les exima del temido estigma (extrema derecha, derecha extrema, facha o casposo son algunas de las modalidades del etiquetaje), para establecer a continuación una serie de adversativas; sin embargo..., a pesar de lo cual..., lo que no es óbice para..., etc.

Hace falta mucha energía para arremangarse y levantar un montón de columnas de opinión, para poner en marcha una carrera de escritor, para forjarse un prestigio como analista... apuntando desde el principio contra los prejuicios hegemónicos, señalarlos insistentemente con el dedo, ponerlos en evidencia, llamarlos por su nombre, mantener sobre ellos el foco de la lucidez y demolerlos sin abandonar la cuchufleta. Y eso es justamente lo que Pablo Molina hace.

Del segundo atributo a destacar, la tremenda eficacia expositiva, está el lector a punto de saber de primera mano en este libro, y sería superfluo que el prologuista se extendiera en ella. Me limitaré a consignar la importancia que autores como Pablo Molina tienen en el contexto de la sociedad abierta y transparente del conocimiento y la inmediatez. Media España es ajena al sistema de prejuicios progres, por mucho que los medios de comunicación se resistan a reflejar equilibradamente esa realidad. Sin internet, el panorama sería pavoroso. Pablo Molina ocupa un destacadísimo lugar entre aquellos que articulan, estructuran y formulan las posiciones ideológicas de esa parte de España. Es uno de los que le da voz y altavoz. En sus escritos encontramos confirmación, a menudo consuelo y reparación, y siempre jocosa lucidez. Lo que nos conduce al tercer atributo.

Nuestro autor, no contento con librar la batalla ideológica desde la posición más difícil, y con ofrecer un torrente generoso de argumentos que son inmediatamente esgrimidos por los lectores en sus personales contiendas, ha optado por dotar a sus escritos de mofa, befa, chanza, refocile burlesco, pirueta guasona y zumba de nivel. Un ejercicio de riesgo al alcance de pocos, del que sale mejor que bien parado. Sale más contento que unas Pascuas, y con él el lector, que encuentra un regalo adicional en su lectura. Parte Molina del columnismo alegre, de una tradición a la que, por edad, habrá alcanzado en el último Campmany y en el Ussía de siempre. Hay un yacimiento impagable, muy difícil de practicar, en ese periodismo político de altura y carcajada. También en eso, Molina es una mina. Que lo disfruten.


NOTA: Este texto es el prólogo que ha escrito JUAN CARLOS GIRAUTA para CÓMO CONVERTIRSE EN UN ICONO PROGRE, el más reciente libro de PABLO MOLINA, que acaba de publicar la editorial Libros Libres y que ya figura en el catálogo del club Criteria.

Pinche aquí para ver el original vídeo de promoción de CÓMO CONVERTIRSE... que ha confeccionado la editorial.
http://findesemana.libertaddigital.com/articulo.php/1276234471

