martes, agosto 28, 2007

Valentin Puig, Todos autodeterminados en 2014

martes 28 de agosto de 2007
Todos autodeterminados en 2014

POR VALENTÍ PUIG
LA inmensa pereza que da escribir una vez más sobre los exabruptos de Carod-Rovira es proporcional a la precariedad actual de su liderato en Esquerra Republicana y a la realidad concreta de Cataluña frente a la virtualidad de la Cataluña del nacionalismo. Las dos grandes fuerzas políticas de Cataluña han vitaminado de forma sucesiva el potencial de ERC. Primero fue CiU, para debilitar al socialismo, y luego fue el PSC, para restar fuerzas al nacionalismo convergente. En el pasado, no se descarta la posibilidad de otras contribuciones -endógenas y exógenas- para hacer de ERC un cortafuegos frente a la pujanza de los comunistas del PSUC.
Tan heterogéneos abrazos a escondidas, hacen tanto a CiU como al PSC responsables en parte de que Carod-Rovira pueda decir que, dado que todo lo que llega a Cataluña desde España solo genera fatiga, la solución pasa por la autodeterminación catalana en el año 2014, cuando exista una mayoría soberana que defienda una Cataluña independiente. Como de costumbre, pocas son las voces que desde el microcosmos político-mediático catalán critican afirmaciones de este tipo mientras que pedir que la bandera española ondee habitualmente en los ayuntamientos de Cataluña pasa por ser una provocación.
En la fecha propuesta por Carod para la autodeterminación de Cataluña se cumplirían los tres siglos de aquella derrota que en 1714 abrió las puertas de la sociedad catalana a la modernidad. Eso fue entonces el Decreto de Nueva Planta. La autodeterminación representaría todo lo contrario: la liliputización de Cataluña y su desconexión con las dinámicas históricas sería claramente regresivo. Del mismo modo, la autodeterminación pudiera a la vez debilitar los sistemas de discriminación positiva -y en ocasiones excluyente- de los que derivan las actuales políticas lingüísticas -intactas en el tránsito del pujolismo a los tripartitos de izquierdas- que se instrumentaron a partir de la doctrina de inmersión trasplantada de Québec. No es por propensión a la paradoja que algunos pensamos que en una Cataluña en su día independiente, la lengua catalana acabaría por tener menos sostén del que ha ido teniendo desde la Transición hasta el actual desarrollo autonómico.
En realidad, hay que convenir en que algo falla en un balance del todo negativo al valorar la relación entre Cataluña y el conjunto de España. Hablemos de los Juegos Olímpicos de Barcelona: toda España se volcó a favor y la aportación presupuestaria del Estado -de cada contribuyente- fue muy notable. No fue menor la perplejidad al ver cómo el lema «Catalonia is not Spain» se desplegaba en los estadios olímpicos o al oír los silbidos contra la monarquía en la fecha olímpica inaugural. Hablemos ahora de los Juegos Olímpicos en Madrid: entonces Carod-Rovira tuvo la idea tan generosa de sugerir un boicot catalán a lo que -según su entendimiento de la Historia- consistiría en consagrar Madrid en su rol tradicional de vampiro que chupa la sangre de los catalanes. Cuando la respuesta de algunos fue practicar un boicot contra el cava, la reacción dolida de Cataluña aunó a políticos y empresarios, pero no para recriminarle a Carod sus amenazas, sino para ahondar en el victimismo particularista.
Aun así, la autodeterminación de Cataluña para 2104 es un ensueño enfermizo, un ataque de fiebre rústica y energuménica. Para entonces, el sovietismo asambleario de Esquerra Republicana ya habrá acabado con la figura de Carod y algunos catalanes, más que ahora mismo, creerán percibir que si las infraestructuras fallan puede ser en parte culpa de Madrid, pero que también cuenta mucho que la política catalana sea inoperante, quietista y de fumistería.
Yo me autodetermino, tú te autodeterminas, él se autodetermina. Quién sabe cuáles serían las primeras porciones del territorio catalán que se propondrían autodeterminarse respecto a la nueva Cataluña independiente: Lérida, tal vez Tarragona, el valle de Arán, quién sabe si barrio del Carmelo o la Villa Olímpica de Barcelona. El propio presidente Wilson, al terminar la Gran Guerra, acabó harto de las aspiraciones de autodeterminación de «tutti quanti». Ahí se disgregaron varios imperios para que surgieran incontables naciones, en un proceso de escisionismo generalizado y mimético. Ni tan siquiera haría falta esperar hasta 2014 para constatar hasta qué punto y para cuántos ya es algo tangible una cierta fatiga de Cataluña.
vpuig@abc.es

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