martes, octubre 30, 2007

Valentin Puig, La tercera via pierde el tren

martes 30 de octubre de 2007
La tercera vía pierde el tren

VALENTÍ PUIG
LA caída consecutiva de piezas del dominó también vale para las tesis de la izquierda, aunque a veces el discurso público predominante parezca ser progresista. En lo que de científico tenga la hipótesis del cambio climático poco favor le hace la izquierda envolviéndose acríticamente en el manto que le ofrece un documental de Al Gore. En el pasado ha ocurrido lo mismo con elementos de proporción tan dispar como la semana de treinta y cinco horas o la economía keynesiana. En cada uno de sus esfuerzos sincréticos más recientes, la izquierda europea tarda poco en perder la ilación intelectual imprescindible. Eso ha ocurrido, por ejemplo, con las concepciones de la «Tercera Vía».
En la actualidad, el congreso de la socialdemocracia alemana -en declive demoscópico- ha recurrido a sesiones de maquillaje radical para camuflar sus tensiones internas y el efecto de estar en coalición con la democracia cristiana que lidera Angela Merkel. Queda más o menos en pie la retórica de partido de los débiles, abanderado de la justicia social. En estos momentos, la izquierda europea tampoco puede poner en el escaparate una mejor gestión del capitalismo. Como ejemplo de eficacia y gestión, lo que tenemos más a mano son los trabajos del AVE en su embocadura barcelonesa. En Francia, la victoria de Sarkozy ha multiplicado exponencialmente la permanencia de la crisis de la izquierda. Los personajes clásicos del socialismo francés y de la «gauche caviar» siguen embelesando a ese flautista de Hamelin que es el nuevo presidente de la República.
De la «Tercera Vía» queda poco en pie. Anthony Giddens, su diseñador, se vuelca en un europeísmo de complejo vitamínico y a la vez propugna que la política sirva para cambiar el estilo de vida. Según el profesor Giddens, los políticos deben dedicarse a convencernos de que cambiemos los hábitos de vida. Por ejemplo, la obesidad. Lo que se propone en una especie de retorno al intervencionismo, salvo que ya no se limita a lo económico y lo social, sino que también se propone alterar factores de la vida individual. De una política sanitaria de prevención pasaríamos así a la universalización de un régimen, tanto dietético como uniformizador. Quizá se trate de regresar a fórmulas del socialismo utópico que sometían al individuo a una dieta y a un hábitat ideal. Una concepción activista -hiperactivista- de la política casi siempre genera efectos de un igualitarismo excesivo e innecesario.
Al analizar los fundamentos teóricos de la «Tercera Vía», a Ralf Dahrendorf lo que le llamó la atención fue que la palabra libertad estuviese tan ausente. Veía en aquellas tesis rasgos curiosamente autoritarios. Ahora podemos comprobar cómo esos rasgos van en aumento. En común con los distintos estadios evolutivos de la izquierda en Europa, se trata de fomentar una idea casi monolítica del bienestar frente a la experiencia tan apreciada de la libre elección individual. Ahí concurren en mayor o menor medida los efectos de la discriminación positiva. En sus tiempos de inspiración desangelada, Blair y Schröder dijeron que el Estado no debe remar, sino llevar el timón. Es decir, no se trata de que el Estado ponga las condiciones necesarias para que los individuos tomen sus decisiones, sino de que el Estado nos diga cómo debemos vivir.
Eso presenta una paradoja descomunal: la post-socialdemocracia acepta a regañadientes que es bueno desregular la economía y por eso se pone a regular la vida privada de los ciudadanos. En los entreactos de ese espectáculo, asoma Mario Soares y escribe que ser de izquierda no sólo es tener un pasado coherente, antifascista, anticolonialista; es también estar a favor de una democracia económica y social: no de una democracia liberal. A saber qué significa un pasado anticolonialista para el joven electorado. A saber hasta dónde llega uno cuando comienza a negar los valores de la democracia liberal. Mario Soares, en fin, tiene ya suficiente edad y experiencia como para no ir tocando el arpa. Bernard-Henry Lévy publica el libro «¿Es posible aún ser de izquierdas?». En este caso tenemos a un hombre-orquesta lamentándose secretamente por no haberse subido al tren de Sarkozy cuando incluso la «Tercera Vía» descarrilaba en los socavones del AVE.
vpuig@abc.es

http://www.abc.es/20071030/opinion-firmas/tercera-pierde-tren_200710300244.html

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