jueves, febrero 28, 2008

Garcia Brera, Congreso de FIJET sobel el Nilo ( y II )

jueves 28 de febrero de 2008
Congreso de FIJET sobre el Nilo (y II)

Miguel Ángel García Brera

T RAS el periplo por Tebas, -tan evocada en aquellos libros que estudiamos en el bachillerato de los años cuarenta, cuando se aprendía historia universal y no la llamada memoria histórica, compendio de localismos partidistas-, el Congreso de FIJET, que había celebrado varias sesiones de trabajo en El Cairo, se trasladó al barco. Viajé en el Nile Sapphire, dotado de camarotes amplios, bien amueblado, con varios salones, terraza con piscina y comedor bien servido, con buffet de calidad. El recorrido de las dos naves en que hubo de dividirse el grupo difícilmente se borrará de la pupila de los viajeros, por mucho tiempo que pase. Las orillas del amplio río, de aguas muy limpias en este viaje –en otros, debo decirlo, no ha sido así- eran postales reales de pátina beige donde se agolpaban los niños que jugaban al marro, o con su balón de trapo, o se tiraban al agua para nadar o lavarse, mientras unos ganaderos limpiaban un buey-búfalo y otros un tiro de caballos, o las mujeres hacían la colada como en una nacimiento navideño. En ligeras embarcaciones, los pescadores se desplazaban, de a dos, para uno ir golpeando las aguas y el otro tendiendo la red donde los asustados peces eran recogidos. Bordeando la orilla verde, apenas una franja delante del desierto, las iglesias y las mezquitas, los edificios árabes y blancos y los de adobe, sencillos, los cañaverales y las palmeras imponentes en todo el recorrido.

Ese crucero por el Nilo sólo puede contarlo un escritor de primera, un Alí Bey, un David Roberts o un Gozenbach, pero, en lo que a mi pequeño aporte se refiere, no he de hurtar la visión espectral de las barquitas de vendedores, pegándose a las amuras, aprovechando las arribadas del barco a cada lugar de atraque. Al obscurecer, arrojaban a los turistas, asomados a la terraza, desde las barcas, sus telas, sus collares, sus mantas y manteletas, sus vestidos. Ni un lanzador de jabalina sería tan preciso para hacerlo, además en vertical, de modo que las mercancías ascendían directamente a las manos de los posibles compradores. Estos iniciaban el regateo y se devolvía la pieza -pidiendo otro color u otra medida, o definitivamente, cuando no había acuerdo- o arrojaban por la borda el dinero convenido, tras muchos regateos, envuelto en un plástico. Los gritos de los mercaderes, enfundados en sus largas túnicas, en equilibrio sobre las frágiles barcas, diciendo “amigo” o “señorita” o, inventando nombres de mujer para dirigirse a cualquiera de las que tuviera un paquete en sus manos, o utilizando el de alguien, cuando lo captaban por haberle llamado algún otro del grupo, y las ofertas de los turistas, las contraofertas, y las distintas conversaciones al mismo tiempo, sostenidas con los viajeros desde media docena de siluetas varadas en las obscuras aguas, son un espectáculo digno del coro de una Opera. Como también lo es, al anochecer ver al barco saltar las esclusas de la presa.

En el recorrido, entre escala y escala, la visita a los templos cercanos, a veces con desplazamientos en calesa, otras en minibús o dando un simple paseo, hay motivo para el comentario, para la breve charla con cuantos se cruzan a tu paso, todos los cuales, sin excepción, te hablan, tras saber que eres español, en una lengua reducida a cuatro frases y media docena de palabras: Hola, hola Coca-Cola; barato más que El Corte Inglés; mirar no comprar; sólo uno uro -no dicen euro-, amigo, Real Madrid, Barcelona, señorita, María, o Aly Babá, si eres varón y luces barba. Aunque la mayor parte querrá venderte algo o que entres en una tienda determinada, también hay guías espontáneos, y simples conversadores que desean trabar una charla, sentirse amigos de alguien que, probablemente, en muchos caos no sea para ellos diferente de lo que fueron, en los siglos XV y XVI, los abuelos españoles de las gentes de Hispanoamérica para su otros abuelos indígenas. Y eso sí, si llevas al lado una mujer, de algún modo querrán tocarla, creo que sin erotismo, sino como se toca una piedra preciosa, y no dejarán de hacerte una oferta de cientos de camellos a cambio de la dama.

