jueves, agosto 16, 2007

Valentin Puig, La ministra y el agujero catalan

jueves 16 de agosto de 2007
La ministra y el agujero catalán

POR VALENTÍ PUIG
AL principio de todo, la versión folclórica se centraba en un Manuel Pizarro que, disfrazado de «Spiderman», fue a Barcelona y arrancó un cable de alta tensión para vengarse de La Caixa y de todos los catalanes con libreta de ahorros. Posteriormente, la ministra de Fomento invoca la sagrada misión de «sacar a Cataluña del agujero donde la metió el PP». En realidad, todo encaja porque ya se sabe que Pizarro y el PP son lo mismo. Por lo visto, ambos y uno sólo serán también la causa de que seis de cada diez catalanes se sientan insatisfechos con la política. Mientras tanto, la edad de oro que significaría la aplicación del nuevo «Estatut» lleva ya tiempo haciendo cola, con notorios retrasos sin explicar, al igual que los viajeros de los trenes de Cercanías de la Cataluña super-eficiente y europeísta que edificó la Mancomunidad de Prat de la Riba y el idealismo poético novecentista. El modelo de ciudad-región inventado por Pasqual Maragall también está en situación de espera, hasta que queden revisados con consenso y cobertura los cimientos del barrio del Carmelo.
La ministra se lo ha puesto fácil al catalanismo transversal: todos a una contra Madrid. En eso no falta práctica, ni desmesura, ni intransigencia. Desdeñada la posibilidad de solucionar nada, tampoco se aceptará que la incompetencia pueda ir por barrios. Aumentan gradualmente los insatisfechos en Cataluña sin saber muy bien contra quién, las noches de agosto son para la cacerolada protestataria y una vez más el nacionalismo consigue una figura de pim-pam-pum para prolongarse en sus victimismos. Lo explica Amartya Sen en el libro «Identidad y violencia»: «La ilusión del destino, en especial acerca de una u otra identidad particular, alimenta la violencia en el mundo tanto mediante omisiones como hechos». Pero lo cierto es que tenemos muchas filiaciones distintas y podemos interactuar entre nosotros de muchas maneras diferentes, independientemente de lo que nos digan los instigadores y quienes se les oponen. A diferencia del particularismo, debe haber lugar para que cada uno decida sus prioridades de identidad. Sostiene la ministra que todo mejorará en septiembre.
Mujer voluntariosa en el patrocinio de la belicosidad parlamentaria, la ministra también dice que se niega a dimitir a menos que La Moncloa lo diga. Sobre todo en agosto, eso opaca la fluidez parlamentaria y circunscribe la cuestión a términos de clan o de secta. Quedaba mejor la ministra al decir que «la ministra tiene toda España en la cabeza». Por encima de la cacofonía infraestructural de Cataluña, tal vez estaba advirtiendo al nacionalismo catalán de que pretender que prevalezca una identidad presuntamente hegemónica altera el equilibrio y la correspondencia entre el resto de filiaciones que también son nuestras. Lo peliagudo es que decir estas cosas luego no facilita a Solbes cuadrar nada menos que los presupuestos generales del Estado.
Sin habérselo propuesto, la ministra va a contribuir a renovar el destino del nacionalismo en Cataluña, la ilusión del destino que -según Amartya Sen- conlleva un coste excesivamente alto porque se basa en la imposición de una singularidad unilateral, frente a la multilateridad de identidades. Eso puede costarle la cartera por ser los socios parlamentarios del PSOE los que son y porque de paso contribuyera a menguarle a Zapatero su notable dosis de votos en la zona. Lo que la titular de Fomento no desea asumir -quizás por tener, como dice, toda España en su cabeza- es que Cataluña es un juego más que una realidad. Es una virtualidad. Lo que importa no es hacer, sino generar la ilusión de un destino. Lo de menos es que el gobierno tripartito autonómico no sepa cómo subsanar en la parte de responsabilidad que le corresponda el gran desaguisado del Prat, de los trenes de Cercanías o del suministro eléctrico. Ahora hace falta un chivo expiatorio para antes de negociar los presupuestos generales. A ninguna televisión autonómica le gusta dar imágenes de caceroladas en la calle sin poder atribuirlas directamente a Madrid. En estos casos, los estadistas van y dicen que todo eso es consecuencia de los famosos cuellos de botella de la España infraestructural. Generalmente, la afirmación no sirve de nada pero ayuda a pasar el tiempo.
vpuig@abc.es

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