viernes, febrero 29, 2008

Serafin Fanjul, ¿Quien teme a la integracion?

sabado 1 de marzo de 2008
¿Quién teme a la integración?
UNA vez descartado el racismo científico, precisamente por su carácter acientífico, Marvin Harris describe bien el otro racismo, el folklórico (sic), tan antiguo como la humanidad y de fijo emergente siempre que un grupo endógamo se obstina en mantenerse al margen de la sociedad mayoritaria, empezando por los intercambios matrimoniales sin cortapisas: la automarginación sexual nunca viene sola, de ordinario aparece acompañada de tabúes alimentarios, en la vestimenta o en prejuicios que descienden a lo minucioso o lo cómico, ya se trate de los celos de propietario que no permite a su mujer ser atendida y explorada médicamente por varones, o la ridícula persecución en Arabia Saudí del Día de San Valentín, antesala de corrupciones, siendo -como es- en tal país más milagro que pecado caer en la tentación de la carne. Mientras, los saudíes siguen acudiendo a El Cairo en los estíos para tomar una «esposa de verano», puntualmente repudiada cuando llega septiembre, o recurriendo al nikah al-mut´a («nupcias de placer») que encubren malamente la prostitución. Pero denunciar la hipocresía de la sociedad islámica oficial y dominante no es el objeto de estas líneas.
Hace unos días, Mariano Rajoy ha hecho una propuesta de «Contrato para la integración» de los inmigrantes que, amén de moderado y sensato, puede tomarse como un medio de facilitar la estancia de los forasteros en España y la relación fluida y distendida con nosotros, algo más que deseable. Dejando aparte el obligado rasgar de vestiduras de la autotitulada izquierda ante cualquier medida que proponga el PP en toda sazón y lugar, o los mecanismos, grados y maneras que se arbitrarían para llevarlo a cabo, la cuestión crucial estriba en la acogida que han de dispensarle una parte de los afectados, los inmigrantes, porque -en contra de lo que se ha dicho: «los inmigrantes son los únicos protagonistas»- la otra parte somos nosotros, los españoles, también concernidos en este asunto. Y mucho. Obviamente, la interpretación del PSOE y de su sucedáneo IU acerca de obligar a los recién venidos a profesar de taurófilos, comer pipas o arrancarse por alegrías (ya quisieran), sólo constituye una salida por la tangente para eludir el fondo del problema: algún sector, numeroso, de inmigrantes ni se integra ni alberga la más mínima intención de hacerlo. ¿Pero cuál? Todos sabemos bien -fuera de chuscadas- que Rajoy se refiere a valores, a filosofía de la vida y a disposición a participar, o no, en un proyecto nacional común. Las elucubraciones jocosas ni siquiera denotan falta de ingenio, son mero escapismo de quien se inhibe -y amenaza con perseverar en la actitud, de ganar las elecciones- ante la realidad de gentes que no aprenden español, ni se les da un ardite de nuestra cultura o nuestras preocupaciones colectivas, no más interesados en los aspectos económicos que la permanencia en España les brinda.
El desarrollo de la propuesta ha de mostrar que tan sólo deben inquietarse los recalcitrantes en el desprecio al país que los acoge. Porque los procedentes de áreas culturales próximas (europeos en general), o muy cercanos a nosotros por razones obvias (los iberoamericanos), no tendrán, en el curso de una o dos generaciones a lo sumo, mayores dificultades para formar parte de nuestra sociedad a todos los efectos, aunque conserven los vínculos sentimentales que gusten con su patria de origen. Hasta aquí todo es normal, evidente, casi aburrido mencionarlo: los inmigrantes no componen una masa homogénea y huelga extenderse detallando las diferencias existentes entre un cardiólogo cubano, un electricista lituano y un bracero marroquí. Las necesidades, las expectativas y las posibilidades reales de unos y otros no son culpa de nadie, pero están ante nuestros ojos y fuerza es dar respuestas útiles, no declaraciones ideológicas a base de buenismo políticamente correcto que, a duras penas, encubre el oportunismo de una supuesta izquierda que, despojada de proletariado que llevarse a la boca y a la urna, sueña con utilizar a los inmigrantes a medio plazo como tropa de choque. Recientes acuerdos electorales entre el PSOE y el partido confesional islámico de Melilla apuntan en ese sentido: el partido del lo que sea está dispuesto a lo que sea con tal de arañar un diputado. Esperamos que los melillenses tomen buena nota.
