viernes, agosto 10, 2007

Vicente Lopez, Lomonosov

viernes 10 de agosto de 2007
Lomonósov
POR VICENTE LÓPEZ-IBOR MAYOR
EN el Polo Norte magnético, esa tierra casi mítica, en el Ártico, donde los escasos expertos y visitantes del lugar reconocen que impone aún más que la Antártida, porque siempre pisas tierra helada, se encuentra la cordillera submarina Lomonósov. Se trata de un macizo impresionante que se eleva casi a cuatro mil metros desde el fondo del océano, y alcanza en su extensión la plataforma continental de la inacabable, y también misteriosa, Siberia. Allí se viene posando desde hace días la mirada y el estudio de un amplio y acreditado grupo de científicos, bajo la dirección técnica y política de la Federación Rusa. El objetivo central de sus investigaciones, en el marco de un complejo conflicto jurídico internacional, se centra en determinar el potencial de recursos y, por tanto, de eventuales reservas energéticas que pudiera albergar la zona polar.
Naturalmente, se trata sobre todo de un importante esfuerzo científico, sin aplicaciones concretas de carácter inmediato, pero la significación del objetivo y su pretendido alcance, parecen fuera de toda duda. Si los resultados fueran positivos, allí estaría localizada más de la cuarta parte de las reservas actuales de hidrocarburos, en el perímetro físico de una superficie ligeramente superior al millón de kilómetros cuadrados. En caso de que avanzaran positivamente los análisis, veríamos un nuevo Titusville del siglo XXI, aquel lugar de la costa este norteamericana donde en 1859 el coronel Drake dirigió las primeras operaciones de extracción de petróleo.
El sentido del poder, político y económico de Rusia, permea toda su Historia. A veces con tintes verdaderamente dramáticos y oscuros, como el largo y penoso túnel de la dictadura comunista, que cubre gran parte de su historia política en el pasado siglo. Pero la capacidad política de Rusia no deriva sólo de su extraordinaria dimensión territorial y de sus recursos -fundamentalmente de índole energética-, sino de la orientación de su estrategia política, cualesquiera que sean sus posibilidades objetivas en cada momento, de hacer visible su sentido del poder y su papel en la escena internacional. Por eso miran hoy el fenómeno energético con tanto interés y atención, siendo conscientes de su verdadera importancia.
Rusia, cuya estructura de poder democrático y el funcionamiento de sus libertades civiles y económicas se alejan aún en forma indiscutible de las consolidadas y existentes en gran parte del mundo occidental, continúa, sin embargo, utilizando con especial destreza su influencia internacional. Su interpretación de las relaciones internacionales y la posición relativa de poder e influencia en ellas forma parte de su lenguaje político. Por eso también identifican en la actualidad a la energía como un vector esencial de su política y su dimensión internacional. De su concepción de la acción exterior del Estado.
Rusia es el mayor productor de gas natural y por ello, el control y las exportaciones de esta energía primaria se han convertido (aunque siempre lo fueron en el contexto de la antigua URSS) en un factor esencial de su política económica, financiera y presupuestaria. Y en un elemento clave de sus relaciones internacionales, tanto con los Estados Unidos y China, como con los ex países de la URSS, a quienes aprietan de vez en cuando las condiciones de precio y provisión de suministro, como nos muestran las crisis vividas en el último año con los casos de Ucrania y Bielorrusia.
Asimismo, Rusia utiliza también la dialéctica energética de manera intensiva como es evidente con los países de Oriente Medio donde se concentra la mayor proporción de reservas de hidrocarburos del mundo, y en el marco de sus relaciones con el mercado energético de la Unión Europea, a través de ese gigantesco brazo empresarial llamado Gazprom.
Las ramificaciones del poder energético ruso se mueven también al compás del crecimiento de sus terminales exteriores, ya sea en forma de gasoductos o de oleoductos hacia China, Turquía u otras zonas del continente europeo.
Por supuesto, los dirigentes rusos cuentan con un gran aliado en su potentísima acción energética: la ausencia de poderes críticos capaces de cuestionar decisiones o proponer alternativas o subrayar la eventual incidencia ambiental de los proyectos en curso, incluido, naturalmente, el que encuentra su base aplicativa en la cordillera Lomonósov. Difícil sería, por no decir imposible, extrapolar ese ejercicio de conformidad o silencioso asentimiento a las actuaciones que se acometen desde la sociedad occidental.
Estados Unidos ha aprobado recientemente importantes medidas energéticas, teniendo en cuenta las previsiones establecidas en su «Energy Policy Act» de 2005. Además de la significación que se concede en la ley federal a las distintas fuentes energéticas (tales como petróleo, gas, carbón, nuclear, hidrógeno, etanol), a las que se consagran individualmente distintos capítulos de la misma, la ley norteamericana concede especial importancia a la eficiencia energética, la investigación y el desarrollo, y a la relación entre energía y cambio climático, aunque en este ultimo caso el esfuerzo hasta ahora realizado dista de los objetivos que serían necesarios cubrir.
La Unión Europea se debate por su parte entre la debilidad de sus recursos energéticos, su crítica dependencia -casi en dos tercios- de las importaciones energéticas, la urgente definición de una política energética común como parte de la política exterior de la Unión, y la efectiva realización y funcionamiento de un mercado energético único, del que en España hemos vivido en los últimos tiempos algún capítulo empresarial suficientemente elocuente.
Junto a lo anterior, cada vez existe, por fortuna, mayor grado de conciencia de que el fenómeno energético es inseparable de su compatibilidad medioambiental, aunque el camino inverso no resulte tan evidente en el subconsciente colectivo. Además del incremento en la utilización de las fuentes energéticas más limpias -o menos contaminantes, pues todas por definición lo son, como son imprescindibles también para asegurar el desarrollo económico y social-, creo que sería deseable que la sociedad europea abordara sin complejos, y con plena transparencia, el problema de la energía. Muchos serían a nuestro juicio los temas abiertos a ese necesario debate: seguridad de los abastecimientos; fuentes energéticas del futuro; capacidad de las interconexiones regionales; mercados competitivos; investigación y desarrollo; eficiencia energética; cambio climático y energía. Un debate cuya importancia internacional hoy nos evocan las investigaciones que se realizan en la cordillera Lomonósov.

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