Pablo Sebastian, Arriba el telon del PP

lunes 31 de marzo de 2008
Arriba el telón del PP
Pablo Sebastián
Algunos políticos, como Mariano Rajoy, creen que son los dueños de todo cuanto les rodea y, en este caso, del Partido Popular. Y para colmo de su desvarío proclama, como si de una virtud se tratara, su plena independencia declarándose ajeno a cuanto le rodea. Pero ¿de quién es independiente Rajoy? El presidente del PP está conduciendo el partido y su derrota como si fuera el ganador de las elecciones, y aparenta que no debe responder ante nadie del fracaso —que ya es el segundo—, aprovechando la generosidad y la cortesía de sus compañeros del partido, que no han querido —en una primera instancia— hacer leña del árbol caído. Y, abusando de todo ello y de su posición orgánica en el PP, Rajoy ha conducido la obligada renovación de cargos públicos e institucionales del PP con modales y una parsimonia impropios de un demócrata y de un político responsable.
Este rey palomo del “yo me lo guiso y yo me lo como” que es Rajoy no está para dar lecciones a sus militantes, ni más disgustos y desaires de los que les ha proporcionado a lo largo de los pasados cuatros años. Aunque sólo fuera por haber defraudado las expectativas y esperanzas depositadas en él, por dos veces. Ni tampoco puede mofarse u olvidar a sus votantes, ni despreciar a los medios de comunicación que ejercen su trabajo. Y además tiene una responsabilidad ante el conjunto de la sociedad española, que no sale de su asombro por el absentismo del líder del PP, que además también es el líder de la oposición de un partido que, como todos, recibe —al margen de las cuotas de sus militantes— la subvención del Estado, que pagan todos los españoles. Entonces, ¿de quién es independiente Rajoy?
Han pasado veintidós días desde la derrota electoral del PP y este partido, que preside un calzonazos, ambicioso y derrotado, deambula a la deriva a la espera de que el líder levante el telón de sus cargos públicos, a tan sólo unas horas de que se inicie el curso político, dando prueba, la enésima, de su habilidad para dejar que se pudran y envenenen los problemas internos de un partido que cada vez se parece más a una olla a presión que, tarde o temprano, acabará por estallar, una vez que militantes y votantes saben, de sobra, que en el PP hay media docena de políticos (Rato, Gallardón, Camps, Pizarro, Aguirre y Aznar) que podrían obtener en las elecciones mejores resultados que Rajoy y ejercer la oposición con más habilidad y mejores equipos.
Naturalmente, el espectáculo de Rajoy existe y continúa porque todavía se lo consienten. Y si, como pretende el de Pontevedra, el congreso del PP le otorga la tercera oportunidad, entonces habrá que concluir que estamos ante un suicidio colectivo del segundo gran partido nacional, al estilo de esas enloquecidas sectas americanas que se sacrifican porque consideran llegado el día del juicio final. Y entonces se podrá decir, sin exagerar, que el PP se ha ganado a pulso la derrota y recibió, de los ciudadanos, el duro castigo que se merece.
Ya dan igual los nombres que Rajoy decida, con su dedo autocrático —como si fuera Aznar, que tampoco lo es—, para coordinar o liderar a su partido en las Cámaras durante la próxima legislatura. Eso es lo de menos, porque lo importante es el espectáculo de incapacidad política que ha vuelto a dar, en estos días, el primer dirigente del PP, sin saber qué hacer ni cómo hacerlo. Porque el actual problema del PP no es de equipos –ése lo fue en la anterior legislatura, precisamente por culpa de Rajoy—, sino de liderazgo. Y da igual la lista de los escogidos porque, si queda algo de sensatez y de ambición en el PP, todos los cargos serán interinos hasta la llegada del nuevo líder, en el congreso del partido del mes de junio, quien, como es lógico, llegará con su nuevo equipo. Entonces, a cuento de qué tanto misterio y dejadez. Pero ¿de verdad se cree Rajoy que va a seguir de presidente y que es el propietario del PP? Pues parece ser que sí, hasta que alguien dé un paso al frente, diga la verdad del gran fracaso electoral y despierte al partido con un jarro de agua helada, que los saque de ese mal sueño que algunos pretenden que continúe, en su exclusivo provecho personal.

http://www.estrelladigital.es/diario/articulo.asp?sec=opi&fech=31/03/2008&name=manantial

