domingo, septiembre 30, 2007

Felix Arbolí, La muerte del silencio

domingo 30 de septiembre de 2007
LA MUERTE DEL SILENCIO
Félix Arbolí

D ICEN que el don de la palabra es un arte, tan difícil y admirado como el que es capaz de crear belleza sobre un lienzo, nos hacer vibrar de admiración con el artista que prestigia un escenario o nos obliga a no dejar la lectura de un buen libro, ávidos de recorrer todas sus páginas y llegar al final de su historia. No todos servimos para convencer y entusiasmar a base de discursear o razonar con las palabras. Pero, a veces, es el silencio la representación más perfecta y lograda del arte de la comunicación, al que muchos no le dan su debida importancia. Cuando enmudece definitivamente ese silencio, nos damos cuenta de su elocuencia y fascinación y surgen las palabras admirativas glosando ese mutismo. Ironías de la vida. “La palabra no es necesaria para expresar lo que se siente en el corazón”. La frase tiene un autor que, desgraciadamente, ya no está entre nosotros. Se llamaba Marcel Marceau y en su faceta profesional “Bip”. Era francés, y era mimo y era el silencio hecho arte. Francia llora hoy su pérdida con la misma intensidad que ayer aclamaba entusiasmada sus magistrales interpretaciones, donde el gesto hacía innecesarias las palabras para comunicarse con el público y despertar su sensibilidad y admiración. Me entero que los teatros franceses, por propia iniciativa, sin intervención oficial, guardaron un minuto de silencio en su homenaje. Silencio para honrar al que hizo arte del silencio y una profesión tan digna y reconocida, hasta el instante final de su silencio definitivo. Tuvo una Escuela Internacional de Mimodrama, para garantizar la continuidad de esa manera de hacer teatro, pero tuvo que cerrarla en el 2005, veintisiete años después de su inauguración, al serle retirada la subvención gubernamental. Su máxima, la justificación que daba al funcionamiento y la importancia de su escuela era que “Quien no ha tenido maestro, no puede enseñar”. Lógico y elemental, como diría Sherlock Holmes. En las crónicas surgidas con su muerte, se dice que el propio Charles Chaplin, se emocionó tanto con sus interpretaciones en escena que lloró al estrecharle la mano y felicitarle al terminar su actuación. Ya es llegar al colmo de la perfección artística, emocionar y hacer lagrimear al rey de la comedia y el mimo. Tenía 84 años cuando la muerte de forma silenciosa, aunque taimada y traicionera, se lo llevó para que pudiera interpretar su silencio de forma indefinida, sin subidas y bajadas de telones, ni emociones y aplausos de una ruidosa concurrencia. Junto a su admirador Ives Montand y otros “monstruos sagrados” de la escena y el arte francés, como Moliere, Isadora Duncan, Sarah Bernhardy, Simone Signoret, y otros inmortales en el recuerdo, descansa en el silencio absoluto del cementerio de Pére Lachaise, donde Francia honra a sus mejores. Creo que no habrá esculpido nada sobre su tumba, ya que el silencio no tiene cara, ni voz, ni figura, es la representación más lograda de la nada y del todo. Algo que se sabe que ésta, aunque no se vea, ni se toque, ni se oiga. Llevaba sesenta años muerto, para poder darle vida a “Bip”, su personaje escénico, su lucha, su ilusión y su gloria. La más entrañable denominación de ese mutismo que transformó en arte o de ese arte que creó con su hermetismo. “El día que yo no esté, Bip será memoria viva y dará testimonio del siglo XX”. “Un mimo no es locuaz, pero si puede ser elocuente”. Eran las frases que en las pausas de su silencioso trabajo, dejaban al descubierto su oculto pensamiento. “El mimo es teatro profundo con una carga de corporalidad”. “Hay una musicalidad incluso en el silencio, porque la poesía del gesto crea una musicalidad en el alma de público”. ¡Qué bonita definición de su trabajo!. También decía “La palabra tiene más posibilidad de expresión, pero también puede mentir, usar doble sentido y ocultar una mala intención. El mimo