Durante las escalas tuvimos ocasión de acercarnos a varios templos cercanos a las orillas. El de Esna, es como un joyero con antigüedad de 3.358 años, y unas columnas, en su sala hipóstila, cuyos capiteles diferentes atrapan la mirada y conmueven el sentimiento en sus expresiones del papiro, la palmera, el loto y la caña. Dedicado a la trinidad egipcia – Khnom, el padre creador y alfarero, la esposa y la hija Anuket y Seshat – no puede dejar de emocionar a quienes nos interesan las coincidencias significativas, sobre todo cuando vienen a confirmar creencias que, con diferencias interesantes, parecen albergar en el corazón de los hombres de todas las tierras desde los tiempos más antiguos. Admiración también al llegar a Edfu y disfrutar de sus paredes cuajadas de jeroglíficos y sus magistrales figuras talladas en la piedra, o al arribar a Kom Ombo,, que aparece en la colina, cuando el barco se acerca, como una visión bíblica. Al desembarcar, para diferenciar la visita, entre mil aspectos interesantes, puede uno dejarse ganar por el nilómetro, inteligente invento para medir las crecidas del río, por la serie de instrumental quirúrgico que en uno de sus muros da idea de lo avanzada que fue la civilización de los faraones, o por la sala donde ser conservan las momias de algún cocodrilo. No en balde, el templo fue levantado en honor del dios Sobek, cuyo cuerpo humano tiene la cabeza de aquél reptil. Nuestra última visita fue a Philae, situado en la colina de una isla, tras ser rescatado de las aguas de la cercana presa de Asswan. Dedicado a Isis, sus muros contienen todo el relato del mito de Osiris, asesinado, despedazado y arrojado a las aguas por donde su esposa, y hermana, la diosa titular, vaga para recuperarlo, sin conseguirlo; de modo que es considerado el dios de los muertos. El pabellón de Trajano ofrece un cálido ambiente romántico, que ya se empieza a sentir cuando los congresistas han de embarcar para una corta navegación que les conduzca hasta él, o cuando se presencia, al atardecer, el espectáculo de luz y sonido. Realmente Philae es un conjunto de templos donde, incluso una parte, fue, en tiempos, iglesia cristiana; además albergue de tropas napoleónicas, en cuya etapa el fuego de los moradores dejó negro recuerdo en algunos muros y techos. También, en algún lienzo de piedra, han añadido su nombre, a la lista de ignorantes, algunos turistas de esos que no pueden pasar por un bello lugar sin dejar el detritus de su insensibilidad.

Pero no vayan a creer mis lectores que nuestro Congreso ha carecido de otro tipo de actividades. Desde luego, las visitas son parte importante de esta reunión anual, ya que de ella extraemos los datos que, a lo largo del tiempo, nos servirán para dar cuenta de lo que hemos visto y proponer, como periodistas especializados en turismo, a los futuros viajeros que no dejen de ver lo que más nos ha llamado la atención. Pero hay que decir también que en la terraza del barco, hemos celebrado nuestras asambleas y reuniones de los Comités, aprobando el próximo Congreso en Eslovenia, reformando Estatutos, acogiendo iniciativas varias y analizando la situación del turismo en el mundo y la de las publicaciones de la especialidad. Dos cenas de gala, en la capital egipcia, una bajo la presidencia del ministro de Turismo egipcio, Zohair Garranah, otra a bordo durante una corta navegación por el río a su paso por El Cairo, y una fiesta de disfraces durante el crucero, animaron aún más, si cabe, este Congreso cuyo buen desarrollo tanto debe a las autoridades egipcias, a Egipt Air, a Salah Attia, presidente de la Asociación Egipcia de Periodistas de Turismo y a sus hijos. Y, por lo que a España se refiere, al cónsul. Sameh Ahmed El Ghamrawi y al Consejero de Turismo de la embajada egipcia, mi buen amigo Magued Abou Sedera.

Desde Asswan, tras visitar el obelisco inacabado, en las canteras donde se labraban estos gigantescos monolitos, de manera inexplicable si pensamos en la época, y todavía con tiempo para comprar los últimos regalos en sus importantes tiendas, especialmente joyerías, cada cual regresó a su país, vía El Cairo, seguramente, como yo, cargado de fantásticos recuerdos de bellos paisajes, impresionantes monumentos y conversaciones interesantes surgidas en amigables tertulias.

http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=4478

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