domingo, septiembre 30, 2007

Alberto Miguez, Exhibiciones impudicas

lunes 1 de octubre de 2007
Exhibiciones impúdicas Alberto Míguez

Todo indica que la chispa que encendió el actual incendio que destruye Birmania partió de la indignación popular por la suntuosa boda de la hija del jefe militar de la dictadura, precisamente en un país donde la miseria, la desigualdad y la violencia constituyen las señas de identidad de un régimen tan misterioso como bochornoso.
Las bodas o bodorrios con sus impúdicas exhibiciones de riqueza y prepotencia suelen tener pésima prensa y a veces terminan como el rosario de la aurora. Aunque las celebraciones del milenario del sah nada tenían que ver con una boda, constituyeron el toque de diana de una rebelión que traería a Jomeini y acabaría con el más seguro y desvergonzado de los aliados de Occidente en la zona.
Las dictaduras suelen aprovechar estas mundanidades para mostrar ante el mundo su riqueza, opulencia y poderío. Pero la gente suele reaccionar ante este tipo de espectáculos a pedradas.
En países como Marruecos no son necesarios las bodas ni los espectáculos sociales de este tipo para que se produzca el estallido de las masas. Estamos en una situación muy próxima a una rebelión popular, aunque ni los medios de comunicación europeos ni por supuesto los españoles hayan dicho ni “mu”. Todo simple y únicamente porque en algunas zonas del país los precios del pan han subido espectacularmente. Y en un país como Marruecos, donde el pan sigue siendo el alimento principal y popular, hay una larga tradición de levantamientos populares por la subida de precio de éste o de la sémola.
Acaba de morir en París uno de los más crueles y activos verdugos marroquíes, El Basri, gran visir y durante muchos años ministro del Interior. En diversas ocasiones debió sacar las tropas a la calle para neutralizar alguna de estas rebeliones del pan que se cuentan con los dedos de una mano en los últimos años. Veremos qué ocurre ahora en caso de que, como muchos temen, la turbulencia se extienda.
La corte marroquí vive entre el exhibicionismo impúdico y el lujo asiático. La gente lo sabe y calla hasta que las medinas y los grandes bazares de las ciudades se convierten en volcanes. Controlar estos fenómenos es muy difícil: hay que recurrir a los soldados y a la Policía. No hay que excluir que ahora algo parecido pueda reproducirse.
El problema de las dictaduras es que no aprenden ni de la historia doméstica ni de los ejemplos foráneos. Al lado de Marruecos se está gestando de nuevo una guerra cívico-religiosa y aquí —en España— nadie parece darse por aludido, es decir, nadie contempla con la inquietud e intranquilidad que merecen estas explosiones de la rama argelina de Al Qaeda. Algo tiene que ver también en esta situación un régimen en el que la corrupción es evidente pese a la riqueza energética (gas y petróleo) de que el pueblo no disfruta.
Ojalá no nos hallemos en vísperas de nuevos estallidos en los dos grandes países del Magreb. El origen de tales sería diferente, la gravedad y las consecuencias nos afectarían y mucho a los países ribereños del norte Mediterráneo.

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