está sometido a un proceder claro y visible”. No hay lugar para la falsedad y la hipocresía en ese hablar con el gesto y la mirada. El público lo notaría y el artista nunca podría convertirse en mito. Todo ha de ser genuino y ancestral. Su mundo se formó en los avatares de la guerra que sufrió en su adolescencia, con todo su bagaje de clandestinidades, camuflajes, falsas expresiones y risas forzadas que hubo de interpretar ante las peligrosas y frecuentes ocasiones en que tuvo que salvar su vida cambiando el gesto y forzando la sonrisa. Luego, acostumbrado a fingir y callar, se aficionó y lo eligió como manera de vivir y trabajar para el público. Las películas de Charlot, fueron su referencia y eficaz escuela, pues gracias a ellas se dio cuenta de que a veces la palabra puede confundir y enmascarar, e incluso constituir una especie de muro de recelo e incomprensión entre el que habla y el que escucha. El silencio por el contrario, si se acompaña con el gesto y la mirada puede simbolizar mejor que nada la ternura, la bondad y la comprensión. Para Marceau era una formula perfecta de expresión y comunicación. No solo soy un místico, o un cómico trágico, pretendo con mi silencio que se pueda escuchar la musicalidad del cuerpo y el latido del corazón. “El arte del mito es el grito desgarrado del alma entre el bien y el mal con la esperanza de que el bien sea mayoritario”. El “orador sin voz”, se nos ha ido para siempre, con el mismo silencio que conmovió, entusiasmó, hizo llorar y arrancó las más sonoras carcajadas. Hasta su muerte fue un suceso secreto por decisión familiar y solo se supo un día más tarde, aunque sin especificar las causas y circunstancias de su muerte. No le han faltado, como es lo habitual, laudatorias semblanzas a ese “Pierrot” que nacido en Francia, amplió las fronteras de su fama hasta hacerse un mito universal. Sarkozy, el Presidente de la República lamentaba la pérdida diciendo que “ Marceau había llevado a lo más alto las artes de la escena” y su jefe de Gobierno Francois Fillon, declaraba que “Marcel Marceau era un artista. Un maestro, un resistente. Es el momento de reconocer la talla de clown melancólico y poético. Le echarán de menos sus alumnos y el mundo del espectáculo”. Ahora todas son alabanzas y lamentaciones. No se acuerdan los políticos, como es habitual en todos ellos y en todos los países del mundo, su falta de consideración e injustificado proceder al retirarle en 2005 la subvención oficial para el mantenimiento de su escuela, que tanto prestigio daba a Francia y tanto bien le proporcionaba a la escena no ya solo gala, sino internacional. El broche del tardío y póstumo reconocimiento oficial de su patria, lo puso la ministra de Cultura al arrojar unas flores sobre su feretro “Marcel Marceau ha sido un artista universal, que tuvo el mérito de hablar sin hablar y la virtud de hacerlo con una mezcla de poesía y de ternura. Deja un hueco imborrable”. Y si era así y significaba tanto para Francia, como intentan reconocerselo a destiempo, ¿por qué le suprimieron esa subvención tan importante para la supervivencia de su escuela y tuvieron desencuentros y contratiempos con el genio cuando aún estaba vivo?. A veces, no son los muertos los que se quedan solos, sino los vivos. Y ocurre que cuando ya no hay nada que hacer, cuando todo es irremediable y se ha perdido el último tren de la oportunidad, se intenta corregir el error, pero ya es demasiado tarde porque hasta las flores se marchitarán inútilmente sin haber podido honrar a su destinatario. No quiso causar, aunque no pudo impedirlo desde su inmóvil y eterno mutis, esas protocolarias demostraciones de duelo oficial, con esos panegíricos de políticos escritos por sus “negros”, ni las salvas de homenajes que rompieran su fiel compañero de aventuras y éxitos: el silencio. Descanse en paz quién escaló la fama y la admiración universal sin tener que pronunciar palabra alguna.

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