Hermann Tertsch, La "Fitna" de España

lunes 31 de marzo de 2008
La «Fitna» de España

POR HERMANN TERTSCH
El método ha creado escuela. También entre sus víctimas que, por cierto, comenzamos a ser todos. Sólo se trata de combinar bien las dosis de miedo real y tolerancia fingida. Supone la perfecta inversión de todos los principios de la ilustración, de la inteligencia y de la libertad. Pero sus adeptos son multitud y reinan en tantos Gobiernos democráticos como en regímenes totalitarios, en el poder y en la oposición, en los ministerios y en las redacciones, en tertulias y en la Universidad. Es la corrección política. El término en sí debiera provocar espanto a los espíritus algo libres. Quizás lo provoque en muchos. Pero el miedo siempre es un poco mayor. Suficiente al menos para que el espanto o la indignación no se manifiesten. Y para que, si lo hace, sea reprimido con virulencia por un coro de voces que exigen corrección. O represalias. Sucede todos los días pero hay veces en que el coro de la armonía -que no es sino jauría contra el discrepante- tiene éxitos que hielan la sangre y deberían advertirnos sobre las amenazas que se ciernen sobre nuestras libertades sin que la mayoría de la sociedad siquiera lo intuya. El fenómeno es internacional sin duda. Pero en la España del Míster Z reafirmado y la oposición ilocalizable amenaza con convertirse en el auténtico «tsunami» que legitime la picota, la ruina, la cárcel o la hoguera para todo el que no comulgue con ruedas de molino.
Pocos españoles parecen haberse sentido irritados por el hecho de que las amenazas de muerte masivas sobre un servidor de Internet hayan obligado a los responsables del mismo a retirar de su oferta e impedir la difusión de un documental que, bajo el título de «Fitna» ha producido un parlamentario holandés, Geert Wilders, con objeto de alarmar sobre los peligros que, en su opinión y en la de muchos, supone el islamismo militante para nuestras sociedades libres. El documental Fitna (en árabe significa conflicto, guerra civil o tribulación) se limita a reproducir filmaciones y noticias todas reales, ninguna cuestionada, de actos terroristas, manifestaciones amenazantes y actos religiosos doctrinarios islamistas, intercalados con «suras», capítulos del Corán en los que se llama a la lucha implacable contra quienes no se plieguen a la voluntad de Alá. No crean ustedes que el parlamentario conservador y liberal -al que por supuesto se difama como ultraderechista desde todas las esquinas de la corrección política- se ha permitido la libertad de manipular imágenes como hace la cadena SER en su web. Wilders se ha limitado al cortar y pegar. El resultado es tan demoledor como ilustrativo. Pues al parecer es intolerable que alguien ponga juntas imágenes reales de islamistas amenazando a Occidente y matando a occidentales. La ONU, -insólita premura de este órgano marchito-, la UE -que no tiene otra cosa que hacer- y todo el coro de la corrección, la jauría retórica, se lanzaron sobre el parlamentario y el documental para dar la razón a la jauría armada que amenazaba con tanta efectividad a los trabajadores del servidor Life Leak que horas más tarde el documental desaparecía de la red. «El precio era demasiado alto». Así concluía el mensaje en el que la aterrada dirección del servidor explicaba que las amenazas de muerte les impedían defender la libertad de expresión.
El método funciona. También aquí. Sin llevarlo a extremos. Basta con la amenaza de liquidación social o laboral para imponer la idea de que mansos, dóciles y dependientes viven mejor y más seguros que quienes tienen criterio. La difamación del discrepante, comenzando con la oposición parlamentaria, ha tenido tanto éxito en la pasada legislatura que ya son legión los que sufren este especial síndrome de Estocolmo que les hace buscar, encontrar y adoptar las razones de quienes han querido destruirlos.

