miércoles, agosto 22, 2007

Villacañas, Apuntaciones sobre la memoria historica de Antonio Machado

jueves 23 de agosto de 2007
Apuntaciones sobre la memoria histórica de Antonio Machado
Antonio Castro Villacañas
S E habla -cada día se habla más; más todavía se hablará a lo largo de este otoño- de la memoria histórica. A mí me parece bien, siempre que se dialogue largo y hondo de esa etapa -1931 a 1936- que empezó con risas de primavera y terminó con gritos de drama. O de esa otra -1936 a 1939- que empezó con gritos y acabó en abrazos de despedida, reencuentro o esperanza. O, incluso, de la más larga y por ello más cargada de multivario equipaje: la que se inició como una nueva amanecida española y terminó envuelta en cantos de difuntos y exaltación de santos inocentes. Lo malo de la memoria histórica es que demasiadas veces provoca una conversación pronto transformada en ejercicio doloroso. Es como si, queriendo acariciar y templar un cuerpo amado, las manos y la boca de la persona amante fueran arañando y mordisqueando la piel de la persona amada, y en vez de amortiguar o disminuir las huellas de cicatrices antiguas, las abrieran y acrecentaran hasta el punto de –sin desearlo- convertirlas de nuevo en carne sangrante y viva. ¿Qué es preferible? ¿Descorrer velos amargos, o extenderlos con cuido y mimo a modo de cremas de salud y belleza? Veamos un ejemplo. Nos trasladamos ahora a un piso de la madrileña calle General Arrando. En él conviven dos hermanos -uno, poeta y catedrático de francés; el otro, profesor de dibujo- con su madre y la esposa del segundo. Estamos en los primeros días del mes de noviembre de 1936, cuando las tropas de Franco se acercan a Madrid y los dirigentes de la Tercera República -la de hecho instaurada tras el 18 de julio-están seguros de que nada ni nadie podrá impedir que entren en la capital de España y dominen ésta. Por eso han decidido abandonarla tras encomendar a unos ilusos el que procuren retrasar lo más posible la inevitable entrega para que ellos, los desertores, dispongan del tiempo necesario para salir de España... León Felipe y Rafael Alberti frecuentan aquellos días de noviembre la casa de Antonio Machado. Tratan de convencer al poeta de que le conviene irse con todos los suyos a Valencia, donde le garantizan estará mejor alojado y podrá trabajar en mejores condiciones que lo hace en el Madrid a punto de ser ocupado por los fascistas. Antonio Machado cede entristecido. José, su hermano,trata de animarle: - No te preocupes... Si Franco, en el peor de los casos, solo va a durar ocho o diez años. Después, cuando todo se calme, podrás volver a tu sillón y tus libros. Antonio niega con la cabeza. Tiene un presentimiento amargo: - No, José, no... No volveremos nunca más aquí. Rafael Alberti y sus Milicianos de la Cultura lo organizan todo. Una mañana, ligero de equipaje, el pintor soriano abandona Madrid con su madre y sus hermanos en un coche robado a su legítimo dueño. Va camino de Valencia. El viaje es largo, porque las dificultades impuestas por los varios controles de seguridad establecidos en diferentes pueblos por las milicias locales se suman a las propias del intenso tráfico creado por los demás huidizos de Madrid y a las lógicas exigencias de la anciana. Ven a Valencia cuando declina la tarde: "¡Cómo parece dormida la guerra, de mar a mar, mientras Valencia florida se bebe el Guadalaviar!" Los favorecidos viajeros no van a la ciudad, sino a un chalet -robado a su legítimo dueño- situado en el pueblo de Rocafort, a unos ocho kilómetros de la capital. Con el pretexto de que Valencia tiene, desde la llegada del Gobierno y su corte de privilegiados, una vida demasiado intensa y ruidosa, muy incómoda para pensar y crear nada, el poeta y su familia están de hecho aprisionados en el "miramar" que tiene torre y jardín, se llama "Villa Amparo" y es vecino del ferrocarril... Durante el año largo que lo habita, Antonio Machado no traspasa mas que contadas veces la sólida tapia enrejada de su nueva casa, en cuyo pequeño huerto, junto al tulipán y la palmera, también "crece el limonero"... Es lógico que desde allí evoque Sevilla: "Mi Sevilla infantil, ¡tan sevillana! ¡Cuál muerde el tiempo tu memoria en vano! ¡Tan nuestra! Aviva tu recuerdo, hermano. No sabemos de quién va a ser mañana." Hasta aquí un pequeño ejemplo de lo que puede ser la memoria histórica de los últimos años del gran poeta, pues todo lo que se vea en ellos, y la lección que de esa visión se extraiga, depende mucho del prismático con que se miren, de la salud y el color de los ojos que a ese prismático se apliquen, y de la entera personalidad del dueño de esos ojos. Todos los biógrafos de Antonio Machado, que yo sepa, han puesto de relieve -con justicia- el mal trato que nuestro gran escritor recibió en los últimos meses de su vida y ninguno ha remarcado -como intencionadamente yo sí he hecho- que en los veinticinco precedentes gozó –a costa de otros españoles- de beneficios y provechos negados a la inmensa mayoría de sus compatriotas... ¿Nos acariciamos la espalda o preferimos reavivar antiguas y dolorosas cicatrices? En esta pregunta se resume cuanto de verdad se esconde tras el debate de la "memoria histórica".

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