domingo, septiembre 30, 2007

Salivazo

lunes 1 de octubre de 2007
Salivazo
Por llamar «puño» a la mano prieta, van y le critican. No corren buenos tiempos para Luis Aragonés, hombre de entraña que aprendió a jugar al fútbol con las tripas pegadas de hambre. Ahora tiene 69 tacos, bonito número para quien dedicó toda su vida al deporte rey.
En estos días de banderas y remiendos, Luis Aragonés volvió a ser noticia. Primero por sus declaraciones, luego por sus silencios. Y es que ahora resulta que un entrenador de fútbol ha de medir pasiones mientras ejerce su trabajo.
Hace unos años saltó a todos los noticieros por referirse al «Titi» como negro de mierda. Vaya por Dios, que donde Luis Aragonés dijo negro debería haber dicho de color, y donde dijo mierda mejor no decir nada pues, lo del color, tendría más delito. En fin, que por poner el corazón en candela y decir lo que le salió del carné, Luis Aragonés fue llamado al orden. Y se tuvo que retratar soltando gallina. Y como fulanos así ya no quedan, en estos días de atrás Luis Aragonés volvió otra vez a las andadas, haciendo un corte de mangas a sus jugadores y una peineta a la prensa.
No corren buenos tiempos para ir con la verdad en la boca. Ahora hay que ser circunspecto y remilgado, las pasiones han de dejarse al fondo del armario y el idioma de Quevedo cubrirlo con eufemismos que eviten decir lo propio. La doble moral, impulsada por los postulados de la prensa de Hearst-Murdoch, alcanza los medios de comunicación de nuestro país. Y mientras por un lado se vende sensacionalismo, por otro se maquillan las formas, como si apagando la luz de una letrina se pudiera también acabar con el tufo, valga escatología tan oscura. Ahora, el imperialismo de toda la vida se llama globalización, quedando así el antiimperialismo como asunto para los escaparates. Ahora, al negro hay que llamarle hombre de color. Y al bujarrón, homosexual o gay, cosa peor aún.
La polilla de la corrección política pica la madera noble de nuestro idioma, reduciéndolo a serrín. Nadie está a salvo de limaduras. Sin embargo, todo eso a Luis Aragonés le importa un pito, por no decir algo mucho más aparente. Y aunque ahora guarde silencio, Luis Aragonés morirá con la boca puesta.
Los jugadores de hoy en día han de rendirse, clavar rodilla ante un hombre que hizo del fútbol una fiesta por cada uno de los 162 goles de los que presume. «De Liga eh, de Liga». Hay que recordar que, en su época, los jugadores jugaban al fútbol y salían a reventar la red a chutazos. Eran otros tiempos y los marcadores no bostezaban de puro aburrimiento.
Ahora los únicos números que valen aquí son los de las audiencias televisivas. Porca miseria para un deporte donde la habilidad se tiene que demostrar jugando con los pies y no con los bolsillos. Para quien no lo sepa aún, cabe aquí señalar que fue Luis Aragonés el primero en bautizar el estadio Manzanares, templo de los colchoneros, santuario rojiblanco que hoy quieren arrancar de cuajo. Ocurrió hace la tira de años, jugando el Atleti contra el Valencia. Fue «Indio» Cardona el que centró el pase desde la derecha, un balón envenenado que Luis Aragonés cabeceó a la diabla, batiendo al guardameta valenciano con la certeza del que se sabe gol.
Por éste, y por ciento sesenta y un goles más, al del barrio de Hortaleza hay que tenerle ley. A ver si nos vamos coscando, que fulanos como él quedan pocos. Además de buen entrenador, Luis Aragonés es la saliva de una boca que escupe verdades como puños.

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