http://www.abc.es/20080331/opinion-firmas/fitna-espana_200803310313.html

Carrascal, Obama, Bush y Zapatero

lunes 31 de marzo de 2008
Obama, Bush y Zapatero

POR JOSÉ MARÍA CARRASCAL
LA publicidad socialista, siempre muy superior a la del PP, ha lanzado el eslogan de «Zapatero, el Obama blanco» para aprovechar el tirón de éste. Imagino que de ir Hillary por delante en las encuestas, le buscarían semejanzas con ella. En cualquier caso, el símil con Obama no puede estar más lejos de la realidad. A día de hoy, Obama y Zapatero se parecen lo que un huevo a una castaña, y dejo a su gusto elegir quién es el huevo y quién la castaña. El mensaje de Obama es unir a todos los norteamericanos para solucionar los grandes problemas de su país, y nunca se le ocurriría firmar un pacto con quienes no quieren pertenecer al mismo para aislar al otro gran partido nacional. Al revés, busca el encuentro con él y no ha tenido inconveniente en alabar a Reagan. ¿Se imaginan ustedes a Zapatero alabando a Aznar?
A quien realmente se parece Zapatero es a Bush. Ya sé que tal afirmación hará alzarse algunas cejas hasta formar el famoso acento circunflejo, pero antes de escandalizarse, escuchen lo siguiente: ambos son, políticamente hablando, extremistas. Bush es un radical de derechas, cosa que no niega, Zapatero, uno de izquierdas, cosa que niega, pero que sus hechos -desde el desenterrar los muertos de la guerra civil a su antinorteamericanismo visceral- avalan.
La tendencia a confundir deseos con realidades es otro de los rasgos que comparten. Bush se empeñó en que la forma de acabar con el terrorismo islámico era invadir Irak, y sigue sosteniéndolo sin importarle que ese terrorismo se haya hecho endémico en aquel país. Por su parte, Zapatero se empeñó en que la paz del País Vasco se conseguiría negociando con ETA, y sólo cuando ésta le puso unos cuantos muertos sobre la mesa se cayó del guindo. Aún así, sigue sin decir que no volverá a negociar con ella. Puede que se deba a que ambos se sienten investidos de una misión histórica. Bush se ve como el hombre destinado a llevar la democracia al mundo musulmán y no ha ahorrado vidas ni dinero para conseguirlo. Mientras Zapatero parece sentirse llamado a impedir que la derecha, causante según él de todos los males de nuestro país, vuelva a gobernar. Sólo así logrará la refundación de España sobre bases más sólidas. Lo paradójico es que, para conseguirlo, se alía con los que quieren trocearla.
Como consecuencia, Bush se ha convertido en «the great divider», como le ha llamando el New York Times, en el gran separador del pueblo norteamericano. Mientras Obama emerge como el gran unificador, lo que es la principal razón del sorprendente éxito que tiene entre sus conciudadanos. En cualquier caso, entre él y Zapatero, otro «great divider» durante su primer mandato, no existe la más mínima semejanza. Otra cosa es que decida cambiar en el segundo, como insinúa. Lo veremos el día 9, en su discurso de investidura. Aunque, como Santo Tomás, tendremos no sólo que verlo, sino también que palparlo para creerlo.


http://www.abc.es/20080331/opinion-firmas/obama-bush-zapatero_200803310317.html

Tomas Cuesta, ¿Quien juzgará a los jueces?

lunes 31 de marzo de 2008
¿Quién juzgará a los jueces?