Nunca se repetirá lo suficiente: debemos defender y potenciar los derechos y libertades individuales de los inmigrantes, no los de grupo que se arrogan los cabecillas de comunidades religiosas, en su nombre, con la finalidad patente de mantener en guetos apartados a sus fieles, reproduciendo la compartimentación de segmentos separados y yuxtapuestos -y con frecuencia enfrentados- que caracterizó nuestra Edad Media, eso que llaman «España de las Tres Culturas», «Espíritu de Córdoba», etc. Y que Dios nos libre de tan ultrarreaccionario regreso por el túnel del tiempo. So color de llevar a punta de lanza el multiculturalismo, cuyos orígenes divinos están por probar, en la práctica condenan a la marginación a los inmigrantes de una determinada procedencia (por desgracia, los musulmanes, si bien hinduistas y chinos, pese a su reducido número, parecen traslucir problemas similares). La pretensión, ya anunciada de conseguir un status especial para todos los musulmanes de la Unión Europea como grupo diferenciado y sin visos de integración, choca abiertamente con los principios que informan a la sociedad y la civilización europeas, desde la Filosofía griega y el Derecho romano hasta la Ilustración o la Revolución francesa. E intenta aplastar los derechos civiles y políticos de los musulmanes que, en Europa, se niegan individualmente a ser pastoreados por rabadanes cuya representatividad, por añadidura, es más que dudosa.
Bassam Tibi lo expresa bien: «la cultura política árabe en la que me he criado no conoce ni el concepto de individuo libre ni el de sujeto capaz de un pensamiento autónomo, porque la tradición ilustrada que antiguamente trataron de instaurar los filósofos musulmanes racionalistas del Medioevo (Averroes, Avicena, al-Farabi y otros), como continuación del legado griego, fue un intento frustrado ya desde sus comienzos (...). En mi infancia y como escolar en Damasco, más bien me enseñaron a poner en primer término mi pertenencia al grupo. «Soy árabe musulmán, luego existo». El concepto de individuo en tanto sujeto le es extraño al patrón cultural árabe (...), desde el punto de vista fundamentalista no puede ni debe existir diálogo alguno entre Oriente y Occidente. Tendencias de esta índole se definen como «conspiración occidental» y su finalidad sería adaptar el mundo del Islam al estándar occidental. Cuando un musulmán se convierte en demócrata liberal, para los fundamentalistas deja de ser musulmán».
Cuando el alfaquí al-Wanxarisi (siglos XV-XVI) exhortaba a los residuales musulmanes de España a fugarse al norte de África (muchos lo intentaron y consiguieron: no sólo hubo expulsiones) para no correr el riesgo de perder su fe, estaba manifestando el sentimiento central que anima a su sociedad (umma duna an-nas: una comunidad aparte de las otras gentes), pero imperativos económicos actuales (una comprensible ansia de alcanzar la prosperidad que sólo se halla en el denominado Primer Mundo) impiden poner puertas al campo y conservar a los muslimes en sus países de origen. Sin embargo, los gerifaltes de las comunidades en Europa pretenden mantener a su grey aislada e incontaminada de nuestra impureza, sin entender que hasta Huntington admite que las civilizaciones no tienen límites precisos, ni principio ni fin bien definidos: las culturas de los pueblos se interaccionan y solapan. En qué grado y modalidades es otra cuestión, sin que agitar el espantajo de la asimilación -que nadie busca, al menos a la brava , como en Arabia- sea parte suficiente para privar de razón a la propuesta del PP. Y acusar a éste de xenofobia es tan absurdo como retrucar inculpando a PSOE e IU por partidarios de la ablación, la poligamia, el asesinato de los musulmanes apóstatas, el ahorcamiento de homosexuales o el velo para las niñas de ocho años: ¿o no?
SERAFÍN FANJUL
Catedrático de la UAM

http://www.abc.es/20080301/opinion-la-tercera/quien-teme-integracion_200803010252.html

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