POR TOMÁS CUESTA
EL añorado Joan Perucho, que, a fuer de gran bibliófilo, tenía una vertiente supersticiosa y maniática (lo cual no es un reproche, por supuesto, en peores manías hemos hecho guardia), aseguraba que los libros no se encuentran, te encuentran, y hay que merecerlos más que desearlos. Lo decía en voz baja, casi secreteando, como si no quisiera despertar a esos espíritus, fatigados de siglos, que atesoraba en su despacho. «O sea -apostillaba el visitante-, que está usted convencido de que el azar es sabio». Y, posando los ojos en «L´Encyclopédie», que había completado tras mil y un avatares, zanjaba la cuestión con un quite ilustrado: «Dios, estimado amigo, nunca juega a los dados».
La imagen de Perucho aquel atardecer asmático (en Barcelona a los crepúsculos siempre les falta aire) reaparece al cabo de los años cuando, por un antojo del azar, o por un golpe de fortuna al arrojar los dados, tenemos un encuentro que nos ventila el ánima. O una cita a ciegas, pues de citar se trata. El caso es que vagando al buen tuntún por la biografía de Maimónides (para coger el sueño, más que nada) nos asalta la liebre de una sentencia del Talmud que se ajusta al milímetro a la situación de España: «¡Ay de la generación -se lamenta el rabino- cuyos jueces merecen ser juzgados!».
Hace precisamente una generación, o sea, cuatro lustros mal contados, Pedro Pacheco, alcalde de Jerez (tan andaluz como Maimónides, aunque menos volcado al pensamiento abstracto), vino a decir lo mismo, pero sin alharacas y en cristiano: «La Justicia es un cachondeo», largó, sin más preámbulos. Y no acabó en el trullo de milagro. La sentencia del tiempo, sin embargo, ha acabado fallando a su favor con todos los pronunciamientos favorables. Porque el señor Pacheco, si es que pecó de algo, no fue de irreverente, sino de timorato. La Justicia, como se ha archidemostrado, ha rebasado ampliamente el cachondeo para instalarse en los terrenos del desmadre. Sólo la Ley de Murphy se cumple a rajatabla: «Cualquier asunto que pueda empeorar, inexorablemente termina empeorando».
Detrás de la tragedia de la niña de Huelva, que es la gota de sangre que ha colmado el vaso, está la perversión de un entramado judicial -pues del sistema no quedan ni la raspas- que garantiza únicamente privilegios de casta. A día de hoy, los intereses de los jueces tienen prioridad sobre los de los ciudadanos. O eso es lo que percibe, cuando menos, la gente del común, la que no tiene aldabas, ni timbre que apretar, ni chucho que le ladre. La Justicia no es ciega; cegata, un rato largo. En cuanto a la balanza, hay razones de peso para intuir que está trucada. Y la espada, por último, es tan de doble filo que, o ni pincha ni corta, o corta un pelo en el aire.
Si los noventayochistas estaban empeñados en cerrar el sepulcro donde reposa Mio Cid con una combinación de siete llaves, el sesentayochista Alfonso Guerra enterró a Montesquieu en un ataúd de plomo y con «l´esprit des lois» a guisa de sudario. Ahí empezó la huida hacia delante que el señor Zapatero pretende consumar en su nuevo mandato. Para lograr imponer un nuevo régimen en el que todo esté atado y bien atado, el poder judicial ha de encontrarse sometido a la voluntad del partido gobernante. La ruta hacia el futuro pasa forzosamente por el peaje establecido ante los tribunales. Lo mismo da que sea una autopista, o una trocha de cabras o un descarado atajo, porque sus señorías, con la venia, son los que ponen trabas o franquean el paso.
«¡Ay de la generación -insiste el talmudista- cuyos jueces merecen ser juzgados!». Los judíos, no obstante, aún pueden confiar en que Yahvé solventará los expedientes de un plumazo. Los del Constitucional, los del Supremo y hasta los de primera instancia. ¿Quién juzgará a los jueces en España? Peliaguda cuestión, tal y como anda el patio. Mas, de un modo u otro, habrá que sofocar las llamaradas del escándalo y castigar a los culpables con penas ejemplares. Podrían obligarles, por ejemplo, a presentarse en el juzgado cada dos semanas. O una vez al mes, tampoco hay que pasarse.

http://www.abc.es/20080331/opinion-firmas/quien-juzgara-jueces_200803310312.html

Manuel de Prada, La verdad mas incomoda

lunes 31 de marzo de 2008
La verdad más incómoda

POR JUAN MANUEL DE PRADA
«UN clamor se ha oído en Ramá, mucho llanto y lamento: es Raquel que llora a sus hijos y no quiere consolarse, porque ya no existen». Las lágrimas de Raquel colmarían hoy un océano: la profecía de Jeremías evocada por el evangelista se ha hecho hoy realidad abismal y abrumadora. Herodes mataba niños arrastrado por un rapto repentino de cólera; hoy los masacramos con quirúrgica e industrial eficiencia. Los matamos por cientos, por miles, por millones, en una guerra declarada y sistemática a la infancia sin precedentes en la historia humana; los matamos, además, invocando sarcásticamente un sedicente «derecho a decidir». ¿A decidir sobre qué? Un niño gestante no es una verruga o un padrastro que podamos extirpar discrecionalmente; un niño gestante tiene un derecho inalienable a la vida que nadie puede arrogarse, ni siquiera la madre en cuyo seno se aloja. No es este un derecho que se derive de tales o cuales creencias religiosas; es un derecho primario que nace de la solidaridad natural de la especie humana. Cuando ese derecho deja de ser reconocido, podemos afirmar sin hipérbole que nuestra especie ha dejado de ser humana.
Ocurre, paradójicamente, que este derecho primordial es conculcado cuando más se habla de los «derechos de los niños». Ocurre -y aquí la paradoja adquiere dimensiones sobrecogedoras- que quienes más se llenan la boca invocando ad nauseam tales derechos son los mismos que amparan, legitiman y sufragan este crimen contra la infancia. Esta paradoja nos confronta con una enfermedad del espíritu que tiene su raíz en aquel ofuscamiento de la conciencia moral, muy propio de nuestra época, que ya denunciara Isaías: «¡Ay de los que a lo malo llaman bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo!». Un ofuscamiento de la conciencia moral que empieza en la desnaturalización de las palabras, para terminar en la desnaturalización del alma: cuando el crimen del aborto es transmutado en un sedicente «derecho a decidir» para anteponer un interés personal sobre un derecho primario e inalienable, cuando se hace un mal para lograr un bien egoísta, se acaba pagando una factura costosísima.
Chesterton nos lo recuerda, poniendo como ejemplo a Macbeth, que pensó que asesinando al durmiente Duncan ya no hallaría obstáculo alguno que le permitiera ceñirse la corona de Escocia. Sin embargo, las consecuencias de ese crimen acabarían siendo insoportables. Chesterton nos enseña que la vida humana es una unidad; y que el ser humano acaba pagando siempre por las consecuencias de sus actos. No se puede hacer una locura con la idea de alcanzar la cordura; haciendo un mal, el hombre nunca podrá alcanzar un bien. El aborto se presenta con frecuencia como un mal necesario previo a la consecución de un bien, para enmascarar su naturaleza abominable; pero el mal que cometemos corrompe irrevocablemente nuestra humanidad, nos convierte ya para siempre en alimañas alumbradas por un fuego demoníaco, adoradores de Moloch y Baal, en cuyas aras entregamos en holocausto a nuestros hijos.
En esta fiesta de la Encarnación recordamos que Jesús fue niño y se gestó en el vientre de una mujer; y, a la vez, recordamos a todos los niños que son arrebatados del vientre de su madre. Ese Niño encarnado se convierte así en protector de todos los niños que nunca respirarán y en piedra de escándalo para todos aquellos que amparan, legitiman y sufragan el aborto, también para quienes tácitamente lo consienten y con cobardía o indiferencia vuelven la espalda ante el crimen más alevoso de cuantos puedan imaginarse. A esos niños que son devorados por el Dragón del Apocalipsis quiero dedicar estos hermosos versos de Chesterton -y pido excusas por la pálida traducción, que improviso sobre la marcha-, extraídos de su poema «Por el niño nonato», que sirve de frontispicio a su libro The Wild Knight: «Yo creo que si ellos me dejaran salir/ y adentrarme en el mundo y levantarme/ sería bueno durante todos los días/ que pasase en la tierra de la fantasía.// Ellos no oirían una palabra de egoísmo/ o desdén salida de mis labios./ Si tan sólo pudiera encontrar la puerta,/ si tan sólo pudiera nacer...». Si tan sólo los dejáramos nacer, el mundo se habría salvado.

www.juanmanueldeprada.com

http://www.abc.es/20080331/opinion-firmas/verdad-incomoda_200803310317.html

viernes, marzo 28, 2008

Paulo Coelho, Leyendas del desierto

viernes 28 de marzo de 2008
Leyendas del desierto

Conocí a Yasser Hareb durante un encuentro en París. Conversamos mucho sobre el último puente que permanece intacto en un mundo cada vez más dividido: la cultura. A pesar de todo lo que estamos presenciando, aún existen valores comunes, y eso puede ayudarnos a comprender a nuestro prójimo. Le pedí a Yasser que escribiese algunas historias de su tierra, que transcribo (resumidas) a continuación: ¿Por qué lloras? Un hombre llamó a la puerta del amigo para pedirle un favor: –Necesito que me prestes cuatro mil dinares para pagar una deuda que tengo. ¿Podrías hacerlo? El amigo le pidió a su mujer que reuniese todo lo que tenían, pero ni siquiera con esto fue suficiente. Hubo que salir a la calle y pedirles dinero a los vecinos, hasta alcanzar la cantidad requerida. Cuando el hombre se marchó, la mujer se dio cuenta de que su marido estaba llorando. –¿Por qué estás triste? ¿Porque tienes miedo de que, ahora que nos hemos endeudado, no consigamos pagar lo que debemos...? –No, no es por eso. Lloro porque el que nos acaba de visitar es un amigo al que quiero mucho y, a pesar de eso, yo no sabía nada de su situación. Sólo me acordé de él cuando se vio obligado a llamar a mi puerta para pedirme dinero prestado. El código del hospedaje Dos hombres estaban cruzando el desierto cuando avistaron la tienda de un beduino y se aproximaron para pedir abrigo. Aunque eran unos desconocidos, fueron recibidos según manda el código de conducta de los nómadas: se sacrificó un camello y se sirvió su carne en una espléndida cena. Al día siguiente, puesto que los huéspedes continuaban allí, el beduino ordenó que se sacrificase otro camello. Los dos hombres, asombrados, dijeron que aún sobraba muchísima carne del día anterior. –Sería vergonzoso ofrecer comida vieja a mis huéspedes –se limitó a responder. Al tercer día, los dos extranjeros despertaron temprano y decidieron continuar su viaje. Como el beduino no estaba en casa, le dieron cien dinares a su mujer, sin dejar de pedir disculpas por no poder esperar, puesto que si se entretuviesen mucho allí, el sol terminaría quemando demasiado. Ya llevaban caminando unas cuatro horas cuando escucharon una voz que los llamaba a sus espaldas. Se dieron la vuelta y vieron que era el beduino, que los venía siguiendo, y en cuanto los alcanzó, arrojó el dinero en el suelo frente a ellos. –¡Con lo bien que yo os recibí! ¿Es que no tenéis vergüenza? Los extranjeros, sorprendidos, dijeron que sin duda los camellos debían de valer mucho más que eso, pero que no tenían mucho dinero. –No me refiero a la cantidad –respondió–. El desierto acoge a los beduinos allá donde vayan, y nunca nos pide nada a cambio. Si tuviéramos que pagar por ello, ¿cómo podríamos vivir? Recibiros en mi tienda es devolver apenas una pequeña parte de lo que la vida nos ha regalado. Generoso a la hora de la muerte Un hombre viajaba de una ciudad a otra cuando supo que se había trabado una sangrienta batalla y que su primo se encontraba entre los soldados heridos. Se apresuró en llegar hasta el lugar para descubrir que su familiar estaba a punto de morir. Echó mano de su cantimplora y le ofreció un poco de agua, pero en ese instante otro herido gimió, y el primo le pidió que le diese de beber al soldado que estaba a su lado. –¡Pero si voy hasta él, es posible que tú no sobrevivas! ¡Tú ya has sido suficientemente generoso durante toda tu vida! Reuniendo sus últimas fuerzas, el herido respondió: –Razón de más para seguir siendo generoso hasta el momento de mi muerte.

http://www.xlsemanal.com/web/firma.php?id_edicion=2947&id_firma=5830

Carlos Herrera, Eurofrikis

viernes 28 de marzo de 2008
`Eurofrikis´

Sólo desde el más infantil de los anarcorrelativismos se entiende que pueda ser elegido para representar a una cadena pública de tevé en un concurso de canción internacional a un humorista histriónico caracterizado de burlador e introducido, para más escarnio, por una cadena televisiva de la competencia con la intención de reventar el invento y cobrar no poca y merecida trascendencia. Mucho se ha especulado y comentado acerca de ello durante estas semanas. Ha sido, casi, una cuestión nacional. Y es que enviar una caricatura a un festival pretendidamente formal es una broma de fin de carrera que puede hacer mucha gracia a los amantes de las provocaciones, pero que suele dar resultados de poca magra: nosotros nos reímos mucho, pero el resto de los europeos nos miran con la misma cara con la que mirarían a un macaco vestido de gitana. Si se trata de eso, bueno, pero si lo que queremos es internacionalizar nuestro proverbial sentido del humor, no parece éste el camino más indicado. El origen de esta corriente que no sólo pasa por España puede estar en que el festival de Eurovisión no parece creérselo nadie: basta ver alguno de los representantes que las televisiones nacionales han enviado o piensan enviar a este certamen otrora fenómeno de masas, hoy fenómeno de frikis, y basta ver el entusiasmo que despiertan éstos entre la mayoría del público. Los irlandeses, los que mayor número de victorias acumulan en la historia del festival, van a enviar a una marioneta que remeda a un pavo y que hace como que canta una canción nacida del cabreo de haber quedado los últimos clasificados en Helsinki el pasado año. No son los únicos: los representantes de Bosnia y Herzegovina vienen con un gallo al que pasean en su performance; los estonios, con un par de tipos con pinta de payasotes profesionales, y los croatas, con una pieza de hip-hop –como sabemos, una de las muestras más fieles de su tradición cultural– interpretada por una especie de Chiquito de la Calzada de allí. Qué dirá José Ramón Pardo, el hombre que, junto con el maestro Uribarri, más sabe de Eurovisión en el mundo. A buen seguro detectó este devenir allá por el 2003, cuando un austríaco de nombre Alf quedó sexto haciendo el burro con gritos y calandracas. Desde entonces, se abrió el telón y ya nadie es capaz de adivinar hacia dónde derivará esta tendencia. Mariló Montero sostiene, por el contrario, que el Festival de Eurovisión es un dinosaurio muerto hace un puñado de años o una momia sostenida por el empecinamiento terapéutico de unas cuantas televisiones públicas. Las nuevas generaciones que lo han heredado, menos mitómanas que las que vivían las votaciones televisivas interminables en las que siempre nos votaba Portugal, consideran que la única manera de revitalizar la momia es reírse de ella, caricaturizarla, reinventarla como si se tratase de un reload cualquiera. Así se envía no a un friki, sino a un actor haciendo de friki, que no es lo mismo. No es igual enviar a Cañita Brava que a un actor haciendo de Cañita Brava. Ya puestos, resultaría mucho más auténtico seleccionar al que, siendo friki, se considera artista que al artista que imita al friki. O crear un Eurovisión de frikis donde todo fuera apuesta clara y directa por el mal gusto, tan fascinante él. Podría estructurarse un eurofestival al que acudieran todas las excelencias del feísmo, los profesionales de la peor expresión artista, los genios del mal. Un festival en el que las canciones compitiesen por ser la peor de la historia. Un concurso con los intérpretes más disparatados y más auténticos del panorama pretenciosamente artístico del país. Un festival con todos los cantantes de cintas de gasolinera de Europa. Eso sí que sería un Eurovisión competitivo. Eso sí que serviría para que se relamiera el anarcorrelativismo español, tan de moda últimamente. Pero no caerá esa breva.

http://www.xlsemanal.com/web/firma.php?id_edicion=2947&id_firma=5811